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Elena Ferrante: la autora molesta

En la nutrida nómina de escritores de la memoria y, por ende, del yo, el territorio de la escritura femenina ha sido ocupado en la escena internacional de una forma lenta pero implacable por Elena Ferrante. Se trata de un seudónimo que ha levantado numerosa polvareda. La persona que ha escrito los libros firmados por Elena Ferrante exigió el completo anonimato a su editorial desde la primera de sus publicaciones: El amor molesto (1992). Dado el avasallador éxito de ventas, sin embargo, ha resultado imposible acallar las especulaciones, la más conocida, la de Claudio Gatti, un polémico reportero que llegó a afirmar que tras Ferrante se escondía la traductora Anita Raja. Es más, anteriormente, el académico italiano Luigi Galella había asociado la narrativa de Ferrante con la del escritor napolitano Domenico Starnone, esposo de Raja. Lo hizo tras una minuciosa investigación algorítmica que comparaba la escritura de Ferrante con la de autores italianos vivos.

Pero el caso es que el enigma Ferrante sigue sin desvelarse. Los implicados han negado cualquier relación y a la persona autora se la entrevista por email sin que haya podido confirmarse su identidad. Eso sí, esas entrevista producen jugosas respuestas relacionadas con la identidad y la autoría, como: “No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone, de sus personajes, de los objetos y paisajes que describe, del tono de su escritura, no es más ni menos que un buen modo de leer.”

Este es el misterioso contexto que me llevó a leer El amor molesto, la primera de las novelas de Ferrante. Como buen relato de origen, la novela cuenta la conflictiva relación de la supuesta narradora con su madre, fallecida después de ahogarse en el mar en extrañas circunstancias. La novela va revelando de forma paulatina los secretos de la familia de la narradora utilizando técnicas propias del suspense. Así descubre el lector que la madre abandonó al padre con sus tres hijas por los celos de este hacía otro hombre: Caserta. No está clara la relación de Caserta con Amalia, la madre. Al principio da la impresión, a partir de las informaciones que le llegan a la narradora, de que Caserta y Amalia mantuvieron una relación ocultada a los ojos de los demás pese a la paliza que este recibe del ex marido y de Filippo, hermano de Amalia, tío de la narradora. Pero conforme avanza el escrito, con pasajes inspirados en el surrealismo, esa relación acaba marcada por la sombra de la duda, y de la provocación que Caserta pretende producir en el ex marido. Queda a juicio de cada persona lectora la conclusión que saca de la novela. Pero, a mi entender, Amalia es una víctima del machismo, de ahí su triste final y la fusión que se opera en las últimas páginas, que no revelaré.

Aunque se trata de una novela que no desarrolla las deslumbrantes técnicas narrativas que Ferrante utilizará después, como en el arranque de La amiga estupenda, la novela contiene buena parte de las señas de identidad de la escritura de Ferrante. La primera hace referencia a los procesos fisiológicos exclusivos de la mujer, como la menstruación (p. 21). La segunda se refiere a la alianza del patriarcado, representada por el tío Filippo y el padre y, en cierta forma, también por Caserta, siempre desde la violencia (pp. 147, 162 y 166), que dificulta el libre desarrollo de la mujer y justifica la ambigüedad de Amalia, de la que la narradora es a la vez víctima y culpable (p. 198), y que sirve para mostrar la dominación territorial del hombre, ilustrada magistralmente en los trayectos en transporte público por Nápoles (p. 73), y el desplazamiento de la mujer a espacios en los que poder relacionarse a partir de las reglas de los hombres, como en la tienda de lencería de las hermanas Vossi (p. 83). Se trata de una violencia que la narradora supera tras el fallido encuentro sexual con Polledro (p. 132), el hijo de Caserta, amigo de la infancia. Eso conlleva la separación de tareas y la dependencia económica de la mujer.  Amalia cose —y se corta el dedo de una forma muy aparatosa (p. 91)—, el padre pinta. Ella queda en la pobreza cuando abandona al marido. También se destaca el uso continuado de dialectos napolitanos que se pierden en la traducción. Y, finalmente, el clasismo de la sociedad napolitana (p. 76 y 119). Temas todos que forman parte de la más radical actualidad, dadas las fuerzas antagónicas desatadas desde la aparición de diferentes movimientos feministas en todo el mundo que hacen frente al auge de la extrema derecha.

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