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La Culpa es un bolso de putos ladrillos

Estoy aquí con la nariz en el suelo desde que todo comenzó. He estado nutriendo cada sensación por la cual el hombre ha sido inspirado. Me importa lo que él quiere y nunca lo he juzgado. ¿Por qué? Porque yo nunca lo he rechazado a pesar de todas sus imperfecciones. ¡Soy un fan del hombre!, dice John Milton –el mismísimo Diablo- en el guión de The Devil’s Advocate escrito por Andrew Neiderman, basado en la famosa novela de Jonatham Lemkin. De igual manera, yo he estado con la nariz presta desde que todo comenzó, desde mis primeros acordes, mis primeros rasgueos sincopados en las calles sucias y ardientes de Mexicali, de Tijuana, de Guadalajara, del DF, en sucias y apestosas taquerías, autobuses, oscuras líneas de metros, estuve ahí, recorriendo capillas, mercados, puestos ambulantes, cantinas, fondas, foros, he estado con la nariz en el suelo oliendo la mierda de las disqueras, de la fama, del descontrol, de las drogas y el alcohol, ¿y sabes qué, madre?, no ha estado tan mal. Porque yo, al igual que Milton, he escogido a la vanidad como mi pecado favorito.

El profeta del cristal y el anarcocorrido ha profanado todos los lugares que debía profanar -incluyendo donde no era deseado-. Ha sido aplaudido, abucheado, vapuleado, reconocido. Una horda de gargantas sedientas de semen y olvido han coreado mis canciones, cogotes deseosos de lúpulo, mezcal y ginebra. Ojos rojos, narices aspiradoras, coquita lavada, he estado ahí. Metanfeta, piedra, cristal, destilación, alcaloide, he estado ahí. Madre, yo he estado ahí, ¿y sabes qué?, no la he pasado del todo mal.

Las entrevistas cultas, las que no tuvieron ni un solo grado de idiosincrasia, las de chicas sexys, las de chicas tontas, las de almidonados intelectuales, las de los idiotas, han sido para mí, los canales de televisión, las estaciones de radio, las empresas más cutres, las más ostentosas, los moteles, los hoteles de cinco, los de dos, los cuartos más apestosos que un culo de rata; madre mía, yo confieso que he estado ahí, con escritores, artistas conceptuales, actrices, músicos, pintores, escultores, actores, fotógrafos, productores, narcotraficantes, músicos gruperos, músicos pop, mierda compuesta por la misma mierda, la misma perra revolcada, yo habité con ellos, madre, ¿y sabes qué?, manifiesto que lo he pasado muy mal.

El gallo siempre ha sido un combatiente, incluso antes de que el primer humano caminara erguido, la prueba de ello es la espuela, desarrollada para defensa y ataque de la especie. Primer arma natural que ha estado presente antes de que el hombre forjara un arma para luchar entre sí, para sobrevivir. Yo he estado ahí con mi guitarra, mi espolón harto afinado, y he dado lucha desde el principio de los tiempos millenials, de la industria musical basura antes de que ésta existiera, próximo a Cash, al lado de Dylan, en seguida de Chalino, de Los alegres, Los Cadetes, antes y después del alunizaje de la música norteña, de la poesía del viejo Hank, del viejo Celine; he estado ahí y lo he aprendido todo, ya que he nacido como el gallo, con un espolón bajo la manga, una púa y una guitarra barata de doce cuerdas. He nacido como el gallo, agresivo y rabioso, nací peleador, ustedes me obligaron a rivalizar arriba, en el escenario, contra multitudes de gallos giros, pintos, marrones, cenizos, pelagatos, no sabían que lo hacía por mi propio instinto, por propensión, por corazonada, y terminaban todos con el pico en la arena. El instinto del gallo es la pelea misma, por lo tanto la riña final, el acorde final, es un acto totalmente natural, lleno de belleza y plasticismo. Pero confieso, madre, que me he enfrascado, me he visto encerrado en las vallas, y lo que ambiciono es volar.

Madre, sé que los gallos pueden elevarse, pero no son capaces de hacerlo en largas distancias. Sus vuelos se limitan a traspasar cercas o a posarse en las ramas bajas de los árboles. Y yo estoy cansado de las arboledas, de las barrancas, estoy cansado, madre, envidio poder volar, traspasar el tranco, alejarme de todos los entes que me rodean, los soporíferos que me acorralan, quiero escribir, garrapatear mi nueva historia. ¡Estoy mirando! Es mi tiempo ahora.

No hace falta renunciar al pasado al entrar en el porvenir. Al cambiar las cosas no es necesario perderlas, diría Jhon Cage, y no voy a renunciar a nada mientras construya mi presente, un sonido nuevo, una prosa nueva; los que quieran comer del alpiste rancio que lo hagan, pero los gorriones más avisados comerán del nuevo visionario, del neocorrido, de la bucólica real, no la condensada por las disqueras multinacionales. Si lo que el profeta ha dicho en nombre de la música no se cumple, es señal de que el Señor no lo dijo, sino que el dueño de la voz incómoda habló movido sólo por su orgullo; por lo tanto, no le tengan miedo.

“El viento sopla, qué frío hace afuera, nomás rechinan las casas de madera, las hojas secas tapizan las veredas y a mí me siguen cubriendo nubes negras”, no puedo seguir castigándome, es asombroso lo lejos que he llegado, y no lo hice fácil, he cargado con tanto peso. La culpa es un puto bolso lleno de ladrillos, todo lo que tengo que hacer es ponerlos en el piso.

“Las casas de madera parecen derrumbarse”, madre, construiré nuevas estancias con los ladrillos que he ido aguantando. ¿Para quién he estado cargando todos esos ladrillos?, ¿para qué seguir viviendo en el acartonamiento?, es mejor comenzar a construir una casa, una que no se agriete con el aire. El viento sopla, y nada me consuela…

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Muela

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