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La rabia de un cineasta chileno en Australia

En entrevista con Suburbano, el cineasta Oscar Cárdenas da su visión sobre el estallido social que sacude a Chile y que sigue con atención desde Australia, país en donde está radicado temporalmente junto a su familia. Su película «Rabia», símbolo del cine chileno independiente, estrenada en 2006, ha sido citada como una de aquellas cintas que retrataron el descontento, mucho antes de que la bomba estallara. Para él, es como si la hubieran reestrenado.

 

Oscar Cárdenas junto a la actriz Carola Carrasco en el rodaje de «Rabia». Foto de Carlos Vásquez.

Esta entrevista presenta varias historias.

La de una mujer llamada Camila Sepúlveda que busca trabajo en Santiago de Chile. La vemos estoica y paciente en la espera, a lo largo de una película de pocos recursos titulada «Rabia», que en 2006 tuvo un pequeño estreno en el Cine Arte Alameda de Santiago, espacio de resistencia cultural que recientemente fue incendiado por una bomba lacrimógena lanzada por Carabineros. La historia de Camila Sepúlveda rotó por festivales de distintas partes del mundo, partiendo en Locarno, Suiza, donde su director tuvo el gusto de conocer al gran cineasta finlandés Aki Kaurismaki, influencia clara en la realización de «Rabia». Kaurismaki le firmó un libro, un afiche y le hizo mención a Salvador Allende.

La segunda historia es la de Oscar Cárdenas, un director nacido en Coyhaique y criado en la capital, que estudió computación y trabajó como programador, antes de estudiar en la Escuela de Cine de Chile, donde se dedicaba a dar clases. Escribió y dirigió dos películas, la ya mencionada «Rabia» y «Una parte de mi vida» (2009) —ambas protagonizadas por mujeres—, que vistas en conjunto pueden entregar muchas pistas sobre el descontento y la crisis social chilena del momento. La desesperanza y el tedio que viven sus protagonistas seguramente representan a muchas personas del país que pide a los gritos y en los muros la frase: «Hasta que la dignidad sea costumbre». La casualidad dice que Oscar Cárdenas volvió a su país después de nueve años, meses antes del estallido, para dirigir una tercera película, «Sola», que se conecta con sus dos antecesoras en relación a lo mismo: una mujer en una sociedad en crisis.

La tercera historia es la de una película chilena que, según su director, ha visto más gente desde que comenzó la movilización social, aunque está online hace varios años.  Algo tenía «Rabia», algo detonó en su indagación de la clase media chilena sin aspavientos, que hoy es referenciada como un filme clave para ver en estos tiempos convulsionados. El portal CineChile.cl la consideró en una lista de «películas online que sirven para entender el estallido social chileno». Lo mismo hizo la revista virtual El Jardín del Pulpo, que la puso a la cabeza del artículo «El Cine chileno que retrató el descontento».

Estas tres historias se mezclan en esta conversación en que la sociedad chilena y el cine están tan unidos como en las películas que Oscar Cárdenas hizo antes de partir a Australia, para llevar a cabo una vida académica y mirar al país con nostalgia, pero también con rabia.

¿Cómo se ve la crisis social chilena desde Australia?

Se ve muy de cerca la verdad. Yo visité Chile recién en julio pasado, después de casi 9 años, y a pesar de haber estado tan lejos, logré reconectarme con todo como si nunca me hubiese ido. Por lo mismo, cuando vino el 18 de octubre, sentí que las cosas iban por una vía que era predecible. Esto tenía que estallar algún día, obviamente el cuándo era desconocido para todos.

Durante muchos años seguí las notas y artículos que ya mostraban la crisis de manera evidente, pero a la vez mostraban una élite que no reconocía o prefería no ver un país con una tremenda y vergonzosa desigualdad. Es cierto que parte de esa élite tampoco abrió los ojos ahora, la burbuja que los protege es un filtro muy poderoso. Desde acá uno no está sujeto al bombardeo constante de noticias, redes sociales y amistades que giran en tono monotemático sobre algo en particular. Uno es capaz de ver el bosque en su totalidad y no solo el árbol que tienes enfrente. Los eventos desde acá se ven con la ansiedad de no poder estar allá cooperando desde el lugar en que uno puede ayudar, el cine, la imagen en movimiento. Pero a su vez, es hermoso ver como exestudiantes, por cierto, ahora colegas, se la han jugado con estar incluso con la Primera Línea registrando todo. Eso te hace sentir orgulloso de tu gente y de tu pueblo.

