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Fifty Shades of Grey y la literatura erótica.

Para mediados de enero del 2015 estará en cartelera el film basado en la novela Cincuenta sombras de Grey, de la autora británica Erika Leonard James. El libro, primero de la trilogía del mismo nombre y promocionado como el éxito editorial del 2011, fecha en que fue lanzado con todas las herramientas que proporciona la red, logró superar las millonarias ventas de Harry Potter y se convirtió en el bestseller del momento. Como se puede apreciar, todo un éxito de marketing viral.

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Cualquier inaprensivo lector podría colegir que se encuentra ante un obra de diáfana calidad y justo merecedor de los favores del gran público. Pero lo insólito es que desde los primeros capítulos (26 en total para una extensión de 470 páginas aproximadamente) nos encontramos ante un bluf de una pobreza literaria que ha llevado a más de un crítico literario a la histeria, al desencanto y a concluir una vez más que un éxito de ventas no tiene nada que ver con la calidad de una obra literaria. Como quien dice, nos metieron gato por liebre.

Estas incongruencias entre calidad y venta, entre novela supuestamente erótica y relato de bondage es lo que me ha impulsado a escribir el presente artículo.

Cincuenta sombras de Grey no puede considerarse, con propiedad, como una novela erótica debido a  su superficialidad manifiesta. Se agota en la descripción explicita de escenas de sexo y no resiste ni de lejos una comparación con las obras noveladas de los grandes maestros del género tales como el Marqués de Sade, George Bataille o el contemporáneo Alberto Ruy Sánchez. Es evidente que no posee la complejidad ni profundidad que el género demanda, la cual va mucho más allá de la descripción de escenas de sexo explícito y se adentra en el territorio de la conciencia frente a sus tabúes, apetitos inconfesables e instintos liberados de todo control. El erotismo no es solo acoplamiento sexual sino más que eso: es sensualidad sin límites, emoción sin freno; inteligencia al servicio del goce de los sentidos, de la complacencia de la mente y de derroche de espiritualidad insaciable que abarca todas las esferas del psiquismo humano.

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El bestseller de la autora británica sirve  más bien como un ejemplo para mostrar el tratamiento simplista,  burdo y pobre del complejo y profundo universo de la pareja, que las novelitas rosa se han dado en escribir repetitivamente y que tienen un público lector amplio pero de exiguas luces culturales. El falso romanticismo erótico que invade las librerías y las tiendas virtuales es la triste muestra del consumismo de lectura fácil y de distracción, banal y light, suave y liviana que el puritanismo de nuevo tipo acepta y aplaude. En la novela de marras no hay transgresión de normas sino consentimiento, juego consensuado y con límites preestablecidos. No hay desenfreno ni pasión desbocada. Todo está fríamente calculado como dijera Chapulín.

Recordemos algo sobre el arte erótico: Bataille dice que en el erotismo hay un interdicto inicial, una prohibición que lo fundamenta. El interdicto —palabra multívoca: prohibición quebrantable, entre-dicho, no dicho todo— es la herencia que por el lenguaje nos fue legada. El interdicto, como las leyes, está hecho con la expectativa de que sea transgredido y se funda en una vivencia de angustia. En el libro de James no hay transgresión sino por el contrario un comportamiento regido por una normativa llevada al extremo de ser plasmada en un documento escrito. El porqué de que se establecieran de manera primera estas prohibiciones tiene que ver con que la sexualidad y la muerte, teniendo siempre un trasfondo de violencia, atentan contra la paz, el orden y la supervivencia; así, el mundo civilizado que se inicia con el trabajo, exige que a estas desmesuras se les acote.

Para complementar el concepto, Hilda Fernández afirma que el campo en el que se juega el erotismo es siempre el de la violencia. El erotismo es un pasaje tortuoso, una alternancia perenne entre los polos de la vida y la muerte, lo bello y lo horrendo, la bondad y la maldad, lo dulce y lo violento. En el erotismo se compromete siempre la historia y el cuerpo, la infancia y el hic et nunc. En la experiencia erótica las paradojas se multiplican y sabemos que el inconsciente es el reino de las paradojas y de la contradicción. Es pues el erotismo una vía que expresa al inconsciente, más aún, muestra esa parte que no puede ser dicha porque se halla justamente colindando con el orden del goce, y ¿quién puede hablar del goce? Lacan dice al respecto: «(…) este se presenta como envuelto en un campo central, con caracteres de inaccesibilidad, de obscuridad y de opacidad, en un campo rodeado por una barrera que vuelve su acceso al sujeto más que difícil, inaccesible quizás…». En el goce el único que sabe es el cuerpo. Las manifestaciones eróticas, vestidas de arrebato, con esa violencia que las habita y determina, se abren a la muerte, sí, pero también en un acto de conciliación con la vida. En el erotismo la vida y la muerte, como caras diferentes de una misma moneda, están echadas al vuelo —con la apuesta a que Eros caerá—. El erotismo tiene ese lado obscuro, ese devaneo con la muerte, pero también tiene el lado luminoso que apuesta a hacer de ese momento angustiante una fiesta a la vida.

Pero, ¿por qué se dice que Cincuenta sombras de Grey es pobre literariamente? Veamos los siguientes puntos:

Personajes. Los dos protagonistas son arquetípicos (lo que un buen escritor debería esquivar) utilizados hasta la saciedad por el género rosa (Corín Tellado, por ejemplo) y muchas de las novelitas de la tele: el príncipe azul y la plebeya. En este caso, el inverosímil personaje masculino, Christian Grey, magnate multimillonario, joven apuesto, empresario  súper exitosos; inteligente, dominante, cultísimo…  y todo los demás adjetivos que puedan adornar una personalidad arrolladora pero fantástica, de película, contra la infeliz estudiante de clase media Anastasia Steele: estúpida, insegura, de perfil bajo y baja autoestima, débil y mentecata más todos los demás adjetivos que puedan denigrar de la personalidad de una pobre joven. Con estas caracterizaciones tan exageradas e irreales E. L. James no logra hacer creíble la historia que lleva al relato a perder la principal característica de un buen texto como  es su credibilidad.

