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En Miami hay de tó

 

Mi vecino era una persona muy nice, no hablaba con nadie; a las tres de la mañana cortaba las palmeras de su patio con una sierra eléctrica; sacaba a pasear a su simpático perrito sin correa, para que mordiera a to el vivo que le pasara cerca y, sobre todo, echaba en mi jardín una sustancia extraña que provocaba que la grama adquiriera un hermoso color marrón bien ecológico.

Mi vecino era lo que yo llamaría un chino dechado de virtudes. Desde mi ventana siempre lo veía haciendo sus bonsáis; actividad que, al parecer, le ayudaba a desarrollar sus relaciones interpersonales; digo, por lo de amar a la naturaleza.

Un sábado por la mañana, luego de dormir la cuerda que me dio tener que mandar a callar al chino a media noche —por andar sembrando algún árbol en su patio a son de palazos—, tocan a mi puerta.

No sé si la gente de Miami entiende que un sábado a las 8:30 AM no es hora apropiada para aparecerse en una casa donde duerme una madre de familia, vecina de un chino noctámbulo.

El caso es que, bajo la escalera en pijamas, con un ojo abierto y una cuerda del Diablo, mientras recibo un escopetazo de sol y el ojo derecho también decide despertarse.

Entre pestañeos, contemplo a un tipo desconocido, con un paquete en la mano.

Era John, un chileno calvo y cincuentón con la piel réquete quemada por el sol.

—Hola, perdone que la moleste, estuve buscando al señor Chang, pero él no estaba en su casa y quisiera dejarle este paquete con usted.

—Bueno amigo, yo no creo que pueda guardar ese paquete y menos medio abierto como está

—Sí, entiendo, es que vine desde Miami Beach, es largo el trayecto y no quisiera tener que volver.

—Lo que puedo hacer es darle un papel para que le escriba una nota, creo que no hay problema si le deja el paquete en su puerta.

—Bueno, se lo agradezco; usted sabe que es injusto para mí todo esto, tener que gastar gasolina para venir a devolver estas pastillas.

Yo, que aun toi durmiendo del lado izquierdo, le digo:

—¡Ah, pastillas!

—Sí, me habían dicho que eran buenísimas y que funcionaban mejor que el Viagra, pero todo fue un en- gaño, estos chinos son un fraude.

Me acordé que, cuando chiquita, mami decía: “to lo chino sale malo”.

—¿Pero no es un vivero lo que tiene él? ¿También distribuye medicinas?

—Ellos la producen aquí señora. Pero fueron un fracaso, no sabe la vergüenza que pasé con un chico que conocí en la playa…

—Ay Dios, no me cuente, ya entiendo, pero… ¿y son azules las pastillas?

—Ni siquiera, hasta en eso son un fraude.

—Mire este post-it azul, pa que le deje la nota

––Gracias, se lo voy a dejar como me dice, pero si lo ve, dígale que estuve por aquí muy molesto; gracias por su tiempo.

—De nada, que le vaya bien.

Aquí en Miami hay de tó. Chavistas, antichavistas, balseros, víctimas de fraude… y para colmo, gente como yo, que reemplaza la grama de su jardín cada vez que un vecino vierte en él sus cochinos residuos.

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