¿Qué concepción del arte se esconde detrás de los discursos de aceptación de los premios Nobel de literatura?
En 1949 el premio se otorga al estadounidense William Faulkner (1897-1962). Casi todos los escritores latinoamericanos reconocen su legado. Juan Carlos Onetti tenía una foto de él en su escritorio y dijo: “Con Faulkner y su novela Absalón, Absalón me pasó algo extraordinario: la consideré tan buena que tuve días en los que me pareció inútil seguir escribiendo”. Para Jorge Luis Borges, quien en 1937 reseñó el mismo libro, la intensidad del norteamericano era casi intolerable; “una infinita descomposición, una infinita y negra carnalidad hay en este libro”, dice. También Juan Rulfo —a regañadientes— y Gabriel García Márquez reconocieron sus deudas con él. Narrador, cuentista y hasta poeta, oriundo de Mississippi, colocó la mayoría de sus historias en el condado ficticio de Yoknapatawpha, ubicado al noroeste de ese estado. Fue piloto de la fuerza área canadiense, pintor de techos, cartero y periodista. Más tarde se convirtió en guionista de películas para Hollywood. Sartoris (1929), El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Santuario (1931), Luz de agosto (1932) y Desciende Moisés (1942; cuentos) se cuentan entre sus obras más inolvidables. En la presentación de la Academia sueca, se enfatiza su carácter de escritor regional; es el gran escritor épico de los estados sureños. Gran psicólogo de su tiempo, ahondó en los laberintos del ser humano, en su capacidad de auto-sacrificio, pero también en sus ansias de poder y su pobreza espiritual. Técnicamente, se lo pone en el mismo nivel de James Joyce como gran experimentador de la lengua, como si cada oración fuera “un martillazo”. El discurso de aceptación de Faulkner es breve pero significativo. “No hay más problemas del espíritu”, dice, “hay sólo una pregunta: ¿cuándo me volarán a pedazos?” No hay que distraernos con el miedo; el escritor debe volver al único tema importante: los problemas del corazón humano, porque de otro modo se escribe con las glándulas y no con la pasión de ese corazón. Faulkner se rehúsa a creer en la extinción del ser humano; el hombre es inmortal, dice, porque tiene un espíritu capaz de compasión, sacrificio y resistencia. Como dice uno de sus personajes de la novela El pueblo: “A los poetas no le interesan los hechos. A los poetas les interesa la verdad”.
Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.