Nacida en 1961, A.M. Homes es autora de una ya extensa obra narrativa, en la que se cuentan novelas y libros de cuentos de desigual resultado, pero que la han colocado como figura relevante de una generación integrada, entre otros, por escritores como Jonathan Franzen, Geoffrey Eugenides, Chuck Palahniuk, Lorrie Moore y el malogrado David Foster Wallace. Con mayor o menor énfasis, este grupo suele considerarse heredero directo de Don DeLillo, ese autor que ha modificado profundamente la mirada que la literatura yanqui ofreció de su propio país hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX.
Homes, considerada por la crítica como “la reina de las chicas malas” por su temática descarnada y violenta, ha centrado su obra en las relaciones íntimas de un puñado de personajes por lo general marcados por la desesperanza y la soledad, atrapados la mayor parte de las veces en conflictos psicológicos que alcanzaron el paroxismo en la impactante novela El fin de Alice, un recorrido por la enfermiza relación epistolar de un pederasta preso y una joven mujer. Otros de los puntos altos de su escritura pueden encontrarse en la colección de relatos Cosas que debes saber, entre los que destaca el ya emblemático “Georgica”, la historia de una mujer que por las noches recorre las playas de un balneario recogiendo los preservativos de parejas jóvenes, buscando inseminarse con los restos desechados. También en este libro figura el cuento “La ex primera dama y el héroe de fútbol americano”, despiadado retrato de los últimos días del Ronald Reagan afectado de Alzheimer, cuando ya ni siquiera recuerda haber sido el presidente del país más poderoso del planeta (Foster Wallace a su vez había abordado en su cuento “Lyndon”, de modo notable, la vida del presidente Lyndon B. Johnson).
Una gran familia
En 2007 Homes dio a conocer un extraño libro, La hija de la amante, una suerte de racconto autobiográfico en el que narra cómo, recién a sus 31 años y habiendo ya publicado sus primeros títulos, encuentra a su madre biológica y poco después a su padre, un hombre mayor, casado, que había seducido, embarazado y abandonado a una muchacha, ahora convertida en una mujer depresiva y enferma. Acaso la autora nunca había sido tan honesta con sus lectores, pero también, y paradójicamente, nunca tan desapasionada a la hora de dar cuenta de una peripecia de la que, según sus propias palabras, salió profundamente herida y en la que pueden rastrearse algunas de las claves de sus ficciones. “Me gusta la idea de tener una gran familia a mi alrededor”, había dicho en una entrevista ofrecida en una gira de promoción del volumen en España. “Todo el mundo necesita una familia.”
En Ojalá nos perdonen, su nueva y voluminosa novela, Homes se propone varias cosas simultáneamente, aunque al mismo tiempo parece retomar el tratamiento, esta vez en tono irónico, de algunos de sus propios nudos vinculares. En primer lugar, despliega un aceitado ejercicio de estilo, basado en una voz narrativa en primera persona y sostenido por un permanente uso de los diálogos, que se mantiene con total precisión durante 650 páginas. En segundo, traza una historia donde la soledad se mezcla con el absurdo, la esperanza con la más dramática de las confusiones, el amor con la locura, las pesadillas con los anhelos de felicidad. Y en tercero, reitera el viejo mecanismo que implica narrar la historia de un hombre para que el lector se tope con la historia de una sociedad, de una nación.
Mi hermano y yo
Harold (Harry) y George Silver son dos hermanos judíos. El primero de ellos (el mayor, encargado de la narración) está casado con una chino americana, no tiene hijos, su matrimonio agoniza y ha pasado la vida entera quejándose de la superioridad de su hermano menor (“…lo peor de todo, saber que no soy excepcional y que no destaco en nada”). Es historiador especializado en la vida de Richard Nixon (como el profesor de Ruido de fondo, de DeLillo, era especialista en Hitler), y prepara una extensa biografía de uno de los presidentes más equívocos de Estados Unidos, el único en haber renunciado a su cargo tras el escándalo Watergate, pero también el encargado de ponerle punto final a la guerra de Vietnam y de haber establecido relaciones diplomáticas con la China de Mao. El segundo tiene dos hijos pupilos en costosos colegios, una mujer atractiva y una hermosa casa, y es un exitoso productor televisivo que, un buen día, choca con su auto una camioneta, incidente en el que resulta muerto un matrimonio y sobrevive un niño.
La historia da comienzo el Día de Acción de Gracias y se cierra un año después. Y en las primeras y vertiginosas cincuenta páginas, Homes da cuenta de una serie de sucesos que constituyen en sí mismos una narración completa. George es internado en un psiquiátrico, y mientras tanto Harry se acuesta con su cuñada. Una noche George escapa del hospital, regresa a su casa y encuentra a su hermano vistiendo uno de sus piyamas y durmiendo con su esposa, a quien mata partiéndole una portátil en la cabeza. De allí en adelante se debaten las otras 600 páginas: Harry se muda a casa de su hermano e intenta reconstruir algo que le ha sido negado a lo largo de su propia vida, una familia verdadera, sobre los restos de algo que no le pertenece.
Todo ocurre a un ritmo incontenible, y aunque la lectura resulta tan veloz como la sucesión de encuentros y desencuentros, interminables idas y venidas, afectos y desafectos sin control, personajes dulces, estrafalarios o extremos (sus sobrinos, su madre internada en una casa de salud, el niño que sobrevivió al accidente, algunas amantes que recluta en internet), a cierta altura las situaciones más o menos extravagantes comienzan a resultar vacuas, cuando no exageradas o imposibles (hay, por ejemplo, un bar mitzvah celebrado en una perdida localidad de Sudáfrica que trasvasa los límites de lo veraz), y el lector empieza a preguntarse si cien, ciento cincuenta folios menos, no le hubieran hecho un gran favor al libro.
Homes le confesó al periodista español Eduardo Lago que ella quería “escribir un libro que me divirtiera leer, entretuviera, me hiciera reír, lo cual no es fácil, porque yo no me río así como así. El humor es un arma muy eficaz porque permite profundizar, abriendo una rendija en la defensa del lector. Si se consigue hacer reír resulta más fácil hacer llorar”. Ello a veces funciona, aunque es una tarea descomunal.
Ojalá nos perdonen, de A.M. Homes, Editorial Anagrama, Barcelona, 2014, 650 páginas.