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«Los otros» de Edmundo Paz Soldán: más allá de las fronteras

Durante la década de los noventa apareció un grupo de escritores latinoamericanos que, más por coincidencia cronológica que por afinidad estética e ideológica, comenzaron a circular más allá de sus fronteras nacionales. En un periodo en el que en términos sociales y culturales comenzábamos a hablar de globalización, fueron ellos quienes publicaron por primera vez en un circuito que aspiraba a ser algo más que local, que pretendía llegar a la comunidad (imaginada o no) de hablantes hispanoamericanos, sin olvidar su manera de abordar una realidad, como la latinoamericana, empujada en la economía neoliberal mediante políticas que, en aquel entonces, se justificaban con términos como estabilidad, fiscalización, desarrollo. A esto contribuyeron, desde luego, las grandes editoriales que comenzaron a instalare en el hemisferio sur, pienso en Alfaguara, pero también una propuesta literaria que buscaba renovar la literatura latinoamericana (cuando no marcar sus distancias con ella) a partir del Boom de los años sesenta. Así, escritores como Alberto Fuguet (Chile, 1964), Jorge Volpi (México, 1968), Eloy Urroz (México, 1967), sólo por mencionar a algunos, comenzaron a publicar sus libros en los que, cada con sus temáticas, estilos y lecturas, planteaban una cartografía literaria novedosa, cartografía hecha de diálogos y fracturas. De entre todos ellos, Santiago Gamboa (1965), Mario Bellatin (México, 1960), Gabriela Aleman (1968) y Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967) son acaso quienes han sabido mantenerse, de la manera más coherente y original, en la vanguardia literaria. Mientras muchos otros escritores no han sabido confirmar la promesa que en su momento fueron, ni pudieron asentarse en ese lugar que reivindicaban para ellos, los cuatro autores mencionados se reparten varias de las ficciones que más han dado que hablar cuando se trata de literatura latinoamericana (sea lo que esto signifique) a lo largo de las últimas décadas.

Edmundo Paz Soldán ha incursionado con similar éxito en varios géneros literarios: ensayo, cuento y novela. El autor de Palacio Quemado (2006) ha ganado diversos reconocimientos internacionales, así como también ha sido traducido a numerosos idiomas. Cabe señalar, asimismo, que su registro ficcional aborda tanto el realismo político, la educación sentimental, la ficción de frontera, el thriller urbano, sin olvidar la ciencia ficción, entre otros subgéneros que muestran la solvencia literaria del autor. No resulta, por eso, una sorpresa que su obra figure en antologías generacionales o temáticas que dan cuenta de lo más acabado de la literatura latinoamericana, a la vez que señalan su trayectoria como escritor, al fin de cuentas ya tiene veinticinco años publicando desde su primer libro: Las máscaras de la nada (1990). La última de dichas antologías es la que presenta Suburbano Ediciones bajo el sugerente título Los otros (2015). Se trata de diez cuentos que ya han aparecido con anterioridad, diez cuentos que representan algunos de los mejores momentos del escritor boliviano, así como también entregan una idea de lo que es su propuesta literaria.

Las ficciones de Los otros muestran a personajes reunidos, en mayor o menor medida, por vínculos perversos o malsanos. Por lo general se trata de miembros de una familia (“Dolores”, “Bernhard en el cementerio”, “Casa tomada”, “El infierno tan temido”) en quienes los lazos filiales o conyugales parece expresar lo más abyecto del ser humano; es decir, la posesión, el engaño, el ascendiente déspota sobre una víctima. De ahí el título de conjunto de relatos, Los otros, pues con él se subraya la alteridad como implacable mecanismo para poner en tela de juicio, cuando no negarlo, al individuo. Ese es caso, por ejemplo, del cuento “Bernhard en el cementerio” donde el protagonista descubre, en su lectura del periódico, el fallecimiento de su madre: “Estabas en el sanatorio de Grafenhof cuando te enteraste de la muerte de tu madre. Tenías esa incontrolable adicción a los periódicos, leías cuatro o cinco todos los días; leíste en uno de ellos: “Herta Pavian, cuarenta y seis años”. No podía ser otra que ella a pesar del craso error, tu madre apellidaba Fabjan y no Pavian. Poco después te lo confirmaron. A tu madre le había llegado la corrección, estabas muy enfermo y a cualquiera de los dos podía haberle llegado primero la corrección”. Lo que sigue en el relato es el ajuste de cuentas, o “corrección”, con el recuerdo de la madre fallecida. Ajuste de cuentas que, poco a poco, va más allá de la madre, para proyectarse a los asistentes del entierro, a la sociedad, al país, al mundo en general. Todo, como en los mejores relatos del escritor austriaco, desde un hospital psiquiátrico, verdadera heterotopía del orden social.

Pero el título del libro recela “otros” sentidos. La filiación es también textual. Los cuentos son, de un modo o de otro, a múltiples niveles, un homenaje a las lecturas del escritor boliviano. Como pocos en nuestra tradición latinoamericana, una tradición reacia al juego intertextual, Edmundo Paz Soldán es un “escritor-biblioteca”: Joao Guimarães Rosa, Julio Cortázar, Vladimir Nabokov, Théodor Sturgeon, Thomas Bernhard, Juan Carlos Onetti, Homero y, cómo no, Jorge Luis Borges, entre otros son perfiles, sombras veladas, figuras evidentes, que aparecen en sus relatos. Recuerdo que una vez Roberto Bolaño se refirió a Paz Soldán como Dante boliviano, quizá para subrayar el hecho de que con él la literatura boliviana abría sus fronteras. En el gesto de leer de diversas fuentes literarias, alemanes, franceses y americanos, sobre todo, Edmundo Paz Soldán muestra lo ecléctico que es como lector, pero también se “di-vierte” reformulando las ficciones de los que con quienes dialoga. Del ejercicio de estilo a la parodia, pasando por el pastiche y el homenaje, las gradaciones del diálogo con la tradición literaria lleva a Paz Soldán a hacer literatura desde la literatura, lo cual lo posiciona con respecto de diferentes corrientes y herencias, pero sobre todo lo delinea como un autor consciente de que la literatura es antes que nada forma y lenguaje, de que nadie escribe una línea sin repetir lo que otro, alguien ajeno y similar, ya dijo antes, de que la literatura es una espiral de reinvenciones y reelaboraciones.

