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Goya en Zaragoza

A Manuel Martínez Forega e Inés Ramón

Habían dicho lluvia y era cierto aunque el cielo casi límpido anunciaba una tarde fresca y con el sol intermitente entre las nubes rosadas.

Manuel Martínez Forega llevaba una camisa negra y una campera también oscura. Lo primero que dejó oír fue una risa estentórea y amable, un anticipo de su alegría de vivir.

Estaba parado al lado del auto, a la espera, tranquilo y paciente, detrás o delante de la estación de colectivos.

Inés nos llevó hasta el punto de ubicación y así nos saludamos y luego subimos al auto que Manuel condujo durante el día que pasamos en la ciudad de Zaragoza.

Cruzamos el centro pretérito de la ciudad plomiza y vimos el palacio árabe intacto y Manuel dejó salir su furiosa y plácida enciclopedia en el momento indicado. Narró los detalles de la construcción del palacio, la amenaza de derrumbe, la cobertura que lo hizo invisible por un tiempo y la etapa final en la que se convirtió en edificio del gobierno.

«Ahora hay autos que afean el frente pero pronto los van a quitar», agregó con esa precisión de filólogo.

Cuando atravesamos la plaza principal Manuel deslizó, sin preámbulos, una historia sobre el pintor Goya. Casi púber, Goya se inscribió en un concurso que había llamado el rey. Los otros pintores propusieron sus proyectos y mostraron sus habilidades en los cuadros pertinentes. Cuando le llegó su turno, Goya pidió una pared y unas pinturas. El joven osado pintó en la pared solicitada una puerta y un agujero, una claraboya extraña. Luego pidió  que trajeran un gato.

El rey y su comitiva lo miraron sorprendidos. El joven sin sonrojo tomó al gato y lo apuntó hacia la puerta ilusoria. Sin vueltas, el animal, decidido, corrió hasta el agujero e intentó atravesarlo. El gato, ingenuo, cayó en la trampa del pintor jocoso y chocó la pared. Salió aullando, dolorido.

Según Manuel, Goya demostró sus habilidades y a la par se burló del falso realismo de sus competidores.

La anécdota puede ser falsa pero eso no tiene importancia. Lo que la memoria de Zaragoza guarda –en una memoria individual– es una historia anticipatoria: una forma del bien que alucina en la ficción el arte de un pintor futuro. En la escena se cifra el gesto que lo consagra como un artista de la ilusión y de la denuncia: la realidad no es a priori nada sino aquello que percibimos como realidad a través de los espejos inventados para soportar el sueño de la razón.

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