¿Te dicen algo tus amigos australianos de lo que ven en las noticias sobre Chile?

Es curioso, porque lo primero que ven son gente destrozando locales, barricadas, luchando contra la policía. Eso muestran las noticias, con un contexto muy superficial, teniendo claro que una nota como esta solo tiene 40 segundos en pantalla, nada más. Para un australiano, y me imagino para cualquier extranjero, no se entiende mucho qué está pasando allá. La imagen de Chile afuera es la de un país con estabilidad económica y política, y el más seguro de Latinoamérica. Una imagen de país próspero, un «oasis», como dijo Piñera. Pero cuando yo contextualizo las imágenes que ven en televisión se preguntan cómo es que los chilenos pudieron aguantar tanto. Es difícil para ellos entender que tengamos que pagar por educación o salud. Acá existe educación estatal y privada como en todas partes del mundo. Con la diferencia que la educación estatal es gratis y de muy buena calidad, porque el Estado invierte en ella. La mayoría de la gente opta por la estatal en primaria. Es un sistema inclusivo, tienes hijos de empresarios y obreros en la misma clase.

RABIA

Tu película «Rabia» ha aparecido en algunas listas de filmes que permiten entender el estallido social. ¿Qué piensas al respecto?

¡Fue una sorpresa! Me sentí orgulloso de que una película tan modesta pueda servir para entender lo que está pasando en el 2019. «Rabia» siempre estuvo disponible online, se subió a Internet de forma gratuita casi de inmediato. Es reconfortante como realizador ver como una obra se resignifica y da la posibilidad de relecturas en el ahora. La sensación que me dio es como si hubiese sido restrenada nuevamente. Y sentí que se le hacía justicia al colocarla al lado de películas de gran calidad técnica y artística. Fue una película hecha a pulso que costó no más de 2.000 dólares de la época.

Carola Carrasco, protagonista de "Rabia"
Carola Carrasco, protagonista de «Rabia»

Hace poco tuve en mis manos el libro «El novísimo cine chileno» (Uqbar Editores, 2011) y pensaba que «Rabia» debería estar ahí; es una película que representa en gran medida esa idea de relacionar el cine chileno de los 2000 con el cine de fines de los 60. ¿Por qué no está ahí? ¿Te dolió la omisión?

Sinceramente, no. Mucha gente me ha manifestado la misma idea, eso de que no haber estado incluido no había sido justo. Pero quiero ser honesto también, creo que la selección es bastante buena. En cuanto a sus análisis o lecturas sobre las películas, quizás no lo sean tanto, pero eso es una discusión aparte y más académica.

La idea de hacer un libro que dé cuenta qué es lo que viene o qué es el cine chileno no es para nada original, y en esa época respondía más a una estrategia. Su alcance como estudio es muy menor. Me atrevo a aventurar que ya están preparando un libro con el «nuevo novísimo cine chileno», quizás otros autores, pero con la misma idea del anterior: quién llega primero en esta carrera por posicionarse en la pole position. Los libros de este tipo, por útiles que sean a veces, quedan en la academia, amigos y alimentan egos. Está lleno de estudios, libros y papers que se escriben sobre cine. El estar incluido o no puede ser considerado como un mérito por algunos, pero es un mérito estéril. Lo que te motiva a seguir haciendo cine son pulsiones internas, que en mi caso tienen que ver con lo social. El resto de las lecturas e interpretaciones se las dejo a la academia, que por lo demás está cada día más desconectada de la sociedad.

Después de «Rabia» hiciste otra película que tuvo escasa difusión, «Una parte de mi vida». ¿Qué pasó con ella?

