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Kitschfilm: realidad aumentada

El universo se compone de diversos universos. Y cada uno de ellos de otros más, que también se integran por otros. Y así, hasta el infinito. Esta es una de las muchas que ideas que surgen al leer la novela (si es así como se le puede llamar) a la indescriptible obra del argentino Carlos Piegari: Kitschfilm.

¿Puede existir una relación entre las tormentas de la selva del Paraguay con las constantes lluvias de Praga? ¿Tiene algo que ver el inclemente calor de la provincia argentina de Misiones con las nieves de Stalingrado? ¿Puede existir un hombre que en su nombre, y quizá en su interior, lleve Nueve Demonios? De alguna manera, Piegari logra que todos estos universos se conjuguen en uno solo, como si el mundo en su compleja diversidad encajara como en un rompecabezas para formar una imagen única e incuestionable.

Pero lo más perturbador, es que al hablar con el autor, te mira a los ojos y te lo dice a bocajarro: Neunteufel existió, yo lo conocí. Entonces, te preguntas si todo lo que aparece escrito fue verdad y es inevitable esa reconocible sensación en la piel y detrás de la nuca que te dice que sientes miedo. Porque entonces el mundo guarda terribles secretos, sótanos que no conocemos o que nos negamos a conocer: el rapto de niños, mujeres enjauladas, gordos que tocan la tuba raptados por indios, compra de esposas, un mundo (casi) sin amor.

Y entonces Piegari suspira y vuelve a la carga. Y te habla del día que conoció a los hijos Neunteufel, ese esquivo protagonista que apenas vemos de perfil durante sus periodos en el Paraguay, como traductor nazi en la Checoslovaquia ocupada o como soldado en las ruinas congeladas del sur de Rusia. Te dice que ahí, con uno de sus hijos, vio las fotos del hombre, del personaje, junto a su mujer, antes de emprender aquel viaje que les prometía la fortuna, sin decirlo, quizá incluso sin pensarlo, pero ahí estaba la ilusión, sin saber que habría una vuelta, una huida, una decepción.

Entonces Piegari te habla de los Florianes: Magnus, Brosek y Antúnez, esa especie de Santísima Trinidad, un mismo ser dividido en tres hombres, que persiguen e investigan a Neunteufel sin saber por qué. Como si su existencia se basara únicamente en esa misión. Divididos entre Praga, Sudamérica y la Costa Brava, lugar de reunión de la triada, en medio de tormentas apocalípticas, mientras los cuerpos de los migrantes son arrastrados por el Mediterráneo hasta las playas.

Ese es el momento en que piensas que todo es una locura, que nada de lo que dice el Piegari existió, pero de repente hurga en su mochila y saca de ella un libro viejo, de pastas duras, escrito en alemán. Y ahí, muy claro se ve el nombre del autor: Adolf Neunteufel. Sí, los nazis le publicaron un libro. Y no sólo en alemán, sino que también una traducción al checo. Un libro para soportar los horrores de la guerra, un libro donde cuenta sus aventuras en el Paraguay como falso naturalista y arrojado cazador. Y luego te muestra las fotos, en una junto a su mujer y otra de la pintura de la Princesa Guaraní que Neunteufel dibujó en sus últimos años de vida, cuando se dedicaba a vender cuadros para sobrevivir en Misiones, en Argentina.

Y todo el rompecabezas de universos que Piegari ha reunido en su libro pueblan tu cabeza y vuelves a dudar si Kischfilm es una crónica, una biografía, una novela, una fantasía, una locura o todo un universo en sí mismo.

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