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Los días de una generación 

Uno de los momentos que más disfruto al trabajar en una librería es cuando catalogo las nuevas adquisiciones y las ordeno en los estantes. Durante esas horas de la noche, no sólo leo las novedades sino que mientras las acomodo haciéndoles un lugar en el mueble, descubro otros libros que en la rutina del trabajo se me pasaron de largo. Una de esas obras fue Los días animales (Oscar Todtmann Editores, 2016), de Keila Vall de la Ville. Algunos años atrás había leído de esta escritora venezolana residente en New York un volumen de cuentos y algunos poemas publicados en revistas.

Si tuviera que hacer un Top 10 de las novelas que leí en el 2017, Los días animales estaría cómodamente en esa lista. El núcleo de la obra de Vall de la Ville es arriesgado: narra una historia de amor con la amenaza de que el resultado sea anodino, o peor: conocido. No es el caso de esta trama que persuade y nosotros los lectores la aceptamos y entramos en ese mundo de ficción.

El narrador es una veinteañera de nombre Julia que reconstruye su relación con Rafaél, una unión basada en el sexo, la violencia y el alpinismo.  Ordenar las emociones –recuperarlas– arrastra angustia y una voluntad desesperada por mitigar el dolor.

Hay una atmósfera, una música costumbrista a lo largo de esta obra: está enclavada durante los años ’90 cuando los bárbaros no habían minado el país de revoluciones canallas. Tal vez sin proponérselo, la autora, sobre su experiencia y la de los personajes, escribió una novela generacional sobre una Venezuela remota en sus costumbres y códigos culturales, aunque muy cercana en fechas y acontecimientos vividos.

Fotografía: Fabio Filipi

¿Los días animales es la primera novela que escribiste?

Es mi primera novela, sí. Sabía, después de trabajar ensayos en antropología y política, escribir ficción breve y poesía, que quería entrar a una novela. Digo entrar porque cuando escribes una novela no puedes sino mudarte, una parte de ti se muda a esa narración larga. Y quería explorar esa experiencia, que veía como limítrofe. Me preguntaba por la
práctica, cómo sostener personajes en un espacio y un tiempo narrativo de largo aliento. No sabía si podría, ni si mi gustaría escribir una historia con esas características. Encontré fascinante la expansión de esos seres y esas situaciones, desarrollar su conexión y llevarlos a todos (a quienes deben llegar) hasta el final.

¿Desde el principio tuviste claro que el narrador era en primera persona?

Me debatí entre narrar la historia en primera o tercera persona durante varias semanas. Me gustaba la autoridad de la tercera, pero buscaba un registro más íntimo. Y muy pronto encontré muy productivo y creativo trabajar así, en primera. Sabía que representaba un riesgo, particularmente porque soy mujer, he viajado, y fui escaladora. Me sabía ya muy cerca del personaje y que esta elección narrativa me colocaba aún más cerca, setnía que la primera persona hacía en apariencia al menos más patente el riesgo. Y en efecto, muchas personas me preguntan si lo que cuento en Los días animales me ocurrió. Quizás la pregunta es más frecuenta debido a que la novela está en primera persona.

Quería ese reto. Trabajar este personaje tan cercano manteniendo a toda costa la distancia y la tensión. Trabajar con esos materiales una historia de ficción íntima: entrar en Julia, no huirle a pesar de lo que nos une, volverme ella. Eso es, no temer volverme Julia. Vivir en su piel y aprender de ella. De mujeres como ella. Pienso que narrar honestamente y contar algo que (te) importe, supone ante todo un ejercicio de empatía, y tal vez en ese sentido narrar en primera persona es el ejercicio de empatía por excelencia. Pero una vez más, fue una elección formal y discursiva. Puedes ser absolutamente empática escribiendo en tercera persona. Cuando me preguntan si soy Julia digo que sí, que todas somos Julia.

¿Preparaste un esquema antes de empezar la novela?

Elaboré varios y los fui cambiando en el camino, así que supongo que eso quiere decir que no preparé esquemas. Hice mapas, itinerarios de viaje, diarios, árboles genealógicos y amistosos. Escribí poemas y miradas sobre ciertas ciudades. Incluí luego algunos de esos textos en la narración, mientras otros no, otros fueron sólo notas al margen que me permitían re-encontrarme con un ánimo, con una situación, con un sentimiento. Sobre todo enlacé, fui encadenando eslabones de un viaje largo. Puesto que la historia no es lineal, tenía que asegurarme que cada cosa ocurría en el lugar geográfico correcto. Y que los personajes eran los correctos. En esa historia muchos personajes se quedan en el camino, no vuelven a aparecer por un motivo o por otro, y tenía que asegurarme que cada quien estuviese en su tiempo y lugar! Y además, que las dinámicas narradas a lo largo de las páginas ocurrieran en el orden correcto independientemente de que la historia saltara hacia adelante y hacia atrás. Visto así, puede parecer un poco caótico.

