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#LaBola: el seductor

“No hables, quédate así, tan inútilmente bella, no te asustes. Para mí el amor está vedado, es un sentimiento desligado de mi esencia. Quédate así y pregúntate antes de huir si esta cara, si los rasgos erosionados de esta cara son capaces de hacer alguna mueca de dolor, o de alegría o de pasión. Cuando el viento bate no acaricia estos poros, los destruye. El agua no me refresca, su fluidez, lejos de aliviar el calor, desdibuja mis rasgos. No te marches, que tu mirada azul reviva estos ojos cansados de escrutar el infinito y los cautive tan solo un momento. La eternidad es un instante para ti, para mí es solo eso: la eternidad y nada más. Que tu aliento joven inunde mi cercanía y aleje por un momento esta rígida maldición a otra parte. No te pido que me beses, sé que la monstruosidad de mi existencia debe renunciar a ciertos placeres: que la pasión es carne, y la piedra solo ironía y semejanza…”

El museo cerró a las seis. El encargado le rogó varias veces a la mujer de mirada perdida que se marchara.

Finalmente llamó a seguridad y dos mastodontes se la llevaron a rastras. Lloraba y se pasaba un pañuelito amarillo por el labio partido.

En la última sala, justo al lado del ventanal, un rostro de mármol sonreía.

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