Publicada el año pasado dentro de la colección “Mapa de las lenguas”, Los años invisibles (Random House, 2020) nos narra de manera alternada el presente y el pasado de un grupo de personajes. Es hasta el final de la novela en donde se nos deja ver el punto catártico que hizo que esta granada de adolescentes se fragmentara rumbo a diversas latitudes. Esta es una novela con tal prosa y oficio que nos mantiene atentos cada página, con oraciones como aforismos cuyo peso lindan con lo poético:
Todavía hay luz afuera pero ya está sucia y empieza a atenuarse.
De la vida y la muerte y de las transformaciones que suceden en medio, y del deseo y el amor y lo que hacen en sus cuerpos, y de las reacciones químicas que desencadena la risa de la mujer que amas y de las reacciones químicas que desencadena la risa de la mujer que amas cuando la provoca otro.
¿A quién encontraremos del otro lado de las cosas cuando no tengamos nada que ocultar?
Todo se ve pulcro y en su lugar, menos nosotros, que no somos de aquí ni nunca lo seremos. O quizá ella sí, […].
El tema de la identidad aparece en varios niveles, desde la identidad latinoamericana en medio de las distintas razones por las que se emigra, hasta esa identidad que va creándose en nosotros, hecha de los fragmentos que vamos recogiendo y reconociendo de nuestra juventud. Además de las distancias geográficas asumidas en el continente, también aparecen esas otras de los niveles económicos de clase, de género. Y todo este abanico de introspecciones que la novela consigue que sus lectores hagamos sobre nosotros y nuestra identidad, es quizá uno de sus logros más importantes. Porque probablemente eso seamos al final de cuentas, un racimo de recuerdos buenos y malos y un racimo de “no-recuerdos” que inventamos para poder tolerar la realidad, tolerar el pasado y, a veces, justificarnos (o, ¿perdonarnos?) por lo que fuimos y en lo que, para bien o para mal, nos hemos convertido.
Entrevista a Rodrigo Hasbún
- ¿En Los años invisibles se encuentran Los días más felices?
Los días más felices y Los años invisibles son libros hermanados por algunos personajes y situaciones, por sus títulos gemelos y por esos noventas que todavía persisten en quienes fuimos adolescentes entonces, pero los escribí desde lugares muy diferentes. El primero de ellos, publicado hace diez años, aún tenía una sensibilidad cercana a esa época. El segundo, en cambio, la aborda desde una distancia que la enajena y la transforma. En otras palabras, siento que los cuentos de Los días más felices están más impregnados de la adolescencia, de su torpeza y su imposibilidad. Los años invisibles, por su parte, es una novela sobre la adultez y sus fantasmas y sus sombras.
- En esta novela retomas personajes de relatos anteriores, ¿te costó trabajo “revivir” o continuar siguiendo la vida de tus personajes a partir de aquellos cuentos?
La mayoría de ellos son personajes que me han acompañado desde el principio, personajes que han ido saltando de un libro a otro, así que no me costó tanto volver a ellos. Me es grata esa sensación de ir envejeciendo juntos, que es lo que hacemos también con nuestros amigos. Por suerte lo que hubo antes igual sigue ahí, y debajo de los cuerpos del presente hay otros cuerpos menos rotos y también la memoria agujereada de esos cuerpos.
- Tu novela narra tiempos específicos, un antes y un después en los personajes, pero también un diálogo entre el norte y el sur del continente. Otro tipo de migración y, digámoslo así, otro tipo de exilio.
Una manera inquietante de pensar la adultez es como una suerte de exilio de la infancia o la adolescencia. Suele ser paulatino ese proceso, tan paulatino que casi no notamos cuándo empieza y cuándo termina, pero hay situaciones traumáticas que a veces lo aceleran, como sucede en la novela. Los personajes de Los años invisibles ingresan en la adultez a la fuerza, tras ese día turbulento alrededor del cual gira la novela. Luego, no mucho después, experimentan también la migración desigual que emprenden hacia Estados Unidos.