Pero esa fue mi manera de cuidar esa coherencia fundamental, durante la escritura y la pulitura. Para algunos, un esquema es fundamental. Para mí, al menos en esta novela, un registro de viajes fue perfecto. Como en los viajes reales, a veces surgieron cambios en la ruta, entonces incluí nuevos destinos, o largas duraciones en lugares donde sentí importante permanecer. Escribir esta novela fue elaborar un itinerario flexible. Que de paso, es como me ha gustado siempre viajar. Y como me ha gustado siempre leer. De maenra libre y flexible.

¿Cómo surgió la idea de escribir sobre esta pareja tan tóxica?

Más que hablar de una pareja tóxica quería hablar de un ser humano al margen, del margen, del margen. Julia en apariencia tiene una vida equilibrada, “central”, estudia en la universidad, tiene familia, participa del sistema y sigue sus normas. Sin embargo no puede escapar de una serie de periferias. El deporte extremo tiene sus propias dinámicas y sus etiquetas o formas de comportamiento, socialmente requiere mecánicas muy particulares, muy sociales y cercanas por un lado, pero también individualistas y egoístas, y externas al sistema. Una persona dedicada a los deportes extremos usualmente se mueve en una cuerda floja entre lo social y lo a-social de manera muy radical. Además, pensando en la división antropológica entre naturaleza y cultura, y en la diferencia entre el lugar como sitio nombrado y mapeado, cultural; y el no-lugar, como sitio sin nombre en el que las prácticas culturales están restringidas, podría decirse que los deportes extremos suelen practicarse “fuera del mundo cultural”. Ya sea en sitios naturales, o en no-lugares: aeropuertos, carreteras, sí, pero también antenas de electricidad, altos puentes, azoteas de edificios.

La vida de Julia discurre más en espacios naturales o en no-lugares que en espacios sociales o “culturales”. Además, en ese ámbito se elige un compañero especialmente a-social, limítrofe. Ella misma busca la periferia de la periferia. Y claro: Julia es mujer, de manera que en esos ámbitos periféricos ella lo es especialmente. Eso era lo que buscaba con Julia. Mostrar esa periferiaen parte procurada y en parte inevitable. Más que ubicarla en el contexto de una pareja tóxica quería ubicarla al límite, en una situación extrema en todos los sentidos. Rafael es una difícil y dramática expresión de esa tendencia en Julia.

A lo largo de las páginas hay una tensión emocional. ¿Cuando escribías la historia sentías esa turbulencia?

Sí, claro. La procuré. La trabajé. Lograr esa tensión sin nombrarla fue uno de los trabajos más exigentes al escribir la novela. Me encantó esa búsqueda, que es muy sutil.

En la novela hay muchos personajes que gravitan en torno a Julia y Rafael. Contrariamente a lo que se podría pensar, ellos no le dan aire al clima de asfixia que hay entre los dos protagonistas. Ellos contribuyen a que haya más tensión en la historia.

Eso fue clave en la construcción sutil de tensión emocional. Para que existiera ese clima de asfixia debía ponerse a la protagonista en un entorno adverso, pero silenciosamente adverso. La violencia de género y contra cualquier minoría, es más: cualquier forma de violencia sólo es posible cuando las personas que rodean a la víctima miran hacia otro lado, guardan silencio, no la protegen. Eso es lo que aterroriza más, que la violencia ocurre porque es amparada por complicidad, o sencillamente por ceguera o mudez. Para mí era muy importante mostrar esto, que sus amigos, que lo son y la quieren, son también parte del problema. Más aún, al principio incluso la misma Julia mira hacia otro lado: no quiere ver que está siendo víctima. No quiere ver su propio terror. Se desoye.

Es una historia íntima y a la la vez colectiva en un punto: contás una época y un modo de vida en Caracas que parece demasiado lejano –aunque son finales de los ’90 –por todo lo que luego irrumpió en Venezuela. ¿Tenías la intención de escribir una novela generacional?

