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 “Entre las ruinas” o una manera de habitar el mundo

Al cierre del libro “Among the ruins/ Entre las ruinas”, de George Franklin y en versión bilingüe gracias a la traducción de la escritora colombiana Ximena Gómez, está el poema “Tiempo robado” donde se lee: “Caminaba a mi casa de noche por Rock Creek/  Y más allá del Salvation Army. Los poemas/ Escaseaban en aquella época. Revisaba/ Documentos, redactaba borradores de mociones, / Tratando de encajar en el mundo de derechos/ A reclamaciones, de compensaciones, de defensas/ De lo confidencial y de lo que no lo era….” Me gusta imaginar a George Franklin, hombre de leyes, escribiendo esbozos de poemas en el reverso de sus notas legales, del mismo modo que el médico pediatra William Carlos Williams escribió gran parte de sus poemas en las zonas en blanco de su recetario. Ser poeta no es exactamente una carrera sino el ejercitarse en un tiempo robado. Dedicarse enteramente a la poesía sería la ruina de cualquier hombre promedio, porque es esta una realidad muy lejana al mundo puntualmente edificado. Ese mundo que Franklin describe parabólicamente en su poema “Para el cuervo es maravilloso graznar”: “Los cuervos hablan el lenguaje/ De vendedores ambulantes, recaudadores/ De impuestos, capataces de fábrica,/ De letreros que dicen ‘Prohibido el paso”.

El poeta, debe saberlo bien Franklin, a no ser que sea un adulador de la corte, tendrá un destino equiparable al de Su Tung-Po, que fue desterrado a causa de sus versos críticos. No debe ser casual que este libro abra con un texto dedicado a un poeta sancionado por el emperador; un rebelde frente a su destino, que se refugiará en su exilio en la simplicidad de la belleza y el mundo natural. Pudiera aventurarme a decir que en su poesía Franklin intenta desertar del reino de los que graznan y trituran con el pico, para tratar de instalarse en un lugar de seducción personal. En su poema “Los gansos”, su hablante poético se detiene a escuchar el parloteo de estas aves que lo conminan a levantar vuelo. “…Escuché/ A los gansos, pero antes de que pudiera/ Contestar ellos se fueron”. Por algún conducto, Franklin nos conecta con una visión taoísta del universo, típica de la antigua poesía china, donde hombres, animales y todo lo vivo participaba de un mismo aliento. Naturaleza que también se convierte en un vehículo para la observación minuciosa de la conducta humana. Voy a mencionar especialmente “Lucha de arañas”, poema que desarma la percepción común de la verdad y de nuestros juicios sobre el bien y el mal. Tengo que decir que Franklin dedica una parte de su tiempo a enseñar el arte de la poesía a prisioneros en una cárcel de la Florida, ocupación nada cortesana si nos enfocamos en ver el mundo como un torrente de símbolos.  Entre reflexiones acerca de lo contado por Dante en el Inferno sobre el conde Ugolino y su enemigo Rugieri, y una alusión a Tertuliano, el poeta registra un suceso memorable: “Mis estudiantes/ se han reunido en círculos junto a sus literas, en el verano/ Del norte de la Florida, un clima bastante similar al infierno/ Y miran hacia abajo, dos arañitas que se desgarran/ La carne entre sí. Durante unos minutos/ Estaban en el cielo.”

Si bien “Entre las ruinas” nos sorprende con estos chispazos de genialidad intelectual, la mayor parte de estos poemas nacen de encarar la vida de primera mano, lo que me hace recordar a Roger Callois cuyo imaginario también corría en sentido contrario a “la inconsciente primacía otorgada al universo leído sobre el universo sentido”. Y es que Franklin se ocupa de registrar lo que percibe: olores a limpio, ruidos de cañería, estados de ánimo y de sensibilidad transitorios; una visión acrecentada de lo cotidiano. “Reflejado en la superficie negra/ agrietada de los charcos/ el hielo cuelga/ de los tejados de las iglesias/ joyas de luto de la tierra y el cielo.” No faltan en este libro los poemas donde lo mórbido campea como dueño de las circunstancias, donde la conciencia de lo perentorio toca fondo, “las formas multi-silábicas del dolor”. Son poemas de gran impacto emocional en el lector, catárticos para quien ve partir a las personas más queridas, como “Ladrones de cuerpos” o “A través de las cortinas”. No me atrevo a citar ningún verso de ellos por respeto o por sobrecogimiento. ¿O será el tabú de no profanar a los cuerpos que indefensos ya, se despiden?

Pero hay otro conjunto de poemas dedicados al amor que son como su reverso porque hablan de una posible resurrección de la carne mientras aún estamos aquí, entre las ruinas. “Entrelazados, vi/ Tu pierna blanca en la oscuridad/ Y pensé que era la mía”. La misma saga que ha sido cantada en el Cantar de los Cantares, en los poemas de Novalis, de Vicente Aleixandre y tantos otros. Pero como siempre hay algo nuevo bajo el sol, Franklin es también un hereje en la materia: “Necesitamos palabras que nos dobleguen/ Los hombros, palabras como ‘sacudón’,/ ‘Espasmo’, ‘torcedura’, que conviertan/ Nuestros cuerpos en motores que fallan/ O en peligrosas sustancias químicas”.

Desde la introducción misma, el poeta deja claro cuánto le debe a Ximena Gómez, poeta ella misma, por la existencia de este libro. Para nosotros, hispanohablantes, ella es como ese “passeur”que conduce la barca de una orilla a otra del mar de las palabras. Este libro tiene esa rara cualidad de ser además el testimonio del conocimiento íntimo entre dos individualidades, del intercambio de emociones e idiomas.  Ediciones Katakana ha contribuido a gestar un hermoso libro de poesía. Las fotografías de interior, de Cheryl Ferraza, se corresponden con las zonas de abandono y soledad que la poesía necesita para respirar; esos mundos perdidos ruinosos, donde el ser humano aunque no encuentre respuestas, encuentra fascinantes sus preguntas  y sus divagaciones más certeras que nada. Lean este fragmento del poema “Habitantes del mundo” y díganme si no sienten algo parecido: “…Tal vez hiciste un voto,/ Cientos de vidas atrás, para regresar así, para acariciar/ Su pelo hasta que tu mano se quede inmóvil,/ Para pasar días añorando el bosque, y noches apretando/ Tus muslos contra los de ella. Tal vez ella hizo lo mismo”.

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