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La droga mas barata del mundo

Imagen: Roland Topor

Escribir es jugar con los amigos imaginarios que nunca tuve, poner todo en papel es solo el mero paso final. Se trata de vivir en mi mente, de espaldas al tráfico, de mudarme adentro. Paso horas ahí, donde no necesito pestañar, creando y destruyendo. El mundo externo continúa y yo sigo escribiendo mientras saco plata del cajero, mientras duermo, mientras hago el amor con mi esposa, mientras me afeito con una navaja. Yo sigo en ese mundo también real, aun no escrito.

“Un oficio ingrato… escribo porque no puedo dejar de hacerlo”, me advirtieron algunos escritores cuando les hablé de mi ambición de ser como ellos. Después de mis primeros cien días intentando escribir una novela, comienzo a entender a que se referían.

Perdí una de mis cosas favoritas; disfrutar un libro o ver una película. Ahora me es imposible no analizar la estructura, las descripciones, los detalles. Me convertí en buen crítico rápidamente. Demoler un rascacielos toma bastante menos tiempo y talento que diseñarlo, construirlo y venderlo.

“Ingrato”, dijeron. Debe de ser por que le doy mucho, a pesar de que lo más probable es que nadie me lea, sobre todo esos primeros textos. Fui conociendo a más y más excelentes escritores que inexplicablemente no logran vender sus libros. Mala suerte, mal momento para lanzarlos, tema incorrecto, mal título, Netflix, Youtube, libros de autoayuda robándote el escaparate. Nadie sabe ni a nadie le importa por qué el anonimato devoró a estos escritores.

“Escribo porque no puedo dejar de hacerlo”, dijeron. Debe de ser porque el oficio no es únicamente ingrato. En un balance resulta bastante satisfactorio. Actúa mejor que el psicoanálisis. Dejé de atormentarme sobre mi pasado y mi futuro, comencé a soñar con los de mis amigos imaginarios. De pronto me encontré sonriente y tranquilo, como con un litro de alprazolam enganchado al brazo. Las reflexiones de mis personajes me sirvieron de ejemplo para mis propios problemas, para manejar mis miedos, para confrontarme. Escribiendo, me fui de vacaciones de mí y de ti. Viajé en el tiempo. Modifiqué mi pasado a mi gusto y lo volví realidad. Ahora tengo esas segundas, terceras y cuartas oportunidades. En mis mundos yo soy dios.

“Un oficio ingrato”, me advirtieron, pero la verdad es que el medio es más ingrato que el oficio. No hablo de personas, hablo del medio en general. Aquí no hay cofres con monedas de oro, a menos que te conviertas en uno de los diez mejores del mundo. Los escritores de hoy no viven de escribir, sino que sobreviven para escribir. Se pasan un año, escogiendo cautelosa y obsesivamente cada palabra, cada escena, cada descripción, con una perseverancia mayor a la del diablo. Y luego, los lectores actuales, presas de una avalancha de opciones para sus juegos mentales, leen esas obras con ojos distraídos, con la mente en la tarjeta de crédito, con el corazón en la ropa interior de alguien más. Y lapidan al autor sin piedad, encasillándolo en una de las siete cajas de los estereotipos. Te demuelen el rascacielos apretando tan solo un botón.

“Un medio ingrato”, que aún tiene mas escarmientos por darme en los siguientes días de mi vida. “Pero no puedo dejar de hacerlo”… porque soy un adicto.

Sergio Borasino

Sao Paulo, marzo, 2019

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