Me fascinan la infancia y la juventud como instancias periféricas pero ricas en términos simbólicos y espirituales, son instancias vitales muy potentes. Por otra parte, esa Caracas feroz, que encuentro adorable, como dices esa Caracas de los 90, ya no sé si pueda volver, ni para mí, claro, que ya soy una adulta del siglo XXI, ni para los jóvenes de hoy. Esa Caracas está dormida, le dio paso a una Caracas distinta, en la que ya no es posible vivir como estos personajes vivieron. Es lejana, sí. No era mi intención escribir una novela generacional: me importaba decir que esa ciudad, que esas dinámicas, existieron. Cuando despierte la ciudad dormida, veremos que ha quedado de ella. Por lo pronto, hay que escribir. Construir puentes entre lo que hemos sido y seguiremos siendo.

Abordás un tema tan sensible como la violencia de género, algo que recién ahora en América Latina se habla.

Toda minoría suele ser víctima de alguna forma de violencia. En el caso del género, lo particularmente alarmante es la manera en que la hemos naturalizado y quizás por esto mismo, lo extendida que está. Sostener el derecho de palabra, vestirte como quieras, ser dueña de tu tiempo, de tus opiniones, desarrollarte profesionalmente, no son cosas que puedas dar por descontado si eres mujer. Son metas a trabajar, defender, justificar. Para más, cuando llamas la atención sobre estos asuntos, arriesgas ser tachada de intensa, de dramática, exagerada, y de allí en adelante: feminista (como si serlo fuese una falla), extremista, etc. La realidad es que los hombres usualmente no se tienen que preocupar por defender esos asuntos.

Esto ocurre no sólo en los espacios más tradicionales, también en aquellos en apariencia abiertos, contemporáneos, más amables ante la diversidad. Los días animales ofrece varios niveles de lectura, en este caso, más que hablar explícitamente de violencia de género, busqué mostrar que esos modos sutiles de violencia están, que nos envuelven. Que hay dinámicas de comportamiento imperantes, centrales, establecidas justamente para controlar. Si no se miran críticamente pueden convertirse en algo monstruoso. Cuando un ser humano se cree superior al otro o con derechos sobre el otro, la violencia es inevitable. Quise mostrar el drama a fuego lento. ¡Y creo que ese es el punto! Si no se frenan a tiempo, las consecuencias pueden ser irreparables. Claro, violencia es violencia. La agresión –soterrada primero y evidente ahora– a la que nos hemos visto sujetos y en la que hemos tomado parte los venezolanos en los últimos años, es inseparable de lo que narra Los días animales.

En un momento aparece la muerte en la novela. ¿Por qué incluiste la pérdida de un familiar muy cercano a la protagonista?

Porque la quería mostrar sola, es el reconocimiento de su existencia solitaria en el mundo lo que le permite absorber la herencia materna en toda su potencia, reconocer su propia capacidad, ilimitada, como mujer, como ser humano. Es allí, con esa pérdida, que es ante todo simbólica, cuando comienza su proceso de maduración y de crecimiento valiente y absoluto.

En la novela no hay humor, tampoco ironía.

No hay humor, es cierto. No me pareció estar contando una historia graciosa, aunque aparentemente hay momentos que invitan a sonreír. O a reírse. Hay guiños, cuadros, o situaciones, que tal vez sean graciosos de acuerdo a algunos. Pero no sé, eso lo tiene que decir cada lector. Te pareció que no hay ironía? No sé. Yo pensé que sí. Pero tal vez no hay.

¿Crees que caducó la idea de que las mujeres escriben un género literario en sí?

Sí.

¿Cómo sientes desde la distancia lo que sucede en Venezuela?

Yo no sé si soy capaz de ver desde la distancia de lo que sucede en Venezuela. Venezuela vive en cada momento de mi vida, leo las noticias todos los días, me desvelo y colaboro cada vez que puedo con mi gente allá. Mi familia es venezolana, tanto la que dejé en mi país, como la que crío y sostengo en New York, como la que está regada por el mundo: entre Europa, Estados Unidos, Sur América. Muchos de mis amigos están en Venezuela, pero muchos otros no. Venezuela está en todas partes. Duele no acompañar físicamente a quienes permanecen en el país, sufriendo la falta de medicinas, de alimentos, la inseguridad, y la feroz situación política. Duele ver como estamos dispersos, sentir que nuestros días no son los mismos. Que a pesar del amor vemos realidades distintas, que la distancia, que es ante todo geográfica, es también histórica: estamos viviendo cotidianidades tan diferentes. Ahora bien, me siento esperanzada porque estamos mostrando una fortaleza ejemplar. Y esa entereza va a cristalizar en nuevas perspectivas ante el futuro. No tengo dudas de que hemos aprendido de nuestros errores. Y que hemos pagado por ellos con creces. Ahora hay que seguir, poniendo en práctica lo aprendido.

 

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