Por entre todos los escritores con los cuales el autor boliviano dialoga en sus ficciones, existe uno que adquiere un lugar preponderante. Cuando se trata de los cuentos de Edmundo Paz Soldán, resulta inevitable no pensar en Julio Cortázar, más que un referente para él y también para muchas generaciones de latinoamericanos. Con el autor de Rayuela el boliviano no sólo es consciente de su deuda, sino que además plantea un diálogo lúdico, como cuando reescribe y reelabora el cuento “Casa tomada”. Al retomar los personajes y varias de las fórmulas, ya consagradas en el imaginario de los lectores, del cuento de Cortázar – “voz de estatua o papagayo”, “maciza puerta de roble”, etc.- Paz Soldán genera un atmósfera en apariencia similar. Digo apariencia pues allí donde originalmente encontramos la progresiva aparición de fuerzas desconocidas que cobran derecho de ciudadanía en una casa habitada por un “simple y silencioso matrimonio de hermanos”, en la otra “versión” de Paz Soldán se refuerza en los elementos sociales e incestuosos. En ocasiones, la influencia del argentino es más sutil, se percibe en ese paulatino decantamiento en una realidad alternativa, desgajada de a pocos de los códigos rutinarios. Pienso, en particular, en el cuento que le da título al conjunto – “Los otros” – donde el joven protagonista va descubriendo un perturbador, por decir lo menos, juego de sustituciones. Verdadero o no, pues el narrador se cuida mucho de dejar un velo de ambigüedad en lo contado, lo que ocurre con Fran en “Los otros” es emblemático de la narrativa de Paz Soldán.

El interés de Edmundo Paz Soldán por los códigos, los alfabetos azarosos e incognoscibles en los que, el espacio de un instante, se formula el universo, su orden, incluso su secreta coherencia para luego desaparecer está también presente en “Los otros”. Mapas, crucigramas y juegos en general plantean lenguajes y reglas distintas para entenderlos pero también para sobrevivir. En “El tembleque” uno de los personajes aglomera o apocopa palabras a voluntad, como si el sistema lingüístico fuera susceptible de conocer otras reglas, las que inventa el capricho de un locutor. Otro tanto ocurre en “La ciudad de los mapas” cuando la cartografía de la ciudad llamada Aguamarina no solo inventa la realidad sino que también, sucesivamente, la corrige y la remplaza (en un planteamiento digno del mejor Borges). La frenética experiencia de lo múltiple y heterogéneo subraya el componente textual en “La Odisea” – verdadera mise en abyme final de la poética que alienta el libro – donde un profesor cuenta dar una clase dedicada al poema homérico sin prever que cada uno de sus alumnos acudiría con una traducción diferente; por lo tanto, con un libro distinto. La traducción de “La Odisea”, de la literatura en general es ya una lectura. Por su parte, la lectura es otra forma de creación. Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano de voz singularísima y variado registro, se pone del lado de los lectores. Como lector y escritor al mismo tiempo (re)interpreta la literatura. Juego de sustituciones y máscaras que comienza una y otra vez, carnaval de la palabra donde la tradición y lo moderno intercambian disfraces.

Desde hace algunos años, acaso por culpa de la sociología de la literatura, se utilizan metáforas espaciales para hablar de la literatura. Así, con mucha pertinencia, Pascale Casanova hace alusión al “Meridiano de Greenwich” de la literatura, mientras que, en el caso latinoamericano, la argentina Graciela Speranza habla de cartografías literarias. No tanta suerte, ni tino, han tenido quienes les han seguido, aquellos que enfatizan en la imagen para abordar la eclosión literaria de nuestros días, haciendo más caso de la moda crítica que de los flujos, las secuencias, las continuidades y rupturas. De hacerlo así se advertiría que, desde siempre, acaso como ninguna otra, la literatura latinoamericana ha tenido ese carácter cosmopolita que recién ahora, en un mundo globalizado, se descubre. Cosmopolita, que no universal, puesto que sigue siendo una literatura periférica en un espacio literario dominado por hegemonías culturales y lingüísticas, puesto que desde los márgenes se impregna de lo occidental para darle un nuevo valor en la hibridación, el mestizaje, la mezcla con lo autóctono. El caso de Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano que reinventa lo latinoamericano – sea lo que esto signifique, ya lo dije – en el contacto con otras lenguas y tradiciones, escritor exiliado en los EEUU, donde el español es idioma de fricciones pero también de luchas identitarias, es más que emblemático. El combate de la literatura latinoamericana no se restringe a unas estrechas fronteras nacionales pero, por más paradójico que esto parezca, surge de ellas, puesto que éstas son antes que nada culturales y lingüísticas. Con “Los otros”, pero también con el resto de sus libros, Edmundo Paz Soldán entrega su versión personalísima y lograda de lo que es un escritor latinoamericano hoy en día, alguien profundamente conocedor de su tradición pero abierto a otras esferas, otros campos literarios.

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