«Una parte de mi vida» es una película que quiero mucho, es mi segunda película, realizada con bajo presupuesto también. Quedó un poco a la deriva, porque se terminó en el momento en que yo y mi familia nos íbamos a Australia. Fue difícil insertarla y darle un empuje, pues muchos del equipo se dispersaron a otras latitudes también. Al igual que «Rabia», se decidió dejarla disponible en forma gratuita en Internet.

Siempre he pensado que tus dos películas funcionan como un díptico, desde la ficción, muy certero sobre la mujer de clase media en Chile. ¿Piensas que si hubieran aparecido ahora habrían tenido un impacto mayor?

Arantxa Uribarri, protagonista de «Una parte de mi vida».

Es verdad, son como un díptico, y te puedo adelantar que es un tríptico con la nueva película, «Sola», que debería ser estrenada este 2020. Creo que las cosas ocurren en el momento preciso, si «Rabia» y «Una parte de mi vida» hubiesen sido hechas ahora el impacto sería el mismo. Quizás hubiesen tenido un estándar técnico más alto, me refiero a la calidad de imagen por el tipo de cámara que hay ahora; a lo mejor también más difusión en redes sociales, pero nada más. Ese país que aparece en las dos películas lamentablemente es el mismo país en el que estamos ahora. No ha cambiado nada. Y eso es lo triste. Ya lo dijo Jorge González, que triste que aún la canción «El baile de los que sobran» tenga sentido para una generación del siglo XXI.

«Rabia» tiene quizás una de las escenas más acertadas sobre la cultura del «pituto» y el amiguismo en Chile, algo que es parte de nuestra idiosincrasia. ¿Eres uno más en esa lista de víctimas del amiguismo?

No, y te lo digo sinceramente. Tengo buenos amigos, pero no soy cercano al amiguismo. Si lo he sufrido no me he dado cuenta. Siempre te dicen que debes tejer redes, o ser cercano a tal o cual grupo de artistas, visitar lugares comunes donde todo se disfraza como una falsa adulación a tu trabajo. Debes ser crítico, pero no tanto, para no herir sensibilidades. Sobre todo en tiempos de postulación a fondos audiovisuales.

El amiguismo es un mal en todos los países y contribuye a construir élite. Sí, élite, esa misma que cuestionamos constantemente, y ahora más que nunca. No hay que ser ciegos, el arte y el cine en especial, están construidos actualmente desde la verticalidad. Es una clase social privilegiada la que lo hace, se mira y critica a sí misma, sin mirar hacia abajo, aunque como en todo, hay excepciones.

A 14 años de «Rabia», ¿qué fue lo más gratificante que te dejó su realización, considerando que hoy se posiciona como una referencia para el espectador de cine chileno en tiempos de estallido social?

Algo que rescato de su realización tiene que ver con una forma de hacer películas. No es que haya descubierto algo nuevo ni nada parecido, sino que tiene que ver con transitar por un camino más personal para hacer películas. Hacer cine en Chile es difícil, y te lo hacen más difícil aún, cuando te instalan la idea de que para hacer películas hay que ganarse fondos y participar en mesas de coproducción o mercados. Si yo hubiese presentado «Rabia» a fondos, probablemente no se hubiese hecho jamás. Trabajar desde la precariedad te obliga a buscar caminos alternativos, que dependerán obviamente del tipo de cine que quieras hacer. Esas películas a veces resultan y otras veces no. Es un ejercicio de prueba y ensayo constante. Lo que «Rabia» me permitió es eso, transitar un camino distinto y más independiente.

REGRESO A CHILE

Estuviste en Chile este 2019, simbólicamente algunos meses antes del estallido. ¿Con qué país te encontraste?

Me encontré con un país congelado en el tiempo. Un país deteriorado en todos los aspectos, donde se percibían las desigualdades diariamente. Por ejemplo, yo me trasladaba desde la Plaza de Maipú al centro todos los días, y era indignante comprobar que la línea 5 del Metro estaba estructurada en base a los carros de metro de los ochenta. Es decir, pequeños, mal mantenidos, sin aire acondicionado. ¡Por favor! Y después se preguntan por qué la gente estalló, por qué se siente molesta. Ese Chile te golpea en la cara día a día. Ese Chile no lo ven los que tienen el poder político y económico, incluso los que pertenecen a la academia miran a un lado. Ellos simplemente lo leen a través de un diario, lo ven por televisión, se lo cuentan o lo analizan a través de papers. Bueno, ese es el Chile real, el Chile que ya conocía y que he vuelto a ver con tristeza. El Chile de «Rabia», de «Una parte de mi vida» y de «Sola».

