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Letras en fuga: la literatura peruviana de USA

 

Muchos somos los hombres, las mujeres y los niños que salimos del Perú debido a la violencia de los ochenta y principios de los noventa. O por la inestabilidad política y económica, la corrupción, la falta de empleo de los años siguientes. Casi siempre para ganarnos la vida trabajando y solo en contadas ocasiones para obtener una maestría o un doctorado en el extranjero. Por eso mismo los dilemas de la migración aparecen con insistencia en nuestros cuentos y novelas, en los ensayos que escribimos, en nuestros poemas. No hace mucho, Luis Hernán Castañeda y Carlos Villacorta reunieron en Cuentos de ida y vuelta (Peisa, 2019) a diecisiete narradores peruanos que dan cuenta de una diáspora que sigue creciendo cada año en diversas ciudades estadounidenses. La antología ofrece una buena muestra de escritores nacidos en los setenta y ochenta, como Francisco Ángeles, Ulises Gonzales, Mario Michelena, Claudia Salazar y Jennifer Thorndike. Incluye también a Daniel Alarcón que escribe en inglés. Y a escritores que realizaron estudios de posgrado en Estados Unidos y volvieron al Perú, como Jeremías Gamboa, por ejemplo. Pero hay más, muchos más, nacidos en años anteriores o incluso de la misma generación, que publican aquí y en el Perú, por lo regular en español, en grandes y pequeñas casas editoriales. No todos, es cierto, abordamos el tema de la migración. O no de manera frontal. A veces, el estar entre dos mundos se nota apenas en el lenguaje de los autores que ya no es el mismo que trajeron al cruzar las puertas de Estados Unidos. O en las vivencias híbridas que retratan en un ambiente de múltiples identidades y culturas en conflicto. En ciertos casos, sin embargo, los inmigrantes aparecen en primer plano, y nos hacen pensar que la literatura peruviana de Estados Unidos, sin dejar de ser peruana, ofrece algo más: una nueva forma de narrar, nutrida por la experiencia migratoria, por vivencias que jamás ocurrirían en el Perú y por el afán de recuperar todo aquello que quedó atrás, aunque el retorno sea cada vez más lejano y seamos más de aquí que de allá.

Desde hace varios años Pedro Medina León ha construido un mundo propio, en el que revisamos no sólo la armazón del sueño americano sino también su desmoronamiento diario, o los estragos de vivir entre dos culturas, aunque el inmigrante siempre busque el lado amable en cualquier situación adversa. En los cuentos reunidos en La chica más pop de South Beach (Sudaquia, 2020) descubrimos cómo viven los inmigrantes latinoamericanos en Miami, cómo se juntan ahí, con o sin papeles, peruanos, colombianos, venezolanos y argentinos para crearse una comunidad alternativa que guarda algo de su lugar de origen pero también mucho de los Estados Unidos. Y es ahí, mezclando el inglés y el español, tomando una Heineken, entrando y saliendo del hostal Bikini o de un efficiency o un billar, como en los cuentos “Camagüey” y “La remerita de los conciertos”, donde la escritura de Medina León nos sumerge por completo en el mundo latino de esos hombres y mujeres que llegan al sur de la Florida buscando un sueño, persiguiendo una ilusión, aunque la nostalgia los gane por las noches y extrañen de pronto los olores de su ciudad, sus comidas y su música, lo que es pasar la navidad en casa.

¿Cuánto se ha escrito sobre estos temas en los Estados Unidos? Mucho y desde hace años, en inglés y en español. Y sin embargo Medina León sabe encontrar la novedad, el giro curioso, la palabra precisa para representar la realidad de aquellos que trabajan por hora y lavan su ropa en lavanderías públicas. En sus cuentos, como en sus novelas —Callejeros (Sudaquia, 2021) es el ejemplo más reciente— los hombres y mujeres hacen deliveries a pie y en bicicleta en Miami, se mudan en busca de una mejor oportunidad a otro estado, y hacen todo lo posible por regularizar su estatus migratorio.

También los relatos de Rocío Uchofen abordan el tema de la migración en diversos libros, donde tenemos que estar atentos para descubrir quién narra desde Nueva York o París, desde la Ciudad de México o una misteriosa Ciudad del Puerto que se parece mucho a Lima, o desde la geografía de los sueños, donde todo es posible y la vida nos obliga a contemplarla desde un ángulo inédito. Uchofen escribe de los apagones en el Perú de los ochenta, pero también de la experiencia de los inmigrantes en Nueva York, o de las preguntas sin respuesta que surgen de la catástrofe, el viaje, el exilio, los amores clandestinos, la ilegitimidad, el peso del pasado, los accidentes y la enfermedad. Su reciente colección, La irrealidad y sus escombros (Maquinaciones Narrativa, 2021), nos hace pensar en la humanidad o la muerte de dos amigos en Times Square que no se han visto en años, o en el legado de la violencia. Y en las vidas que agonizan en medio de una pandemia, la del Covid-19, cuando el tiempo en Nueva York se paraliza.

