De Cuaderno de los sueños (Tierra Adentro, 2010)
Aparición
No creas que te estoy requiriendo,
Ángel. Aún si lo pretendiese, nunca vendrías;
pues mi llamado queda siempre lejos.
Rilke, Elegías, IV.
I
Desprecias destruirme. Tu carne
adquiere —frente a mí— un calor
menos mortal. Afirma
el corazón su doble miedo
de mirarte y de abstenerse. Temor
de ojos mortales.
Suelto la voz
y agradezco tu vestido: que no ilumines
con tu piel terrible
mis defectos todos,
que no me arrastres a morir de luz.
II
Deviene tu presencia, acude
a sílaba de carne y de lamento
para insinuar tus pies
cuando te invoco
atrevimiento
concebido desde antes
de que sepas
—hermosa más que el Ángel
y como él terrible—
que vas a marchitarte.
III
Quizá estás confundida, quizá
perenne, el ruido de tus pies
ha hecho callar las tardes
y tu vientre al ocultarse
provocó la noche.
De cualquier forma, Ángel de carne
Luz de carne, Piel de carne
no puedo resistir
tu desnudez de antes
y después de todo: Lo eterno es demasiado.
Tu presencia, si mortal, es una flama
que todo lo consume: Desnuda eres letal,
y no me escuchas.
IV
No estoy llamándote, flama clarísima
porque no canto en tono necesario para tocar tu oído
y porque mis palabras—las mejores—
se calcinan al rozarte
y aunque sé
por la verdad
por la distancia
por lo cruel
de nuestras dos naturalezas
que este poema jamás va a llegar a ti
lo arrojo hacia tu piel,
lo doy al fuego.