En Alicia, esto es el capitalismo, el escritor Carlos Villacorta reconstruye una Lima intensa, desigual y marcada por la violencia estructural de los años noventa. Desde una perspectiva múltiple y profundamente sensorial, la novela ofrece una mirada descarnada sobre la precariedad laboral, el abandono estatal y las cicatrices de una juventud sin red de apoyo. Tres voces narrativas —la de Tigrillo, Alicia y una presencia oscura que emana del poder— se entrecruzan en una historia que no da respiro, pero que tampoco cierra la puerta a la posibilidad de redención. Conversamos con Villacorta sobre los orígenes de esta obra, el papel de Lima como escenario y personaje, el proceso de escritura y la urgencia de narrar lo que muchos prefirieron olvidar.
Tu novela retrata la precariedad laboral y la desigualdad social con una mirada cruda. ¿Cuál fue tu principal motivación para escribir esta historia?
Una de mis preocupaciones fue retratar esa Lima convulsa de los años noventa, cuando los jóvenes salieron a buscar trabajo, a estudiar, en un medio difícil, violento económicamente, y en el que no hay garantías ni seguridades de ningún tipo. Para darle una visión más amplia, utilicé tres narradores, tres perspectivas que buscan complementar lo que sucede en los años noventa en el Perú, si bien los personajes casi nunca tienen la capacidad de comunicarse unos con otros.
El protagonista parece atrapado en un ciclo de supervivencia dentro de Lima. ¿Crees que en algún momento tiene una verdadera oportunidad de escapar de ese sistema o es solo una ilusión?
Esa es una de las adivinanzas de la novela. ¿Es posible escapar? Yo creo que tanto Alicia como el Tigrillo no tienen las herramientas para poder escapar al círculo de violencia que viven, en parte porque la sociedad no se las da, pero sobre todo porque son huérfanos, es decir, no tienen un soporte familiar para mostrarles un camino en medio del caos peruano. Sin poder mirar más allá de su instante, Lima es un túnel oscuro donde no se ve ninguna luz al final de él. Creo que hay una salida, pero es tarea del lector descubrirla.
La ciudad de Lima es casi un personaje en sí misma en la novela. ¿Qué aspectos de la ciudad te interesaba destacar y por qué?
Uno de los trabajos que me tomó más tiempo fue mapear la ciudad. Teniendo a Miraflores y la pizzería como puntos de partida, fui reconstruyendo los barrios familiares, como La Victoria, Santa Rosa, Ventanilla, además de otros distritos que no han sido tradicionalmente representados en la literatura nacional. Entonces, busqué retratar lo que pasaba en esos barrios, quiénes vivían en esas casas, algunas abandonadas, otras con jóvenes migrantes que venían a Lima a estudiar o trabajar, con el fin de mejorar su situación económica. Es la Lima intensa de fin de siglo a la que hay que sobrevivir.
El lenguaje que utilizas en la narración tiene un fuerte componente poético y sensorial. ¿Cómo encontraste el tono adecuado para contar esta historia?
Intenté escribir esta novela desde finales de los noventa, y encontrar el tono fue lo más complicado. Recién en el 2010 pude dedicarme completamente a escribirla y encontré la voz de Tigrillo, una voz dura, que me permitió construir toda la novela. Yo me he dedicado más a la poesía que a la narrativa, y quizás hay una mirada poética en la novela muy distintiva, aunque cuando la escribí me enfoqué en que no sea una “novela de poeta” sino una novela en el sentido estricto de la palabra, es decir, que contara una historia. Quizás lo poético y sensorial radica en mi particular atención a los detalles, ya sea el trabajo en la pizzería, la descripción de una Lima terrible o de los viajes que hace Alicia por el país.
Las relaciones familiares en la novela son complejas y conflictivas. ¿Cómo influyó tu propia experiencia o la realidad social en la construcción de estos vínculos?
Si bien algunas historias de los personajes se basan en mis experiencias personales, decidí recrear una época que hablara más de los jóvenes noventeros y de su realidad.
Decidí construir la novela en base a dos voces que se complementaran, la de Tigrillo y la de Alicia, como espejos que se reflejan, que tienen experiencias comunes pero no iguales. Para el personaje de Alicia, usé las historias de varias amigas mías que en los noventa también buscaban trabajo y también eran maltratadas por sus jefes o por la empresa. Al mismo tiempo, es una novela que transcurre en los años de la dictadura fujimorista, años de miedo, corrupción, de intimidación, pero también de protestas. Fueron los jóvenes de mi generación quienes salimos a protestar contra esa dictadura. La tercera voz es esa voz que viene del gobierno, de sus oscuras fuerzas que buscaban corromperlo todo y robarse el país. Una de las luchas de mi generación fue justamente no perder los vínculos con los otros, una tarea que ha sido muy difícil de mantener.