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Juego de niños

Estoy cansado de tanta mierda flotando por el mundo. De levantarme y abrir las mismas noticias, las mismas páginas webs, de hacer los mismos ejercicios y tener las mismas preocupaciones.

Me cago en las masas oprimidas de mi abdomen tanto como en las malas condiciones de vida en el continente asiático, en los falsos tapujos de los puritanos que persiguen la poligamia y en los dictadores que defienden alguna ideología, de la que nunca son partícipes, pero sí cómplices furibundos.?¿Cuándo el mundo dejó de ser impredecible para convertirse en este estercolero de miserias donde todo sabe a vómito reciclado? Un ejemplo: abro la página de uno de los diarios que veo –yo leo 5 distintos periódicos, tanto en papel como on-line, de distintas tendencias políticas y países para tener una idea mejor de donde está depositada la mediana –me engaño diciéndome a mí mismo que en eso debe consistir acercarse a la verdad, una mera media– quiero ser real y equilibrado y veo la cara de un asesino noruego aplastada por una risa de odio ocupar más de un tercio de la página. A su lado corre un banner de una propaganda de una marca de autos que nunca estará a mi alcance; debajo de la foto del maldito escandinavo, se observa la foto gloriosa de un ciclista con las manos en alto, de un multi-campeón, que fue despojado de todos los títulos de su carrera por un dopaje que antes no era perseguido pero ahora sí; justo a su izquierda, la desnuda y esférica palidez de un culo perteneciente a una mujer voluptuosa muy famosa, por ser famosa oprime los contornos de un cartelito pequeño, apenas sobreviviente de tanta grupa y pedaleo que reza: “En Colombia trabajan 1.4 millones de niños entre 5 y 17 años, según reporte”. En ese momento entra mi hijo dando un portazo de la madre, como solo un cabroncito de siete años puede desbaratar todo a su paso en mi oficina, y me planta un codazo cariñoso en los riñones. ¡Guanajo! –me dice y muestra sus dientes de piraña entristecida en una mueca cómica.?Y yo me levanto, y él sale a escape por los pasillos hacia la sala, todo un juego alegre, pero en el preciso instante en que me levanto y suelto la imprecación que siempre da inicio a su huída, el “Me cago en el mundo, coño” que suelto, es real, es contra el mundo, y cuando él se vira en su huida para asegurarse de que mi enojo no es real, imito el gesto del campeón caído, pongo la cara del homicida escandinavo y salgo disparado, imitando el sonido del auto ideal, ese que se repite eterno en la cintilla movediza de la pantalla de mi ordenador.

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