Leo en un reciente artículo del periódico digital español Mundiario, firmado por Andrés Tudares, que la Estación Espacial Internacional, que lleva más de dos décadas flotando en el espacio sideral y en la cual se han realizado más de tres mil experimentos científicos para mejorar la existencia de la humanidad, terminará su vida útil en 2030. Una vez que se concluyan las últimas tareas programadas, la estación descenderá suavemente hasta su destino final, un lugar en las profundidades del océano Pacífico llamado Punto Nemo, que se considera el sitio más remoto del planeta Tierra.
La Estación Espacial Internacional se programó para operar hasta 2024, y una extensión de ese plazo debe ser aprobada por las cinco agencias espaciales que participan en el proyecto conjunto de la estación, entre ellas la agencia espacial rusa. La tensión actual entre Moscú y Washington en torno a la crisis en Ucrania crea dificultades para mantener la colaboración cósmica. Crucemos los dedos para que impere la cordura en esa crisis.
De cualquier forma, la NASA, la agencia espacial estadounidense, ha anunciado que el retiro de la Estación Espacial Internacional marca el inicio de una transición al sector privado, especialmente para actividades en órbita terrestre baja.
El sector privado ya forma parte del programa espacial estadounidense desde hace tiempo. Empresas norteamericanas comerciales se han encargado de llevar tripulantes y suministros a la Estación Espacial Internacional. Ahora, con el próximo retiro de la estación internacional, la actividad en el espacio queda en manos de empresas privadas.
SpaceX, la empresa fundada por Elon Musk, el magnate cuya compañía creó los costosos autos eléctricos Tesla, tendrá sin duda un papel importante en esta nueva fase de la conquista del espacio por entidades privadas. Lo mismo se puede vaticinar de la empresa Blue Origin, de Jeff Bezos, el acaudalado dueño de la super tienda digital Amazon, y de Virgin Galactic, de Richard Branson, creador del Virgin Group. El año pasado, Bezos y Branson iniciaron sus propias carreras espaciales al elevarse por unos minutos hasta el límite de la atmósfera terrestre, un costoso alarde con el que se proclamaron astronautas y anunciaron el surgimiento del turismo espacial. Esta nueva modalidad de turismo, por supuesto, está reservada a los adinerados que pueden pagar los cientos de miles de dólares que cuesta asomarse por unos minutos al espacio exterior.
La NASA ha explicado que la actividad privada ahorrará mucho dinero a las arcas gubernamentales. Pero las empresas comerciales también saldrán muy beneficiadas al aprovechar el conocimiento y las habilidades técnicas que ha adquirido la agencia gubernamental en décadas de experimentos y estudios científicos en el espacio, costeados por los impuestos que paga la población. Un negocio redondo.
El 20 de julio de 1969, cuando el astronauta norteamericano Neil Armstrong se convirtió en el primer ser humano en pisar la Luna, pronunció una frase que se hizo célebre (hoy diríamos que se hizo viral): «Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad». La misión del Apolo 11 que llegó por primera vez a la Luna, como todas las demás misiones de la época, eran estatales. La pregunta que ahora debería flotar en el ambiente es si la decisión de la NASA de ceder el control estatal a intereses comerciales privados será también otro gran salto para la humanidad.
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