- A la hora de recapitular las vivencias y, ya sea aparte o al mismo tiempo, a la hora de trabajar en un texto literario, encuentras semejanzas entre la memoria y la ficción.
Tengo la impresión de que las historias que nos contamos sobre nosotros mismos son igual de maleables que cualquier otro tipo de historias, incluso las más inverosímiles o excesivas. En ese sentido, la memoria y la ficción son artefactos parecidos, muy limitados pero necesarios. Sin ellos estaríamos aún más a la deriva.
- En la novela tus personajes recorren música, películas, eso que nos va acompañando en los años de crecimiento, esa cultura popular de nuestro crecimiento parece más fundamental que lo que recorremos en la adultez.
Yo creo que todo nos afecta de una manera más honda antes de los veintipocos. Todavía no sabemos bien qué somos, y estamos menos adormecidos y menos quietos, y esa suma nos hace verdaderamente receptivos a lo que tenemos alrededor. Nuestra educación ideológica y afectiva está encendida a toda mecha entonces. Por eso suelen ser los años más intensos y reveladores y difíciles. En medio de ese coctel explosivo, la música, la televisión y el cine sin duda juegan un rol crucial, así como lo hacen el daño y el amor de los otros, las alianzas menos o más visibles, las grietas sociales y políticas.
- Por momentos, tus personajes son identificados como “la/el que llamo”; además, esta novela es escrita por un personaje de la novela. Cómo va cambiando nuestra identidad, y nuestro relato interno, incluso para nuestros círculos más cercanos.
Siempre es perturbador contrastar nuestros recuerdos con gente que también estuvo ahí y descubrir que los guardaron de manera distinta, que lo que ellos recuerdan y lo que nosotros recordamos no coincide. Como te decía antes, la memoria me parece muy falible, pero además pienso que el pasado nunca permanece inmóvil, que muta a medida que nosotros lo hacemos. Quería enfrentar a los personajes a ese movimiento constante de lo que les tocó atestiguar, todo eso que han ido perdiendo o deformando.
- Los personajes siempre están solos, esa distancia (de tiempo y espacio) entre unos y otros incluso entre padres e hijos.
Sí, en Los años invisibles los padres están ausentes, librando sus propias guerras, pero yo no siento que los hijos estén solos. Aunque a veces lo hagan torpemente, se acompañan y deambulan juntos. Y van emergiendo entonces la entrega y la complicidad.
- La relación entre EE. UU. con el resto del continente a lo largo de los años, como la migración constante y la personalidad de Houston, una de sus ciudades más importantes, ¿crees que este movimiento, esta diáspora, es ya una pieza la identidad latinoamericana?
Para mí Houston es una ciudad latinoamericana, al menos en buena medida. Los seis o siete años que llevo aquí han sucedido casi en su totalidad en español. Es, claro, un español hablado de cien maneras, un español que viene de todas partes y que cobra nuevas formas y matices, y eso resulta maravilloso. Ni siquiera en las grandes urbes latinoamericanas se da tan fácil que en una fiesta coincida gente de una decena de países o que en un salón de clases haya un paraguayo al lado de una mexicana, una española entre un peruano y una hija de salvadoreños. Se sigue pensando a Estados Unidos como un país blanco, angloparlante, uniforme, pero en la realidad esa idea está resquebrajada por todos los otros países que suceden en el mismo territorio, países cada vez más innegables.
- ¿Qué autores te interesan en la actualidad, o cuáles lees en el momento?
Además de los manuscritos de un par de amigos, ahora mismo estoy leyendo El cuaderno gris, un diario extenso que llevó Josep Pla cuando era muy joven. Su lucidez para retratar la vida catalana de principios del siglo veinte, y la frescura y justeza de su escritura, no dejan de maravillarme.
- ¿Tienes algún proyecto literario entre manos que nos quieras compartir/adelantar?
Ando trabajando en varios proyectos, pero todavía es un poco pronto para decir nada sobre ellos.