Los espacios de la literatura, donde se crea, donde se discute de ella, o donde se hace visible, son a veces inverosímiles. Las conversaciones de Formentor, que tuvieron lugar en la ciudad de Formentor, en Mallorca, por iniciativa del mítico Carlos Barral, editor, poeta y futuro senador de la España democrática, y por el escritor Camilo José Cela, surgieron tras el final de la noche oscura del primer franquismo, hasta el punto de que, a partir de 1963, los premios tuvieron que concederse en el extranjero, por la negativa de Franco a amparar una reunión que él consideraba de disidentes. La acción se situaba, además, junto a uno de los espacios más hermosos de la isla: el cabo Formentor. Allí escritores, editores y críticos se reunieron periódicamente entre 1959 y 1968 para hablar de literatura y expandir los límites de la narrativa hispana. De allí surgió un grupo de discusión —el grupo Formentor— y un premio, que se otorgó entre 1961 y 1967 (en realidad 2, uno internacional y otro de los editores). Ese premio desapareció hasta 2011, en que se volvió a estipular. Ha sido concedido a los más grandes escritores de las letras hispanas recientes (Fuentes, Goytisolo, Marías, Vila-Matas), y más recientemente a autores extranjeros poco conocidos en la literatura en español, como Mircea Catarescu o la ganadora de este año: Annie Ernaux.
Resulta abrumador consultar la extensa obra de Ernaux, más de 20 títulos, la gran cantidad de premios de prestigio acumulados, entre ellos el Renaudot, el Marguerite Duras, el Strega o el ya mencionado Formentor, y las voces de los autores que la reivindican: Emmanuel Carrère, Virginie Despentes, Édouard Louis, Didier Eribon. Nos encontramos ante una de las primeras autoras que apostó en Francia por narrar la intimidad. Teniendo en cuenta que hablamos de la patria de la autoficción, estamos hablando de una narradora que pertenece a la primera división de esa literatura. Es, por tanto, una autora mayor en las narrativas del yo. Resulta increíble que su obra esté tan poco traducida al castellano. Mención especial merece el trabajo de la editorial Cabaret Voltaire en este sentido, un pequeño sello independiente que se ha encargado de verter buena parte de la literatura que se puede leer de Ernaux en castellano, con la excepción de El acontecimiento, publicado en Tusquets.
Son varios los libros de interés escritos por Ernaux de los que podría hablar en esta serie. Pero me quedaré con Memoria de chica (Cabaret Voltaire, 2016). En esta novela, Ernaux habla de su primera aventura sexual, la de una chica de provincias, reprimida durante años en un colegio de monjas, sedienta por tener experiencias y deseosa de abrirse al gran mundo, que entra a trabajar de monitora de colonias y queda obnubilada por H., que la seduce en su primera noche en la colonia. Ahí, en esa seducción, que la autora describe en términos que parecen una violación por momentos (pp. 54 y 56), cambia el destino de Annie Duchesne, la protagonista de la historia, que fracasará a la hora de retener a H. a su lado. Será considerada como una puta por el resto de sus compañeros, y se aireará su intimidad a través de una carta que ha escrito pero que lanza a la basura. A partir de ese fracaso, Annie Duchesne organiza su personalidad. Con el objetivo de volver triunfante a la colonia, se matriculará en la Escuela de Magisterio de Rouen, padecerá episodios de anorexia, y se convertirá en una rubia fría, distante y supuestamente digna, como la rubia que H. cambió por ella años atrás, en la colonia.
Cinco son los elementos más destacables del escrito. El primero es el recurso de la voz. Ernaux se sabe Duchesne (su apellido de soltera), pero también sabe que está muy lejos de esa chica que ella califica como la del verano del 58. Esa descripción tan ajustada del yo, que cambia con los años, condiciona la voz de la narradora. De primera pasa a tercera persona para describir la distancia que separa a ambas. El segundo es el talento para darnos a entender cómo las circunstancias guían nuestra voluntad a partir de la trama, que se acabará resolviendo a través de la biografía de Ernaux. El tercero es la mirada femenina, una mirada diferente, nueva, que se cuestiona la influencia de una de las figuras totémicas del movimiento en Francia, como es Simone de Beauvoir (pp. 143-144). La cuarta es el juego de la intimidad. No es lo mismo que la voz narradora intime con la persona lectora, que se convierta en su cómplice, un cómplice que accede a espacios hasta entonces inaccesibles, que advertir cómo esa intimidad se roba a través de una carta rota y lanzada a la basura. Viene a decir que la intimidad es materia literaria, que es distinto a que sea materia pública. La quinta es mi favorita: la conciencia de clase, que se muestra en las afrentas que sufre esa joven de provincias y origen humilde frente a la burguesía, muchas veces a través del lenguaje (p. 111).
Todo ello hace de Memoria de chica un pequeño gran escrito que pretende: “Explorar el abismo entre la espantosa realidad de lo que ocurre y la extraña realidad que reviste, años después, lo que ha ocurrido.” (p. 198). Es decir, un fragmento del espacio de la literatura de Ernaux: la colonia, la casa familiar, la ciudad de Rouen, Londres; un espacio desde ahora conectado con los otros espacios que aquí se mencionan, que recorrió al recoger el premio Formentor.