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Jardines habitados

Recuerdo como una de las experiencias más fantásticas, el paseo que hace dos años realicé por los Jardines de Bomarzo, (Italia), hasta entonces, una de mis asignaturas pendientes desde que en mi juventud leyese el libro del escritor Mujica Láinez, “Bomarzo”. En esta novela ambientada en el Renacimiento, el duque de Orsini tuvo la genial idea de transformar las tierras que rodeaban su palacio en un jardín nada convencional.

Aprovechando la orografía del terreno, mandó esculpir en el propio lugar donde se hallaban, las rocas que allí nacieron, (algunas tenían más de cuatro metros de altura), dándo vida a innumerables personajes fantásticos y mitológicos que quedaban, de esta forma, integradas en el mismo paisaje.

Recorrer cualquier parque o jardín puede convertirse en una bonita experiencia. Las estatuas que lo habitan nos esperan para compartir ese rato de ocio, a veces tan necesario, y permanecen después de que finalicemos nuestro paseo. Esas figuras calladamente nos hablan y nos transmiten el paso del tiempo. Pétreos habitantes de un jardín, inmóviles, que en muchas ocasiones padecen la agresión de aquellos que no saben apreciarlas y no han aprendido aún lo que significa el respeto ni el valor de lo bello. Cuando veo alguna de ellas pintarrajeada, decapitada o con cualquier otro tipo de mutilación, no puedo dejar de pensar en esos salvajes y me acuerdo del famoso cuento de “Alicia en el país de las Maravillas”, que escribió Lewis Carroll, y más concretamente en el personaje de la reina de corazones cuando con voz encolerizada ordenaba a su temerosa guardia: “¡que le corten la cabeza!”. Aún quedan personajes así en la vida real que lejos de parecerme divertidos y ocurrentes, me imagino como salvajes, seres toscos, embrutecidos…

En esta ocasión, y emulando esos pequeños rincones que encontramos en los jardines o parques de cualquier barrio de una ciudad sin nombre, os presento algunas imágenes de esculturas que podrían habitar en ellos, antes de que la llegada de algún gracioso de turno se haya ensañado con ellas y antes de que las palomas las hayan cubierto de gloria.

Todas ellas forman parte de un mundo particular, donde el paseo está inmerso en la serenidad de una tarde de exuberante vegetación, o los rayos del sol se filtran entre las hojas que anidan las copas de robustos árboles centenarios; donde las fuentes ponen música de fondo al canto de los pájaros… Son, jardines habitados.

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Muela

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