En el nuevo libro de Silvina López Medín, las brazadas muestran el esfuerzo denodado de un nadador por encontrar su norte. Lo central no es sólo el rumbo o el ritmo de los versos sino cómo el sentido se filtra, lento, a través del uso atinado de la connotación. López Medín trabaja la connotación de una manera diferente a como la trataban los poetas noventistas. En los poemas de 62 brazadas, la connotación surge en relación con un fondo filosófico. En los noventa, la connotación se relacionaba con lo anodino y lo trivial. En el libro de López Medín, cada texto forma un bloque y entre todos arman una especie de edifico sutil, o una pileta, en la que el nadador es un hombre cualquiera que siente su vida, su existencia, el devenir del mundo ante sus ojos, frente a sí. El libro propone una reflexión sobre el sentido de la cosas, sobre el sentido de la vida. Es un libro de poemas: es un libro filosófico. 62 brazadas propone el extraño caso de poemas filosóficos al modo oriental, o lo que nos han dicho que es oriental. En cápsulas mínimas hay dosis de reflexión sobre lo que se puede y lo que no se puede, lo que nos desborda, lo que nos perturba y lo poco que podemos retener.
El nadador es cada nadador, cada sujeto que vive su existencia como puede. Mientras lee, el lector es el que realiza las 62 brazadas. Y descubre en el recorrido lo imposible, lo que desea. Es curioso: los poemas logran un efecto que suelen generar los relatos o los cuentos. Aunque no hablen de un personaje definido, los poemas configuran un sujeto, el sujeto que existe, que sufre, que nada. El lector lucha con el sinsentido mientras los textos breves lo mojan con el agua de la poesía.