Casi todos los analistas políticos coinciden que poco va a variar la política exterior de Estados Unidos tanto si gana Donald Trump como si la próxima presidenta de Estados Unidos es Kamala Harris. La rutilante esperanza demócrata que sube al ring en el último instante para cruzar sus guantes con el marrullero magnate neoyorquino tiene, sin lugar a duda, muchas más posibilidades de tumbarlo en la lona que el anciano Joe Biden al que tanto le ha costado retirarse de la carrera presidencial. En realidad, lo han retirado. Kamala Harris es joven, guapa, sonríe constantemente, derrocha energía y su mestizaje la hace especialmente atractiva para las minorías étnicas de su país y tiene el punch de que podría ser la primera presidenta de Estados Unidos. Donald Trump, en una de sus últimas comparecencias dudaba hasta de su raza, cuestionaba su negritud: Yo creía que era hindú, dijo, con su desparpajo habitual insinuando que hacía gala de su negritud para atraer a la población afroamericana del país.
Con Donald Trump el genocidio de Gaza seguirá a buen seguro al mismo ritmo y es probable que le proponga al asesino Benjamín Netanyahu edificar un resort en esas playas bañadas con sangre de palestinos. No le van a faltar armas al ejército israelí para que siga asesinando palestinos. Con Kamala Harris, también. La candidata demócrata no se plantea cambiar su relación con Israel. El lobby judío norteamericano es tan determinante para ganar unas elecciones como el armamentístico o el petrolero. Dejémonos de zarandajas, que lo que prima en el país del dólar es eso: el dólar. Hasta la fecha ningún político norteamericano se ha planteado poner en cuestión el apoyo inquebrantable a Israel haga lo que haga y eso le da alas al gobierno de Netanyahu a proseguir con su holocausto. La otra guerra (lo de Gaza no es una guerra sino una carnicería de civiles, especialmente mujeres y niños) entre Rusia y Ucrania, que es lo que más preocupa a Europa, tendrá otros derroteros según gane uno u otra. Kamala Harris, como su predecesor Biden, es atlantista y seguirá proporcionando apoyo militar a Ucrania para debilitar a Rusia. La eficacia de ese apoyo militar de la OTAN lo estamos viendo en la invasión de Rusia por parte de Ucrania que está dejando en evidencia, una vez más, la capacidad militar de Putin incapaz de controlar las fronteras de su país. Con Donald Trump ese apoyo incondicional a Ucrania corre peligro. De hecho, una de las promesas estrella del magnate republicano es sellar la paz entre Rusia y Ucrania gracias a su buena relación con Putin. Trump salió de Afganistán y es mucho menos belicista que los presidentes demócratas de Estados Unidos que no pueden acabar su mandato sin montar una guerra. La excepción de los republicanos se dio con Bush Jr.: el texano rompió la tendencia de su partido de centrarse solo en los asuntos internos, pero el 11S se cruzó en su camino y las oportunidades de negocio en Irak hicieron el resto.
Quién más va a sufrir si gana Donald Trump va a ser el pueblo norteamericano. Si lleva a cabo esa amenaza, que es una de las medidas estrella de su campaña, de deportaciones masivas va a provocar graves conflictos sociales y una regresión económica considerable habida cuenta de que la mayor parte de los trabajadores agrícolas, pecuarios y fabriles son emigrantes y muchos de ellos sin papeles, lo que posibilita una economía sumergida y abaratamiento de los bienes de consumo. En política interna Kamala Harris será mucho más conciliadora, progresista, defensora de los derechos de las minorías y de las mujeres. Mientras llega noviembre se espera que los debates entre Trump y Harris echen chispas. Trump no tiene que convencer a un electorado que cree ciegamente en él, para el que es una especie de Mesías que lucha contra el establishment de Washington. Kamala Harris tiene que entusiasmar a un electorado que por culpa del ciego apoyo estadounidense a la política genocida de Israel le puede dar la espalda. Pero la votarán, con la nariz tapada.