Leila Guerriero (Junín, 1967) está considerada hoy, una de las mejores cronistas vivas de las letras hispanas, con permiso de Martín Caparrós. Es, además, una de las pocas escritoras en castellano que se atreve con la crónica criminal de no ficción; no en vano, fue la prologuista de la edición de Operación Masacre, de Walsh, que publicó Libros del Asteroide en 2018. Resulta curioso, que sean las escritoras las que estén apostando fuerte por el género, como hemos visto en esta serie con los ejemplos de Cristina Rivera Garza y, muy especialmente, Selva Almada. Frutos extraños (2009, ampliada en 2012), la compilación que publicó Alfaguara de textos misceláneos de Guerriero, producto de sus muchos años de trabajo en el periodismo narrativo, y en donde figuran algunas de sus mejores crónicas, es el más vivo ejemplo de ese hecho, de esa realidad. Allí encontramos “Tres tristes tazas de té”, la entrevista con Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, más conocida como Yiya Murano, presunta asesina, declarada culpable por haber asesinado a tres amigas, gente bien de la clase alta en Argentina, envenenadas con cianuro en las tazas de té. En todo momento, durante la conversación, Yiya mantiene a la cronista con la duda, en la distancia, incapaz de retener su nombre, impidiéndole entrar en su mundo verdadero, aunque le cuente su pasado, aunque le presente a su marido, mientras defiende una vez tras otra, su inocencia. La narración es espléndida. Guerriero parece pasar de puntillas, pidiendo permiso, por los escenarios de la Murano. Y el lector, este lector, comparte esa experiencia, mientras le queda una sensación, un poso de vacío ante la homicida, la presunta homicida, declarada culpable.
En Frutos extraños también podemos leer “Sueños de libertad”, la crónica triste, dolorosa, de Romina Anahí Tejerina, una muchacha de 20 años condenada a 14 de cárcel por el aborto de un embarazo no querido, por cuya trama nos lleva muy bien su autora. La resolución formal es, de nuevo, impecable. La crónica deja sin aliento, arranca con una rapidez inusitada. Cuando te das cuenta, la protagonista, el testimonio principal, ya está en la cárcel. Para mí, se trata del mejor documento sobre el sufrimiento que padecen las mujeres en la Argentina, con las injustas leyes antiabortistas de su país. En esa crónica no figura ni una sola línea, ni una frase, que haga apología del feminismo, que eche mano de la teoría política para justificar el argumento sobre el que se sustenta la narración. Pero los silencios, los vacíos del escrito, y los personajes, las voces de los personajes, los familiares de Romina, testimonios del drama, elaboran una red mucho más fuerte —mucho más tensa, caleidoscópica y sutil sobre el drama que padecen las mujeres embarazadas contra su voluntad por culpa de la violencia de los hombres— que cualquier discurso incendiario.
Sin embargo, si me tuviera que quedar con una de las magníficas piezas con las que nos deleita Guerriero en esta compilación, una crónica que aunara buena escritura, investigación periodística y crónica de sucesos, me quedaría con “La voz de los huesos”, por la carga política, por la tradición que de este tipo de textos existe en el Cono Sur, en la que se entronca. El texto narra el esfuerzo voluntarioso de una serie de médicos, médicos forenses, la mayoría mujeres, algunos de ellos en prácticas, algunos de ellos todavía estudiantes, por reconstruir una página vergonzosa de la historia argentina: la de los desaparecidos durante la dictadura militar. Desde una perspectiva didáctica, porque el escrito salió en El País Semanal, en España, y el público no tenía por qué estar al día de la realidad de la historia argentina, Guerriero narra cómo esos médicos, esos voluntarios, se organizaron para tratar de conocer la verdad, la horrible verdad, y compartirla con los familiares de las víctimas, los que han sufrido, durante tantos años la ausencia. Y a fe que logra transmitir la angustia, el dolor, y la dignidad del que busca la verdad. Como la periodista, con sus palabras, sus estrategias.