He chocado muchas veces, contra mujeres, contra padres, contra sacos llenos de pollos semi-asfixiados, contra muros intangibles mucho más sólidos que el concreto o que las metáforas. He chocado contra todos los sentidos, el de pertenencia, el común, el del deber, el del olfato, el del aburrimiento. He chocado contra ganas tristes y contra las felicidades ocultas. He chocado contra despropósitos blandos que me han herido como lanzas, he chocado contra las buenas intenciones y contra buques llenos de camaradas regocijados por un objetivo común que nunca ha existido. He chocado contra el amor, contra unas pérgolas flotantes en un sueño pavoroso en que todas las mujeres eran flores. He chocado contra la inevitabilidad del pasado sabiendo que chocar era una imbecilidad imperdonable, he chocado-ubicuo contra mí mismo, rebotando contra las paredes de mi soledad a tales celeridades que mis ideas han cambiado de estado y se han ido a bolina, a formar parte de las nubes. He chocado contra la tristeza, plásticamente, he formado parte de ella, he chocado contra luces inalcanzables y objetos y herramientas prehistóricas de una inteligencia filosa, inaccesible, deletérea. He chocado con el concepto de un narval, contra la sensación de ignorancia desnuda que sigue después descubrir que no te conoces. He chocado manso, he chocado fiero, he chocado tierno y torvo y pusilánime. He chocado con el pecho, casi siempre con el pecho, porque nadie puede chocar así con el mundo usando otra arma que no sea el corazón. La razón es una patada. También puedo decir que he pateado… pero ese es otro combate.