Viniste a filmar una nueva película. ¿De qué se trata?

Estuve en Chile en julio de 2019, una visita de carácter familiar, pero con la posibilidad de hacer cine. Siempre en los términos de muy bajo presupuesto y muy poco tiempo, acompañado esta vez por Alejandra Bitran y Carlos Araya de Suave Producciones.

«Sola» se trata nuevamente de Camila Sepúlveda, quien debe reunir 400.000 pesos en dos semanas para ayudar a su madre con un tratamiento médico urgente. Ante la imposibilidad de conseguir el dinero, se hace la idea de trabajar como «escort under», por lo que inicia múltiples chats con otras personas involucradas en el tema del sexo pagado, a través de un grupo cerrado. Al final del día, Camila deberá tomar la decisión de entrar o no a este mundo.

Gabriela Robledo, protagonista de «Sola».

¿Tiene conexiones con las dos anteriores?

Por supuesto. La conexión más evidente es que la protagonista se llama Camila Sepúlveda, tal y como en las dos películas anteriores. Pero el punto en común más fuerte es la idea de presentar un personaje femenino, atrapado en un sistema social que no ofrece ninguna salida. En un sistema neoliberal como el nuestro la salida siempre aparece como un espejismo, una puerta simbolizada por lo material, como por ejemplo obtener dinero para solucionar un problema apremiante de carácter familiar o personal. Esto está presente en las tres películas, pero la protagonista de «Sola» entiende y muy duramente, que la salida no está solo en lo material.

¿Por qué las protagonistas de tus películas son mujeres? En el 2006 parecía que no era algo que abundara en el cine chileno.

La verdad no recuerdo si había otras películas en esa época con mujeres como protagonistas. Pero la razón para trabajar en torno a la mujer es que refleja de manera más evidente los abusos de poder y marginación que ha provocado un sistema como el neoliberal. Imagina que muchas situaciones que aparecen las viví personalmente cuando buscaba trabajo como programador de computadores. Las mujeres están en una desventaja mucho mayor todavía en una sociedad machista como esta.

 

HACER CINE, MIRAR CINE

«Rabia» y «Una parte de mi vida» intentaban evitar el conflicto en sus tramas, aprovechando de mejor forma el tiempo muerto y conectándolo con el mundo de sus personajes. ¿Es un riesgo esta forma de hacer cine, pensando en la impaciencia del espectador contemporáneo?

Es una apuesta difícil. Quizás más ahora en la era Marvel, donde las películas ofrecen inmediatez en términos de acción y de llevar la trama hacia delante de forma vertiginosa. Esa idea que plantea Raúl Ruiz de que el conflicto central se ha apoderado del cine es 100% cierta. De hecho, es el paradigma con el que forman directores en escuelas de cine y es el que rige la selección de guiones o proyectos de películas en los mercados y fondos de financiamiento. Y la verdad, nadie lo cuestiona, salvo excepciones, como Ruiz, el más destacado quizás.

En mi caso, al momento de hacer mis películas, me refiero a filmar, el guion se transforma en una guía solamente. Y es que basta darse unos minutos en el set, en mi caso locaciones reales, para notar o sentir que los tiempos que están en el guion no coinciden con los tiempos del lugar. Me explico, esa situación descrita en el guion con lujo de detalles y que se rige con la idea de «una página, un minuto», muchas veces no calza al estar físicamente en el lugar. Los actores y el equipo técnico también lo perciben. El fotógrafo, quien tiene la cualidad de escribir con luz, también lo siente. Esto no quiere decir que cambia el sentido de la película o la escena, pero sí cambia su velocidad interna. El desafío más interesante como realizador es traspasar esa temporalidad y sensación espacial al espectador. La vida real no es un montaje de planos y contraplanos en una línea de tiempo. Es más complejo que eso. Los personajes, en el caso de mis películas, se construyen a sí mismos a medida que el tiempo pasa a través de ellos. Es tan así, que muchas veces los actores pierden absoluta conciencia de que están siendo grabados. Ahí surgen miradas y gestos que nos conectan a todos como espectadores, nos reconocemos los unos a los otros y podemos entender qué les pasa internamente, ya no como personajes de una película, sino como seres humanos que son. Y entre otras cosas, se puede prescindir del diálogo.

