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Epifanía

 

Me dijeron que cuando fuera un hombre

mis actos serían más conexos

que las dudas se irían

y una mansa paz llenaría mi cabeza de luces,

 

que mis apetitos y aprehensiones

lograrían ese hermoso equilibrio

que no nos permite entregarnos,

perdernos,

lanzarnos hacia abismos inciertos y poderosos

donde la felicidad se vislumbra intermitente

como un náufrago en la cima de las olas

de una tormenta.

 

Me dijeron que cuando fuera un hombre

sabría de sexo y de definiciones

que el futuro sería un día claro frente a mí

y no esta bruma oscura tan familiar

y tan inquietante,

 

que mis talentos y pavores

tendrían todos su lugar

y su momento

que aprendería a matar            y a construir

a estarme quieto y a ceder

a velar por otros o a reprimir

de acuerdo con las circunstancias de mi prosperidad.

 

Me dijeron que cuando fuera un hombre

mis objetos ganarían gravedad

y perderían, suavemente, esa ilusión

que siempre los hizo volátiles.

 

Soy un niño.

 

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