La escritura de Uchofen es una excelente muestra de la literatura peruana escrita fuera del país, a caballo entre el recuerdo que muchos dejamos atrás para hacer otra vida en México y Estados Unidos, en Japón o en Europa, en algún rincón del mundo que nos permitiera imaginarnos lejos de la violencia y la corrupción que aun nos persigue con su presencia fantasmal. Escrita en el puente de dos mundos, su literatura se une a la de otras autoras peruanas que siguen enriqueciendo nuestras letras desde el extranjero, a partir de su propia migración: Roxana Crisólogo, Margarita Saona, Mariela Dreyfus, Nataly Villena, Grecia Cáceres, Erika Almenara y Lena Retamoso, entre otras tantas.

En general, Jennifer Thorndike no escribe sobre la migración. Pero en su relato “Desierto”, incluido en Cuentos de ida y vuelta, una profesora universitaria discute con sus alumnos un documental que captura la imagen de unos niños centroamericanos “trepados en un tren”. Al salir del salón, Carmen se le acerca para decirle que esas imágenes le recuerdan su propia travesía: “Me acuerdo del desierto, mis padres turnándose para cargarme, la caminata, el calor”. El relato es desgarrador y más cuando la profesora no sabe qué decirle a su alumna indocumentada, cuyos padres llegaron a Estados Unidos “en busca de lo que todos los migrantes creen que van a encontrar: estabilidad económica, un país más justo, un futuro mejor”. Mientras nos ubica en un pueblito del Midwest, donde apenas hay un Walgreens, un supermercado, un par de restaurantes y el college, la narradora consigue internarnos en un ambiente de terror, dominado —al decir del sociólogo alemán Heinz Bude— por un miedo que extenúa y refuerza la sensación del peligro e inestabilidad social. ¿No es este, acaso, el miedo que sienten muchos de nuestros propios estudiantes que viven indocumentados, con el temor constante de que mañana o más tarde alguien los obligue a abandonar la casa, el barrio, el mundo al que pertenecen? ¿Y no sentimos algunos de nosotros la misma desesperación e impotencia que la profesora del relato, porque poco o nada podemos hacer por aquellos que nos confían sus historias de migración?     

En el libro Un escritor rural (Peisa, 2021), escrito desde una perspectiva autobiográfica y de manera fragmentada, Luis Hernán Castañeda nos lleva a Vermont para conocer a un escritor peruano que vive en un college town en medio de la nada. Rodeado de nieve y campos agrícolas y granjas de camellos y cerros, el protagonista extraña su tierra a todas horas, pero sobre todo cuando siente que la lluvia “empapa sin convencer, diluvia sin enamorar y me repite cada tarde que allá, con las gotas finas, los parques mojados y las veredas relucientes de Lima, se quedó mi única y verdadera lluvia”. Este sentimiento de extranjería lo acompaña y define de principio a fin. Cuando entra a un bar y se sabe diferente al resto, cuando alguien nota su acento. En el trabajo, en la casa, con una pareja cuyo español es distinto. Su “melancolía inútil”, como él mismo la llama en el libro, es —¿hace falta decirlo?— parecida a la que muchos de nosotros todavía sentimos, aun después de tantos años de vivir lejos del Perú. Al fin y al cabo, el inmigrante, el exiliado —bien lo supo Edward Said— siempre lleva a cuestas el peso de la no pertenencia, el extrañamiento y la tristeza de haber perdido algo para siempre.

Los que venimos del Perú traemos, además, el recuerdo de una guerra. Lo que fue vivir en estado de emergencia durante los años de la violencia (1980-1995). Sin luz, sin agua. Con atentados a todas horas y la incertidumbre causada por la inestabilidad política, la hiperinflación, la falta de alimentos y tantas cosas más. En el poemario Ciudad Satélite (Intermezzo Tropical, 2021), de Carlos Villacorta, hay una serie de viajes que se conectan en “la carretera de la memoria”. Llegan al texto escrito los inmigrantes del norte y del sur del país violentado, en busca de mejores oportunidades, huyendo tal vez, o seguramente, de la “desaparición”, la “confusión”, la “multiplicación”. En otros momentos, la voz poética se sitúa en Nueva York o en Boston, junto a otras voces y otras lenguas migrantes, y desde ahí reflexiona sobre las ciudades satélites que quedan atrás, en la memoria, y sobre aquellas que “se desprenden de nuestra oscuridad” para dejarnos contemplar el vacío de los rascacielos, otros techos desamparados, las soledades de las grandes avenidas estadounidenses, cargadas, a su manera, de nuevas ausencias y muertes. Rodeado de otras minorías que van y vienen por senderos que intentan desaparecerlos, el inmigrante limeño siente nostalgia por su ciudad y su olor a humedad, por sus calles hechas para el tamaño de su cuerpo. Y hunde sus pasos en la nieve, irremediablemente. O en un “tiempo oxidado” donde debe reinventarse.