¿Cómo ves el momento actual del cine chileno, con dos premios Oscar, rotación por festivales importantes y con directores chilenos haciendo películas en Estados Unidos?

El cine chileno abrió una ventana al mundo cinematográfico internacional y es protagonista del mismo. Pero hay cosas a tener en cuenta, estas olas son pasajeras, van y vienen. En los festivales, por ejemplo, se buscan tendencias que se traducen en ventanas que tienen como objetivo abrir mercados. Muchas veces se trata más bien de movimientos de carácter comercial y no cultural. Sin embargo, esto no le resta un solo ápice de calidad a las películas que lo merecen. A muchos productores no les interesa tu postura sobre el cine o qué te motiva a hacerlo, les interesa que le puedas vender un producto en tres minutos en una reunión de mercado. Los famosos pitching. Estoy muy de acuerdo con Lucrecia Martel, cuando dice que si puedes resumir tu película en 3 minutos, probablemente no tiene ningún interés.

En Chile y en el mundo se ha adoptado el concepto de «industria», que se utiliza como un mantra por muchos. En lo personal creo que ese concepto es una trampa de la cual se debe escapar o al menos intentarlo. El cine no es una industria, eso te lo han inventado para hacerte creer que la labor nuestra es producir películas. Así, el lenguaje crea realidades. Nuestra cinematografía debiese alejarse de esos dos conceptos heredados del primer mundo, industria y producir. Es mucho más interesante hablar de «hacer cine», ese hacer desde lo básico, sin pretensiones, como un ejercicio constante de prueba y error. Es ahí donde debemos pararnos. El otro pedestal, el de la industria, es prestado e inestable, depende de lo que el mercado quiera ver. Y el mercado del cine no se regula solo, se crea porque hay intereses y diseños preestablecidos por agentes ajenos al proceso creativo.

¿Cuáles son las películas que más te han gustado del último tiempo? ¿Has visto los títulos del 2019?

De lo que vi en 2019 destaco, o recuerdo quizás sea la mejor palabra, a «Dogman» de Mateo Garrone, «Parasite» de Bong Joon-Ho, «Las Herederas» de Marcelo Martinessi, «La Camarista» de Lila Avilés y el documental chileno «Las Cruces» de Carlos Vásquez y Teresa Arredondo. No he podido ver cine chileno de ficción así que por eso no lo incluyo en esta lista.

¿Te gustó el «Joker»? ¿Allá en Australia deben seguir prefiriendo al de Heath Ledger por sobre el de Joaquin Phoenix, o no son tan nacionalistas?

La verdad, me gustó el «Joker», no en la línea de encontrarla una obra maestra como dice Michael Moore, ni menos como lo expresa Alberto Fuguet, que pareciera escribir su crítica con la intención de ser la voz diferente y polémica. Lo cierto es que el «Joker» no es una película de superhéroes, ni siquiera pretende serlo. Un ejercicio útil es mirarla desde la perspectiva de una persona que no tiene idea quién es el Joker. Yo creo que aquella persona tendría una lectura más honesta, y más aún si desconoce las referencias cinéfilas que tiene el film. Esas referencias que tanto disfruta destacar y comparar Fuguet en un ejercicio de cinefilia estéril. La honestidad de la película viene solo a través de su mensaje claro y simple contra el poder y los ricos: la élite. Su mensaje es simple, es verdad, pero conecta con un público que conoce gente como los personajes cercanos al Joker, o el Joker mismo. La reacción es muy parecida a lo que pasó en Chile cuando nos enterábamos (yo desde acá) cómo se quemaban los metros. Nuestra actitud no era de rechazo o indiferencia, era —como decía Alberto Mayol— de asombro. Estaba pasando ante nuestros ojos, ahora, en vivo. Y no importaba. Porque quizás nos decíamos: yo hubiese hecho exactamente lo mismo. Eso es lo que provoca el «Joker». Eso es lo que no puede leer una élite intelectual, que espera solo demostraciones vacías y barrocas de cinematografía y cinefilia. El «Joker» no me parece una obra maestra, pero toca fibras que para un gran público cobran sentido.

