En La cultura es una estafa, el autor se sumerge en los márgenes: los desplazados, los que habitan territorios periféricos, los que escriben desde el exilio o la contradicción. La suya es una mirada que rehúye el centro y celebra el riesgo, entretejiendo memoria personal con el análisis meticuloso de figuras muchas veces olvidadas o mal leídas por la historia oficial. Desde una prosa que alterna la velocidad del pop con la precisión del ensayo, el autor construye un libro que interpela tanto como homenajea, y que convierte la incomodidad del desarraigo en una fuente prodigiosa de creación.
En esta conversación, hablamos del equilibrio entre lo íntimo y lo crítico, del rol del exilio en la escritura, del mito literario de Miami y de la ironía provocadora que late en el título del libro. También exploramos la relación del autor con la industria cultural y sus lecturas fundamentales, que van desde Borges hasta Capote, pasando por Cocteau y Saer.
Tu libro explora las vidas y legados de figuras marginadas, exiliadas o desplazadas. ¿Qué te atrajo de estos personajes para hilvanar el ensayo bajo esa óptica de lo “pop” y lo periférico?
Muchas de las figuras del libro actúan como un espejo. Creo que todo empieza por un interés personal, íntimo si se quiere. Tal vez no el exilio, pero la periferia que tiene que ver con lo marginal y el desplazamiento es algo que está presente en mi vida. He pasado más de la mitad de ella en el exterior y soy un creador a contrapelo del establishment, sea porque vivo fuera de mi país y porque la lengua que elijo para expresarme creativamente es el español en Estados Unidos. Luego de este tema personal en la materia abordada, me parece que tenía que contar aquellas vidas y obras con una óptica meticulosa pero que tuviera una velocidad, es decir, un ritmo sostenido y de celebración, como una buena canción pop.
Los textos oscilan entre lo personal y lo documental, lo íntimo y lo ensayístico. ¿Cómo encuentras el equilibrio entre contar una historia propia y rendir homenaje a otras vidas?
Muy buen punto. Detesto el monólogo por su carácter vanidoso. Me parece que los datos duros y el análisis de la obra de los artistas ecualizan todo lo que viene después: una mirada que es un análisis personal de ellos pero que, a la vez, me interpela. También interpela, seguramente, al lector.
En varios ensayos, como el dedicado a Isaac Bashevis Singer o Copi, aparece el tema del exilio y el desarraigo. ¿Qué papel crees que juega el desarraigo en la creación literaria? ¿Hay una poética del exilio?
Cuando se está fuera del hábitat natural hay una incomodidad que puede ser muy estimulante. El estar desubicado ejerce una mirada distinta y particular a la que hubieras tenido de quedarte en tu lugar de origen. Hay una sensibilidad, esa poética a la que te refieres del exilio. Para algunos, tal vez, puede incomodar el sentirse fuera de lugar. En mi caso me gusta, la distancia es una incomodidad prodigiosa, que me hace repensar lo que era dado, asumiendo incluso mis contradicciones.
Miami aparece en varios pasajes como territorio afectivo, literario e incluso político. ¿Qué significa la ciudad para tu obra y por qué crees que ha sido tan poco explorada por la literatura en español contemporánea?
Cada autor debe crear su propia mitología. Ya hemos leído una y otra vez París o New York. Me estimula lo nuevo, trazar otras líneas en el tapiz. Miami es una ciudad que conocí a los 12 años y enseguida me gustó el que sea tan diferente a Buenos Aires, que se hablara cómodamente inglés y español, algo que es interesante siempre para un autor, ya que trabaja con la lengua. Recuerdo que en ese primer viaje a Miami le mandé una postal a mi padre que, como buen hombre de su generación, en esa época vivía en París. No es un dato menor. Encuentro en eso algo muy representativo de los dos, y de generaciones muy distintas. Por otra parte, Miami es una ciudad que merece ser narrada y descubierta en todas sus capas. Hay una que es la más vistosa y que tiene que ver con lugares comunes porque es la cara que más vende, y nadie quiere lo otro: lo marginal y oscuro. Pero están, y es bueno que se narren.
El título La cultura es una estafa es provocador y en cierto modo irónico. ¿Cómo entiendes tú “la estafa” en el contexto cultural actual?
A la cultura se le pide demasiado. Está instalado que una persona “culta” es alguien que es un buen ciudadano, que posee condiciones éticas o morales intachables. Lo mismo con los escritores, que debemos ser faro de no sé bien qué. Se nos pide opinar de cualquier cosa. Esa figura del escritor comprometido es algo que excede a América Latina. Y en verdad, he conocido tipos nefastos que eran muy cultos y tenían una agenda de la corrección política, pero no dudaban de hacerte las peores zancadillas con tal de aparecer primero en una lista o acceder a una editorial. Me río cuando una persona pone en su perfil que es “bien viajado”, como si el hecho de conocer otras culturas te elevara o mejorara tu inteligencia o sensibilidad. La cultura es como cualquier otro consumo. En este siglo XXI es saber qué pasa por Instagram o TikTok, algo de por sí bastante banal.
Tu estilo mezcla referencias cultas, memoria personal y una mirada crítica sobre la industria cultural. ¿Qué autores o libros fueron clave en la construcción de tu voz ensayística?
En los últimos años leo más ensayos y libros de poesía que ficción. Entre los libros de no ficción a los que siempre regreso están Lugar común la muerte (Tomás Eloy Martínez), Otras inquisiciones (Jorge Luis Borges), El concepto de ficción (Juan José Saer), Daguerreotypes (Isak Dinesen), Music for Chameleons (Truman Capote) y El secreto profesional (Jean Cocteau).