Las motas de algodón son suaves como nubes. Al roce de los dedos, uno siente su superficie tersa, como una brisa confortable que despierta dulces escalofríos. A veces, nos provoca tomarlas con ambas manos y zambullir el rostro en ellas para respirar su fragancia neutra y su delicadeza prístina. Pero aquello que nos acaricia con gracia, también puede tornarse espinoso y áspero dependiendo del momento. Sin lugar a dudas no hay mejor ejemplo de esta dicotomía que la planta de algodón. Solo habría que echarle una mirada a la historia de la esclavitud en los Estados Unidos de Norteamérica y de cómo las plantaciones de algodón en el “sur profundo” catalizaron el surgimiento de las dimensiones más lúgubres de la naturaleza humana. Aquel conglomerado de tejidos blandos y suavidad complaciente se convirtió en el epicentro de una maléfica institución dedicada a la sujeción y degradación del hombre.
En los Estados Unidos la esclavitud se fundó no necesariamente en ideas de supremacía racial sino más bien en el pragmatismo económico que esta institución brutal proveía a una nación joven inmersa en el proyecto capitalista. Empezando en los tiempos de la colonia, millones de africanos fueron despojados de sus pertenencias, arrancados de sus tierras y separados de sus familias para ser convertidos en máquinas de producción masiva. La posición de liderazgo actual de los Estados Unidos se debe en parte a la labor interminable que los negros llevaron a cabo en las plantaciones de cultivo de algodón extrayendo y empacando las suaves motas de algodón. Durante el siglo XIX, esta mano de obra eficiente y gratuita ayudó a convertir a los Estados Unidos en la primera exportadora de algodón a nivel mundial consolidando de esta manera su poderío económico y por consiguiente forjando las bases para el expansionismo militar y estratégico que se daría en el siglo XX.
Las plantaciones de algodón y la institución de la esclavitud también conllevaron sin embargo a otras formas de creación que lindan más con la esencia innovadora y tenaz del ser humano. Dentro de este mismo contexto donde la opresión y el maltrato constituían el pan de cada día, formas artísticas y rituales surgieron para articular las expresiones viscerales de sufrimiento, esperanza, indignación y espiritualidad que acompañaban las labores cotidianas de los esclavos afroamericanos en el sur profundo. Un ejemplo ilustrativo de estas producciones innovadoras lo constituye el field holler. Para muchos historiadores de la cultura afroamericana este género musical, el cual podríamos traducir provisionalmente como “grito o llamado a través del campo,” constituye la primera formación artístico musical producida por los negros en el territorio norteamericano. Es decir, el field holler es una práctica que no arribó al nuevo mundo desde África. Era ya una manifestación netamente autóctona e idiosincrática de una cultura afroamericana en proceso de formación. De la raíz del field holler entonces emergieron otros géneros musicales más conocidos y estructurados, como el blues y el góspel. Dadas las implicancias que el blues ha tenido en la construcción de los idiomas modernos del rock y el jazz, se podría afirmar que el field holler ha influido directa e indirectamente los rumbos de la música pop que circundan alrededor de nuestra aldea global contemporánea.
¿Pero qué es el field holler y cómo se interpreta? El field holler es tanto un género vocal que incluye formulas melódicas determinadas como una manerade sentir y expresar la emoción a través del canto. Como su nombre lo establece, es el grito o llamado que los negros producían mientras trabajaban en las plantaciones del algodón. Este grito o llamado se utilizaba también para dialogar y comunicar noticias, sentimientos e inclusive chismes acerca de otros esclavos. Imaginemos la siguiente imagen: es un día caluroso y húmedo en una de las plantaciones de algodón en el estado de Georgia, bastión de los conservadores y terratenientes que acumularon ingentes fortunas en base a la explotación de los afroamericanos. Las plantas de algodón están maduras y sus tallos se curvan bajo el peso de las redondas y relucientes motas que necesitan ser extraídas y exportadas a Francia e Inglaterra con premura. Los terratenientes se hallan ansiosos y fuerzan a los esclavos a trabajar con más eficiencia. En medio de esta opresión, los esclavos requieren hallar algún modo de expresar lo que sienten, alguna vía de comunicación que los ayudade a desahogarse. Aunque a los negros no se les permitía socializar durante la jornada de trabajo, estos concibieron un modo de conversación que les permitía continuar con la extracción de las motas de algodón mientras transmitían su sentir. De esta manera, la conversación se daba a través de versos cantados e improvisados donde las inflexiones de la voz acentuaban contenidos emocionales e información del día. La pena, alegría, sensualidad y esperanzas que los embragaban en sus jornadas cotidianas hallaban cabida en frases melódicas donde la famosa blue note empezaba a consolidarse como el color distintivo de la musicalidad afroamericana. A través de los años, estas conversaciones musicales que se daban en las plantaciones, donde las voces emergían inmateriales de cuerpos sudorosos y adoloridos ocultos entre la maraña de las plantas y la pulcritud arrogante de las motas de algodón se codificaron y formalizaron para constituir la base teórica y estética de innumerables expresiones musicales que hoy continúan expandiéndose en el mundo.