El Joker de Heath Ledger es muy bueno como personaje de una película de superhéroes; lo contrario a Joaquín Phoenix, donde contexto y género son distintos. No son comparables, según mi opinión, pertenecen a mundos cinematográficos opuestos. Coincido con Zizek, cuando dice que es el personaje más interesante junto a Bane, en una trilogía muy reaccionaria políticamente. Pero eso es una discusión aparte.

¿Cómo recuerdas tu encuentro con Aki Kaurismaki en Locarno?

Fue el 2006, cuando le dedicaron una retrospectiva y pude volver a ver todas sus películas. Fue bien emocionante, porque sus películas me influyeron a mí como cineasta, su estilo de trabajo y sobre todo su acercamiento y desarrollo al cine desde lo social. A mí me tocó fuertemente «La chica de la fábrica de cerillas» (1990), que fue en parte la base para armar «Rabia». El personaje de Camila Sepúlveda tiene mucho de esa chica en algunos sentidos. Por eso cuando la película se estrenó en Locarno y, más encima, estaba de invitado especial Aki Kaurismaki, fue una bonita coincidencia. Me acuerdo que conversamos poco, porque fue un encuentro casual, en medio de los periodistas. Yo me acerqué porque quería conocerlo y decirle que admiraba su cine y todo eso, muy de fan, y él me dijo: «ah, eres chileno, qué bueno, es la tierra de Salvador Allende». Sí, le dije yo. Y me acuerdo tal cual que me dijo: «muy bien, compañero».

 

EL OASIS

Tienes dos hijos que han vivido más tiempo en Australia que en Chile. ¿Dan ganas de volver al oasis?

Al oasis de Piñera, no. Al país que se está esbozando y se quiere construir, sí. Suena a eslogan fácil, pero es la verdad. Después del estallido social he podido ver voluntades y energías para hacer un país mejor para todos. Se ha recuperado la esperanza, algo que sin duda se había perdido. Y gracias, por ejemplo, a la primera línea, se ha recuperado la épica. Hay una generación sin miedo y eso no lo había visto nunca, ni siquiera en los ochenta, cuando se luchaba contra Pinochet.

En ese país hay mucho por hacer, muchas películas por filmar. Desde ahí creo que puedo aportar, no con grandes películas ni nada así, sino que simplemente con hacer, enseñar y aprender. Porque una cosa quiero dejar claro, nuestra generación va en retirada, acá hay generaciones de cineastas mucho más capaces que nosotros. Ellos son los que adoptarán y crearán nuevas narrativas vinculadas a tecnologías, que nos parecían hasta hace poco, ciencia ficción. Esta generación, y las que vienen, cambiarán el mapa cinematográfico completo. Y eso ocurrirá desde países como los nuestros.

El equipo de «Sola» en rodaje. Foto de Oscar Cárdenas.

¿Cómo recibiste la noticia del incendio del Centro Arte Alameda?

Fue tremendo, me impactó bastante ver las imágenes. Yo lo seguí en directo desde acá y realmente me dio pena, porque siempre ha sido un lugar de exhibición de películas de cine independiente, de buen cine, durante muchos años; encuentros de escritores, lanzamientos de libros y quedó hecho cenizas. Ahí vi las películas que me influyeron. Fue triste verlo así, porque también había sido el centro de acopio de material médico para la primera línea. Cumplió un objetivo bastante grande.

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Para ver «Rabia» online:

Para ver «Una parte de mi vida» online:

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