Maleza viva es de los mejores libros de microrrelato que han sido publicados últimamente.
Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) es una escritora y crítica literaria española conocida por su exploración de distintas formas breves. Así, pasando del poema en prosa al aforismo, sin olvidar el microrrelato, Pellicer es una de las escritores más destacadas cuando se trata de esa literatura que mediante pocas palabras puede formular el universo entero. Hace unos meses, la editorial aragonesa Jekyll & Jill publicó Maleza viva, el último libro de Pellicer que permite conocer el estado actual de su literatura así como, para quienes la venimos siguiendo desde hace un tiempo, descubrir qué nueva forma da a sus intereses, por no decir obsesiones, literarios. El resultado es un libro equilibrado, muy bien construido, en el que, como en un mosaico, cada texto breve tiene una autonomía, pero al mismo tiempo contribuye a la imagen del conjunto. Después de haber leído un par de veces Maleza viva, después de haber tomado distancia, adquirido perspectiva, puedo afirmar que se trata de una cuidada y arriesgada propuesta que muestra un trabajo paciente, meticuloso sin quitar nada a la intuición, lo presentido. El equilibrio entre ambos, tal vez lo más difícil de formular cuando uno escriba, es en este libro unas serenas actitud, nunca pose, y estética.
Lo primero que llama la atención en Maleza viva es el lenguaje. Si muchos escritores de microficción apuestan antes que nada por una historia, Pellicer se alinea con aquellos que dejan al lenguaje explorar e interrogar. Así, la intertextualidad —novelas, cuentos, literatura infantil— ocupa un lugar importante en su conjunto. La ficción de Pellicer se basa en la lectura y el diálogo con diferentes autores y tradiciones para homenajearlos mediante la reelaboración, el guiño, la paráfrasis. Incluso en los textos más breves, la autora no descuida el lenguaje, entregándole diversos significados. Pienso, por ejemplo, en el microrrelato titulado “El Frankenstein de Mary Shelley”. Dice así: “YO QUIERO tener una vida COMO TÚ. dEJaR De SER PALABRA, mera sintaxis ridícula, ALZARME de una maldita vez DE LA NADA, ALCANZAR EL CIELO del ser”. En escasas tres líneas, Pellicer plantea un diálogo con los clásicos, una reflexión ontológica, así como desliza la inquietud metatextual. Esa alternancia entre mayúsculas y minúsculas, permite sugerir el balbuceo del monstruo que despierta a una vida imperfecta como también, con gran plasticidad, reflejar lo imperfecto de toda creación.
Si buscamos referentes para Maleza viva, estos se encuentran en otras tradiciones como la francesa. La lectura de Gemma Pellicer me ha recordado libros como Nuits sans nuit et quelques jours sans jour de Michel Leiris. Sobre todo en lo que podríamos denominar la reescritura de las palabras, el hecho de que su contacto cristalice un nuevo significado para cada una de ellas y el conjunto al que dan forma. Como Leiris, Pellicer busca una literatura sugerente, donde lo contado adquiere, de un modo o de otro, una autonomía, un derecho de ciudadanía específicos. Dicha autonomía no interpela tanto la razón del lector como sus recuerdos, sueños, deseos toda esa parte de nuestra humanidad en silencio, a la espera de palabras. En ese sentido la imagen está ahí para formular no el emblema de algo, tampoco su trasunto, como muchas veces ocurre con la literatura, sino un inefable misterio que se deja palpitando, sin respuesta. Pellicer tiene el oficio y la sensibilidad necesarios para la literatura más arriesgada, quizá la más auténtica, esa que escucha su propia voz.
De esta manera, las relaciones de pareja, los cuentos infantiles, las metamorfosis y la multitud de aspectos y temáticas recreados, una y otra vez, en Maleza viva, como si se tratase de una vegetación que crece incesante y espesa, adquieren una elocuente coherencia. No es tanto la mirada, como el estilo lo que les da forma. Un estilo inquieto por el lenguaje, sí, pero también por recrear atmósferas o mostrar a sus personajes en el límite de algo. Este algo nunca aparece ni se resuelve sino que es sugerido, en toda su inminencia, es una línea de fuga que apunta afuera del texto, tal y como ocurre en “Leve realidad”, verdadera arte poética que resume la estética que alienta el libro entero: “La luz se emborrona para dar paso a lo real. Fugaz y leve, se abre camino al fin, entre brumas matutinas, el turbio, esplendente, dudoso día”.
No creo equivocarme si afirmo que Maleza viva es de los mejores libros de microrrelato que han sido publicados ahora último. Mediante sus personalísimos voz e inquietudes —hurgar en lo íntimo, recrear las fisuras entre las personas, dialogar con los mitos y los relatos conocidos—, Gemma Pellicer muestra un claro afán por crear una literatura de intersticios, de penumbra, donde el lector asume su parte, que subraya a la vez que borronea, en el acto de creación. Así, Maleza viva enriquece la emergente tradición hispanoamericana gracias a su afán intertextual, que no se restringe a la simple área ibérica, y su cuidado formal que hace de cada texto, relato, prosa poética o ejercicio de estilo, un ejemplo acabado de una escritura serena y madura, bajo la cual palpita lo inevitable. Como en la mejor literatura.