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La manera correcta de cazar nazis

Humanos, demasiado humanos

Unos años atrás, cuando el británico estadounidense Thomas Harding (1968) descubrió algunas cosas ocultas del pasado de su tío abuelo Hanns Alexander, fallecido en 2006, la sorpresa lo conmovió, pero más lo hizo la necesidad de escribir sobre dos peripecias humanas que de algún modo podrían sintetizar buena parte de lo ocurrido durante la primera mitad del siglo XX, en particular en lo concerniente a la Segunda Guerra Mundial y a algunos de sus protagonistas.

Hanns había nacido en 1917 en el seno de una familia judía acomodada de Berlín. Su padre, Alfred Alexander, militar destacado durante la primera guerra, era uno de los médicos más renombrados del momento, y entre sus pacientes se encontraban figuras de la talla de Albert Einstein, Richard Strauss o Marlene Dietrich. Alfred y su esposa solían ofrecer fastuosas fiestas en su mansión, a las que concurría la alta aristocracia berlinesa, pero una vez agudizadas las crisis políticas y económicas en la Alemania de fines de los 20 y comienzos de los 30, las recepciones se fueron haciendo más esporádicas. Tras la ascensión de Adolf Hitler en 1933, las brigadas nazis comenzaron a fustigar la envidiable vida de aquella casa. Afortunadamente, antes de comenzar la guerra, los Alexander pudieron establecerse en Londres, donde Alfred debió recomponer su carrera, las dos hermanas mayores de Hanns se casaron y él y su hermano mellizo, Paul, se alistaron en 1939 en el Cuerpo Militar Auxiliar de Zapadores, un grupo formado por refugiados de la Europa continental decididos a pelear bajo la corona británica, y cuyo lema era “El trabajo lo vence todo”.

El otro protagonista de esta amarga aventura convertida en libro, Rudolf Höss, había nacido en una zona rural cercana a Baden-Baden en 1901. Su padre era un militar de bajo rango y él mismo, con apenas 17 años y a las puertas del Tratado de Versalles, ya había sido ascendido a sargento del ejército alemán. Cuando retorna del derrotado frente se alista en los freikorps, comandos paramilitares que siguieron resistiendo unos meses más pero que finalmente fueron desmovilizados. Entre la curiosidad y la fascinación, en 1922 Rudolf escucha por primera vez un discurso de Hitler y se afilia al partido nazi (NSDAP). Pronto conoce a Martin Bormann y, tras un incidente en que ellos dos y otros amigos matan a un freikorps acusado de traición, asume toda la culpa del crimen y es condenado a diez años de cárcel, actitud que Bormann, luego secretario personal de Hitler, agradecerá para siempre.

Un único objetivo

En 1929 Höss se casa con Hedwig Hensel, con quien tendrá cinco hijos. En 1933 ingresa a las SS, y Heinrich Himmler lo destina al campo de Dachau, donde el nazismo ya en el poder ha comenzado a encarcelar a toda clase de disidentes políticos. Será una buena oportunidad para que Rudolf empiece a experimentar una actividad que, con el paso del tiempo, irá desarrollando hasta la más macabra perfección. El propio Himmler, encargado de todo el sistema de campos de reclusión, lo destinará luego al campo de Sachsenhausen donde Rudolf, ante sus subalternos, matará de un balazo a un oficial al que se le había escapado un preso.

A cada nuevo destino, un ascenso. A comienzos de los 40 es encomendado para la puesta en marcha de Auschwitz, un complejo de campos ubicado en territorio polaco, a pocos kilómetros de Cracovia, donde se instala junto a su familia en un chalet que manda construir a pocos metros de los barracones. A la entrada del establecimiento principal alguien ha colocado un cartel con un lema que luego se volverá famoso, “El trabajo libera”, y que es siniestramente similar al de los Zapadores del Reino Unido.

Cuando en 1941 las autoridades nazis diseñan lo que llamaron “Solución final”, le solicitan un esfuerzo a Rudolf. Por el lugar que él dirige pasarán en adelante miles y miles de personas, en su mayoría judíos, que deben ser exterminadas. Y él pone manos a la obra; levanta las primeras cámaras de gas, manda construir, anexos a estas, los primeros crematorios, y comienza a utilizar el Zyclon B, un producto que una vez abiertas las latas donde se almacena y al contacto con la humedad del aire, provoca el desprendimiento de cianuro de hidrógeno gaseoso (HCN), que en pocos minutos acaba con la vida de decenas de prisioneros.

En el otro bando, la actividad militar de Hanns y de Paul es escasa durante todo el conflicto. Recién en abril de 1945, y cuando la derrota nazi ya es un hecho, Hanns es seleccionado gracias a su conocimiento del idioma alemán para integrar un equipo de investigación de crímenes de guerra. Un mes más tarde viaja al campo de Belsen, donde encontrará un panorama atroz: cientos de cadáveres y sobrevivientes al borde de la muerte y de la desesperación. Los primeros interrogatorios ponen a los brigadistas en el rastro de lo ocurrido en Auschwitz. Y desde ese momento Hanns se traza un único objetivo: atrapar a Rudolf Höss.

Un mapa de caminos

Cuando el ejército soviético llegó a Auschwitz, solo quedaban unos pocos sobrevivientes y prácticamente ningún soldado. Los nazis intentaron destruir las pruebas de aquel horror, pero de todos modos no lograron ocultar nada de lo allí sucedido. Höss, su esposa, y los principales responsables de la masacre, entre ellos el médico Josef Mengele, lograron huir, desperdigándose a lo largo y ancho de la Alemania ya ocupada. Höss y su familia se dirigieron al norte; él, llegado a un pueblo de la costa báltica, tomara la identidad de un marinero muerto para luego emplearse en una empresa agrícola; allí será detenido el 11 de marzo de 1946.

El notable libro de Harding va describiendo el itinerario de ambos protagonistas en capítulos que los alternan, aportando datos y dibujando ese mapa de caminos y de sentimientos que finalmente los pondrá frente a frente. Acercarse a una bestia como Höss no necesita otra cosa que una palabra neutra, una descripción desangelada, el simple testimonio de sus actividades: todo en este hombre es calculado, excesivo, brutal. Pero con respecto a Hanns, el autor no cae en falsos halagos, ni siquiera en aquellos justificables por su lazo parental. La honestidad de Harding lo hace informar que su tío abuelo fue capaz de robar, de entregar a un prisionero de guerra (Gustav Simon, regente nazi de Luxemburgo) a un grupo de partisanos que terminaron ahorcándolo, de mentir y extorsionar a Hedwig y a sus hijos, y de permitir que la brigada que lo acompañó en la captura de Höss lo golpeara hasta casi provocarle la muerte.

El Kommandant se salvó de esa paliza pero fue ahorcado el 16 de abril de 1947 a pocos metros del crematorio de Auschwitz que él mismo había ideado, y a menos de una cuadra del chalet donde había vivido con su esposa y con sus hijos, y donde había sido extrañamente feliz.

Hanns y Rudolf. El judío alemán y la caza de Kommandant de Auschwitz, de Thomas Harding, Galaxia Gutenberg, 369 páginas.

 

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