El manejo del tiempo en el relato de James, es uno de los elementos peor tratados. La autora desconoce olímpicamente que desde hace varios siglos se viene usando la técnica del salto atrás (flash back, analepsia o escena retrospectiva), flash forward (prolepsis o salto adelante en la información), la combinación de tiempos, el uso del tiempo reducido y comprimido, o los entrecruzamiento de planos temporales, el tiempo mítico, etcétera, etcétera, para contar una historia como sucede en la vida real. Ella nos somete a un relato de estricto corte lineal, a un presente continuo desesperante y previsible, lo que sumado a una voz en primera persona contando un monotema repetitivo hasta la saciedad (los acoplamientos sexuales consensuados), nos lleva a querer abandonar la lectura. No lo hacemos debido a la expectación falsamente provocada de que algo extraordinario sucederá, lo que al final, para decepción total, no acontece.

Los diálogos son en su mayoría insufribles por lo simples, elementales, bobalicones e intrascendentes que rellenan y rellenan páginas sin substancia alguna. Igual sucede con los e-mails que se envían los dos personajes centrales, anodinos y sin importancia alguna que si se borraran del texto nos ahorrarían parte de su bochornosa lectura.  El libro también ha sido criticado por el uso de modismos ingleses que, sintácticamente, presentan una desconexión con la voz estadounidense de la protagonista (ubicada en Seattle), lo que pone a prueba la autenticidad de los diálogos y de los mismos personajes.

Asunto. El argumento que desarrolla la novela nos indica el grado de simplicidad de una narración en extremo elemental. Se trata de una pareja en donde el joven magnate invita, con la formalidad de un documento escrito, a realizar actos sexuales en donde se van a practicar inofensivas formas de juegos de bondage e inofensivas prácticas que involucran instrumentos como lazos, fustas, correas, látigos esposas, bolas chinas, etc.; lo cual será practicado en el “Salón de juegos” que el aséptico personaje tiene instalado en su apartamento. El rol de él será el de “amo” y el rol de ella el de “la sumisa”. Los planeados e inofensivos juegos son lo que llevan a los críticos a definir el libro como “porno para jovencitas, mamás y abuelitas”. No hay que esperar erotismo fuerte, porque no lo hay. Y no lo hay precisamente porque no existe ni transgresión de normas  ni ruptura de interdicto ni quebrantamiento de la voluntad. Tampoco hay práctica real de sadomasoquismo, solo juego consentido. Ni pasión ni lujuria ni amor. Solo interminables coitos sin afecto que únicamente sirven para eludir el estrés y desinhibir al pobre hombre, hijo abandonado de una madre prostituida por el vicio del crack, y acomplejado debido una infancia  quebrantada malamente por una señora (Mrs. Robinson— suena a la película El graduado— quien lo indujo a prácticas inconfesables). “No te voy a hacer el amor, te voy a follar”, le dice Grey a Anastasia en uno de los diálogos.

Espacio, escenografía, ambientación y otras técnicas. Para ser ecuánimes, hay que reconocer que James se esmera por diseñar unos ambientes distinguidos que cautivan por su derroche de lujo y confort. Sin embargo, el efecto que producen es contraproducente con la verosimilitud del relato por lo fantástico y fantasioso. Como contrapartida, esos son los escenarios de suntuosidad y esplendor que ponen de rodillas a las cenicientas  de los cuentos de hadas, ahora con el énfasis magnificente  de la era cibernética. Vasta enumerar las excelsas virtudes del culto galán de vestir impecable que tenía a su servicio un sequito de personal, psiquiatra incluido; connoisseur de vinos y de exquisiteces culinarias; pianista, lector, musicólogo, gocetas del arte en todas sus formas; de la música coral y clásica; su esmerado gusto por el boato y sus posesiones incalculables tales como autos de lujo y de carreras, helicóptero y jet privado; apartamentos, casa, edificios… para que las “sumisas” cayeran caer bajo la férula de sus frías y medidas manías con las cuales se sacaba el asco de vivir en una sociedad desastrada.

En cuanto al uso de otras técnicas literarias, la autora, por boca de su protagonista femenina nos cuenta que va a escribir un “monólogo interior” dirigido a Grey (página 364), lo que resulta en una patética nota epistolar que en absoluto nada tiene que ver con lo que se conoce como monólogo interior, el cual no va dirigido a nadie y es un desbordamiento de conciencia que supera toda barrera gramatical, racional y ética.

Las cincuenta sombras de Grey, como dijera Stephen King, es una “basura porno para mamás”.  The New Zealand Herald, afirmó que el libro “no va a ganar ningún premio por su prosa” y que hay algunas descripciones sumamente fofas. La profesora de la Universidad de Princeton, April Alliston, dijo: “Aunque no es una obra de arte literaria, Cincuenta sombras es más que un fanfiction basado en la serie de vampiros Crepúsculo”. Jessica Napier, de Metro News Canada, escribió que “fue una tortura soportar 500 páginas de diálogo interno de esta heroína, y no de la forma atractiva que se preveía.” Jessica Reaves, del Chicago Tribune, escribió: “el texto original no es gran literatura”, señaló que la novela está “salpicada abundante y repetitivamente con frases estúpidas”, y la describió como “deprimente”.

Esto es lo que hay. Es lo que nuestro gran público consume. Es la medida cultural de nuestros contemporáneos, es el gusto de una época privada de espíritu.

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