El poeta se paraba sobre las piedras de molino todas las mañanas a nombrar las ignorancias y el límite incierto de la ciudad sitiada.
“Dicen que el enemigo está allá afuera, pero dónde”,
enrojecida la garganta de palabras inútiles el gesto cansado, nadie lo escuchaba.
El poeta sabía que el enemigo había muerto de tanta soledad y enfermedades y espera: los vio desparramados por el campo en revoloteo de buitres un día en las afueras, cuando fue a buscar un final heroico a sus ideas.
Se levantaba en puntas sobre el patíbulo de la plaza y gritaba su discurso a la multitud sorda, pero solo recibía verduras podridas y amenazas.
La frontera inexistente, el miedo irracional, las puertas cerradas lo vencían.
En nombre de los mártires de la resistencia, los buenos ciudadanos trataron de apresarlo no fuera a minar el espíritu con sus arengas. Entonces salió corriendo hasta los límites de la empalizada y abrió una brecha. El pueblo pensó que estaba loco, que se mataba; pero el poeta no cayó
traspasado por las flechas: su cuerpo magro y taciturno pasó ileso entre las tablas, y se paró en el nuevo umbral
y abrió los brazos
y todos lo oyeron murmurar
que se estaba rompiendo lo invisible.
Ilustración: Robert and Shana ParkHarrison’s exhibit, The Architect’s Brother.