Esperando a mi hija en el estacionamiento de la universidad de Miami donde estudia, presencié uno de esos hechos de agresividad al volante a los que ya debería estar acostumbrado por su frecuencia.
Un vehículo estaba saliendo en marcha atrás del estacionamiento cuando un automóvil BMW se acercó como una exhalación, mientras el conductor tocaba la bocina repetidamente y con ferocidad. El auto que estaba saliendo volvió a entrar en su estacionamiento, y el BMW siguió a toda velocidad por un área transitada por peatones donde no debería ir con semejante prisa. En el lugar no había un policía o un guardia que detuviera al engreído e irresponsable conductor del auto de lujo.
Un artículo del escritor norteamericano Jason Crosby, que colabora con la firma de consejería psicológica ThriveWorks, señala que la forma en que se conduce puede afectar la salud mental y causar otros males. Crosby explica que los psicólogos han advertido que muchas personas, cuando están al volante, crean falsas barreras mentales entre ellos, otros conductores y el mundo fuera de la cabina del automóvil. El efecto resultante es que el mundo exterior parece ajeno, distante.
Los psicólogos indican que la falaz sensación de separación y seguridad que da el automóvil —visto como una armadura que nos protege de lo que nos rodea— causa comportamientos irresponsables y peligrosos. Algunos individuos pueden pensar que conducir de una manera agresiva —como seguir muy de cerca al auto que va delante, con el propósito de que acelere o se aparte, o gritar improperios a otros conductores— no tendrá consecuencias. Pero lo que en Estados Unidos se conoce como road rage (ira en la carretera) sí tiene consecuencias, y muchas veces graves. En 2021, a nivel nacional hubo al menos 522 tiroteos causados por incidentes de furia en la carretera.
Cada año, en Estados Unidos ocurren unos 30.000 accidentes automovilísticos, y el 90 por ciento de ellos son causados por errores humanos evitables. En la Florida, donde resido, cada día ocurre un promedio de 1.081 accidentes de tránsito.
Crosby señala que buena parte de los accidentes se pueden atribuir al estrés o a la ira de los conductores. Los psicólogos aconsejan no conducir cuando se está alterado y controlar la reacción a situaciones de tensión.
Pero en un país donde cada año se conduce aproximadamente un total de 70.000 millones de horas, y donde la cultura del automóvil está tan arraigada en la psiquis nacional que el 86 por ciento de los estadounidenses prefiere ir al trabajo en su auto que tomar un medio de transporte alternativo, los consejos de los especialistas pueden caer en oídos sordos.
El automóvil es un ícono de la identidad nacional norteamericana. Un ícono pernicioso, que causó 42.915 muertes en 2021 en todo el país, que contamina el medio ambiente (Estados Unidos es responsable del 25 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero) y que ha alterado el trazado de las ciudades, convirtiéndolas en extensas hileras de casas individuales, con centros comerciales tan lejanos que hay que ir en automóvil. Y además un ícono carísimo: mantener un auto nuevo en Estados Unidos cuesta en promedio más de 10.000 dólares al año.
Decididamente, el uso masivo del transporte público es mucho más conveniente que el automóvil personal: contamina infinitamente menos el medio ambiente, crea ciudades más cómodas y habitables, y facilita una saludable interacción social, además de ser mucho menos costoso. Pero no es fácil lograr que los conductores estadounidenses acepten esa realidad. Detrás de la cultura del automóvil hay grandes intereses económicos que no van a quitar el pie del acelerador de sus ganancias, ni a pisar el freno de la vertiginosa publicidad con la que han convencido a muchos norteamericanos de que su felicidad está en la hermética cabina de un auto.
Los invito a leer mi novela La espada macedonia y mi ensayo Biden y el legado de Trump, publicados por Mundiediciones.