¿Qué más se puede decir de un libro que ganó el Booker Prize en 2016 en su traducción al inglés y cuya autora obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 2024, convirtiéndose en la primera mujer asiática y la primera surcoreana en lograrlo? Quiero evitar repetir lo que se menciona en casi todas las reseñas: que Yeonghye, la protagonista, decide adoptar una dieta vegetariana, provocando el rechazo de su esposo y su familia hasta desafiar las estrictas normas de la sociedad patriarcal coreana. Y lo quiero evitar porque en nuestra sesión del Book Club LeerParaCambiar, coincidimos en que todo eso es cierto, pero descubrimos que la novela nos lleva a explorar, de manera profunda, aspectos insospechados de la condición humana.
Nos hicimos preguntas como: ¿dónde está la línea entre la cordura y la locura?, ¿es mucho más delgada de lo que creemos?, ¿todas estamos a un paso de cruzarla si decidiéramos rebelarnos? También reflexionamos sobre la idea de víctima: ¿por qué algunas personas se abandonan a su destino mientras otras resisten, como lo hace la hermana de Yeonghye? Además, discutimos los cánones de belleza y la constante violencia sobre el cuerpo femenino, impuesta por reglas despiadadas, así como las coerciones familiares, médicas y la soledad de las mujeres sobrecargadas de trabajo doméstico y profesional.
En nuestra comunidad de lectura concluimos que esta novela va mucho más allá de un simple cambio de dieta o una transgresión a las normas sociales. La historia revela un entramado de violencias que rodeaban a la protagonista mucho antes de que dejara de consumir productos animales, y más aún, antes de dejar de comer por completo. Su rechazo a la carne no es una mera restricción alimenticia, sino una renuncia a lo que nos define como humanos. Como dijo una de las integrantes del club: “Yeonghye rechaza una humanidad que la ha tratado tan mal y en la que no encuentra refugio”.
Este libro es una interrogante sobre la naturaleza humana, que oscila sin descanso entre la crueldad y la nobleza. En ese vaivén, resulta difícil imaginar una existencia donde la violencia no sea el parámetro de nuestras relaciones con otros seres —humanos y no humanos. Nos preguntamos entonces si la pureza de la vida reside en las plantas, que crecen y respiran sin necesidad de matar, arrancar o hacer sangrar a otros. Desde esta perspectiva, la novela nos lleva a lo más primitivo: ¿es la lucha por la vida un acto de violencia? En ese sentido, lo que hace Yeonghye es lo más radicalmente “otro”: al dejar de comer, deja de querer pertenecer a nuestra especie. Y quienes permanecemos aquí, no sabemos qué hacer con alguien que, más que morir, desea “no ser”.
Sin embargo, la novela no ignora las violencias concretas que sufrimos las mujeres en sociedades patriarcales: violencia física, sexual, médica y emocional. La historia está narrada desde tres perspectivas.
La primera es la del esposo de Yeonghye, quien la rechaza y la juzga duramente en cuanto deja de comportarse como la esposa modelo que él necesita. Su negación a comer carne se convierte en un símbolo de su transgresión. Este primer narrador encarna la normatividad masculina, el mundo del trabajo, la productividad y la rutina: la jornada de nueve a cinco, la sonrisa en las reuniones sociales, la televisión antes de dormir. La metáfora es clara: las mujeres seguimos luchando por decidir qué hacer con nuestro cuerpo, incluso en algo tan básico como qué comer.
La segunda parte está narrada por el cuñado de Yeonghye, un artista visual que desarrolla una intensa atracción hacia ella precisamente porque es diferente. Esta diferencia se simboliza en la “mancha mongólica” que Yeonghye conserva en la adultez. Esta sección está cargada de una estética erótica que, sin embargo, también implica abuso sexual. Es impactante cómo el libro juega con el deseo, siempre desde la mirada masculina.
La tercera parte es narrada por In-hye, la hermana de Yeonghye, quien para la propia autora funciona como co-protagonista. Es mi parte favorita porque In-hye es la antítesis de su hermana, pero ha vivido las mismas violencias. Dueña de una tienda de cosméticos, madre, mujer independiente que ha logrado insertarse en la sociedad, In-hye resuelve todo por sí misma. Sin embargo, al final se descubre profundamente sola y toma conciencia del abuso que ha sufrido por parte de su familia y su esposo. Con el tiempo, desarrolla una profunda compasión por su hermana y cuestiona su propia vida, basada en la resignación y el aguante.
Es en esta última sección donde la historia aborda de manera más contundente la violencia médica: cómo las instituciones de salud violentan a quienes consideran “incapaces”, y la escasa autonomía que se les otorga a pacientes catalogados como “locos” o “viejos”. También es la parte más espiritual, donde vemos a Yeonghye con más ternura y compasión que desea hacerse una con el entorno natural.
En definitiva, La Vegetariana no es solo una historia sobre dietas o disidencia social. Es una reflexión sobre la humanidad, la violencia y la libertad. Una novela que incomoda, conmueve y deja preguntas abiertas que nos acompañan mucho después de haberla leído y nos dejan con ganas de más.
Penguin Random House, 2021 , 165 páginas.
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