Muchas y diversas son las experiencias migratorias que se exploran en la narrativa peruana contemporánea desde el extranjero. En el cuento “Carta a Salvador”, incluido en Cuentos de ida y vuelta, Claudia Salazar nos deja oír la voz de un escritor que trabaja catorce horas al día lavando platos en un restaurante, vive en condiciones precarias y casi no tiene tiempo para escribir, menos cuando la migra lo sorprende a medianoche y él y sus compañeros de casa huyen a toda velocidad “para desperdigarse por la calle como si fueran bichos escurridizos”. En el cuento “Por ahí viene el invierno”, de la colección Incurables. Relatos de dolencias y males (Ars Communis, 2021), Ulises Gonzales deja que su narrador vuelva a Lima en julio después de veinte años de estar en Nueva York. Y aunque en el Perú todo sigue igual —el tráfico, las calles, los edificios llenos de polvo y el frío húmedo de julio, él ya no es el mismo. Y tampoco Paloma, la antigua amante limeña que durante su corta visita lo amenaza con devolverlo al pasado por un instante. En los cuentos de Mario Michelena, reunidos en el libro Uno nunca sabe por qué grita la gente (Chatos Inhumanos, 2018), el inglés y el español conviven de manera natural, reflejando la manera en que hablamos aquí, sin dejar de ser de allá. Y en la novela Sustitución (Emecé Cruz del Sur, 2017), Jack Martínez Arias desbarata la imagen de los peruanos que extrañan su patria y lloran escuchando sus valses y el himno nacional. Situados en el midwest profundo, sus personajes entienden que al Perú no volverían jamás. No menos sorprendentes son las narraciones de Alexis Iparraguirre o César Ruiz Ledesma, aun si el cruce de fronteras no siempre es tan explícito.

Ante esta creciente producción literaria, no es extraño que varios peruanos estén al frente de excelentes proyectos editoriales en Estados Unidos: Pedro Medina León en la revista y editorial Suburbano (con los argentinos Hernán Vera Álvarez y Gastón Virkel); Eduardo González Viaña en la editorial Axiara; José Garay Boszeta en Dulzorada Press. Giancarlo Huapaya es editor general de Cardboard House Press, dedicada a la divulgación de la poesía latinoamericana en traducción. Ulises Gonzales dirige Los Barbaros, desde Nueva York, y también la editorial Chatos Inhumanos, con la española Sara Cordón. Gabriel Saxton-Ruiz dirige desde Texas Stories from Peru, revista digital entregada a la traducción de autores peruanos. En el 2004, Isaac Goldemberg fundó la revista Hostos Review/ Revista Hostiana en Nueva York; En el 2020, Carlos Villacorta lanzó el primer volumen de la revista Polis/Poesía; y en el 2021 apareció La vaca multicolor, bajo la dirección de Gustavo Faverón Patriau y Carolyn Wolfenzon, junto con el argentino Sebastián Urli. Hace unos años, en el 2017, Hemil García Linares, director de la editorial Raíces Latinas, fundó el Festival del Libro Hispano de Virginia. Y en el 2020 José Antonio Mazzotti creó la Feria Internacional del Libro Latino y Latinoamericano en Tufts University, otorgando premios de poesía y testimonio.

Además de esta importante presencia peruana en el mundo editorial estadounidense, no es poca cosa que Daniel Alarcón dirija el exitoso podcast Radio Ambulante, que a través de NPR en Español sigue cruzando muchas fronteras para rescatar historias dispersas a lo largo y ancho de América Latina, o entre los latinos de Estados Unidos, cuyas voces urgentes nos dan un sentido de pertenencia en nuestra lengua.

Según el censo del 2018, somos casi 700,000 los peruanos que vivimos en el territorio estadounidense, u 850,000 si seguimos las cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática del Perú. O tal vez más, muchos más, si tomamos en cuenta que no todos nosotros “existimos” para las autoridades, aunque seamos los brazos que mueven y engrasan las máquinas de este imperio. Por separado y en conjunto, nuestras novelas, nuestros cuentos y poemas escritos con letras en fuga, sobre hojas itinerantes, nos sitúan en un espacio intermedio, en territorios de múltiples experiencias que yacen fuera de lugar. En esas arenas movedizas también escriben Katya Adaui, desde Argentina, o Carlos Yushimito, desde Chile. Y del otro lado del charco: Gabriela Weiner, Félix Terrones, Diego Trelles Paz, Santiago Roncagliolo, Sergio Galarza, Elga Reátegui, Gunter Silva y otros autores peruanos, cuyas letras nos invitan a pensar en la migración y también, innegablemente, en la literatura peruana que al cruzar fronteras físicas y metafóricas debe reconstruirse a la distancia, lejos del suelo patrio, con otras voces y experiencias, para seguir adelante.

 

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