
En Hemos vencido el asco, publicado recientemente y próximo a presentarse en la Miami Book Fair, Gastón Virkel despliega una literatura que se mueve entre la incomodidad y la carcajada, entre el desarraigo y la obstinada necesidad de pertenecer. Sus cuentos, atravesados por ciudades que son también estados mentales —Buenos Aires, Miami, Ámsterdam—, encuentran en el ridículo, el absurdo y la ternura herramientas para iluminar aquello que duele sin solemnidad. Con influencias que van del cine clásico a la introspección freudiana, Virkel construye personajes que tropiezan, fallan, dudan, pero que nunca dejan de revelar la potencia narrativa de sus propios fantasmas. Esta conversación explora las capas de humor sucio, extrañamiento y sensibilidad que sostienen un libro donde “vencer el asco” es, más que una declaración, un salto al vacío creativo.
¿Crees que narrar desde el ridículo es una forma de transformar el dolor?
El ridículo y el absurdo son herramientas para abordar cualquier cuestión. Para Freud, el chiste es una de las formaciones del inconsciente. Permite que eso que no podemos soportar en la vida consciente, lo reprimido, irrumpa de una manera socialmente aceptable. Donde hay risas, hay deseo. Cuando hablamos con Vera o Pedro Medina León de la literatura de Miami, muchas veces vemos en ella, por lo menos, una capa de realismo sucio. Creo que mis cuentos tienden a un humor sucio. Aparece la incomodidad, la risa inoportuna, ríspida.
¿Qué representa para ti el sentimiento de estar fuera de lugar?
Para mí, estar fuera de lugar representa una oportunidad única de mirarse desde afuera. De cuestionarse absolutamente cualquier cosa para reinventarse o aceptarse de una vez por todas. Emigrar genera la idea absurda de que uno puede dejar sus fantasmas en una caja junto a los abrigos de media estación que no entraron en la única valija con la que viajaste. Pero un día cualquiera, mientras te preguntás por qué mierda cené toda mi vida a las diez de la noche, cuántos kilómetros hay en treinta y dos millas o tratás de reconocer la mísera diferencia de pronunciación entre “soccer” y “sucker”, justo ese día reaparecen los fantasmas. Y te das cuenta de que son residentes permanentes de ese intenso quilombito que llamamos desarraigo. En esa batalla por la pertenencia, hay una posibilidad de rediseñar la propia identidad. De reinventarse. Pero hay que hacer un Scooby Doo y ver de qué están hechos esos fantasmas.
¿Tienes influencias del cine o del lenguaje audiovisual en tu escritura?
Siempre. No le hago asco a ninguna influencia. Me abro a todo, cuanto más accidental, mejor. Pero el cine es una debilidad. Últimamente atravesé una etapa de hastío con las series y especialmente con el cine de plataformas. Se reconocen las fórmulas, las repeticiones, los algoritmos. Lo que siguió fue una época hermosa de redescubrir el cine desde los ochenta hacia el comienzo de su historia. La plataforma que más utilizo es The Criterion Collection. Con un poco de suspension of disbelief, Freaks de Tod Browning resulta una maravilla. Lo que quiero decir es que si acudimos a la suspensión de la incredulidad para aceptar un tipo que vuela con el calzón rojo por afuera del pantalón, bien podemos usar esa energía en predisponer nuestra mirada a los vicios de 1932. No sé si hay un impacto constatable de ese cine en estos relatos. Mis lecturas, mi forma de escribir y mis influencias se mezclan de manera muy caótica. Me encantaría que algo del Friedkin de The French Connection, el Derzu Uzala de Kurosawa o del Scorsese de After Hours se haya filtrado en ellos.
¿Qué te interesa de quienes no logran encajar del todo?
Lo que me llama la atención de estos personajes tiene que ver con las preguntas que provocan. Alguien dijo: un tipo cualquiera es un loco hasta que logra el éxito. La trama se vuelve interesante en función de los obstáculos que se superan. Ahora, hay un concepto valioso —otra vez del amigo Freud— que es el de realidad psíquica. El mundo interno de una persona, sus deseos, recuerdos, nostalgias pesan más que la realidad externa. Todo esto para decir que el Waterloo de un personaje puede ser hablarle a la camarera que le sirve el capuccino cada tarde. Se construye ese personaje de tal manera de que ese obstáculo parezca una cuestión de vida o muerte.
El título Hemos vencido el asco tiene algo de ironía. ¿A qué tipo de “asco” te refieres realmente en el libro? ¿Es una emoción personal, social, cultural?
El título del libro corresponde a uno de los cuentos alrededor de cuyo personaje principal, Lasticön, el poeta maldito de South Beach, giraba la acción de mi primera nouvelle. Ese protagonista está remotamente inspirado en Federico Manuel Peralta Ramos, un artista argentino inclasificable que, cuando se ganó la beca Guggenheim, la gastó en una cena-fiesta para todos sus amigos porque su vida representaba en realidad su gran obra. Quería que todo el libro se contagiara de su aura absurda y repleta de humor ácido. Tu dedo en mi axila echó raíces. Somos uno porque hemos vencido el asco se lee en uno de los post-its con los que promueve su poesía. Vencer el asco significa para mí ese momento donde uno se da cuenta de que no hay vuelta atrás. Pero a la vez, si se pudiera, ya no se desea tal regreso. Se está dispuesto a jugársela porque el pasado asusta más que el dolor y el fracaso. Ese es el umbral del asco. Solo queda atravesarlo y con el cuchillo entre los dientes.







