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El sabor agridulce del embarazo

Siguiendo con el tema que comencé a tocar en mi artículo “¿Y qué paso con el embarazo?” del mes pasado, me dispongo esta vez a hablar de esa cuestión tan comentada en múltiples textos: la dulce espera. Sin embargo, en esta ocasión no mencionaré obras literarias ni estudios sociales. Escribiré un ensayo personal, como se hacía antes, como se debería seguir haciendo, como lo hacía Virginia Woolf (sin ganas de igualarme a tan ilustre figura).

“La dulce espera” suelen llamar a los nueve meses de gestación. No niego que para muchas mujeres realmente la espera sea dulce pero para muchas otras no lo es. Dejando a un lado diversos factores (económicos, maritales, laborales) que puedan amargar un embarazo me voy a enfocar en los malestares que muchas mujeres padecen pero de los que muy poco se habla, o mejor dicho, de los que muy poco se escribe. Como todo ser humano, la mujer tiene pérdida de memoria y al no acordarse de lo que puede pasar en un embarazo, decide volver a quedar en cinta. Claro está, la gente, la familia, los amigos, incluso los obstetras, le dicen a uno “¿y para cuándo el próximo?,” “¿y para cuándo el tercero?,” “falta el varoncito,” “el tercero seguro les sale varón;” porque la gente, la familia, los amigos, e incluso los obstetras, no viven los nueves meses de gestación que aunque tienen como objetivo una hermosa finalidad, se pueden tornar muy tormentosos.

Ni la gente, ni la familia, ni los amigos y ¡ni los obstetras! le dicen a uno que con un tercer embarazo los síntomas sufridos en los primeros dos van a empeorar. Nadie le comenta a uno que la barriga probablemente va a ser más grande, que el peso va a ser peor y que no va a haber manera posible de sentirse cómoda. A nadie se le ocurre decirle a uno que con un tercer embarazo y luego de dos partos naturales los músculos de la pelvis se aflojan y la base de la barriga se ablanda por lo que se dan situaciones muy incómodas que mejor no discuto aquí, no vaya a ser que el editor no me publique este artículo.

Por otro lado, cuando uno ya pensaba que los primeros meses llenos de náuseas, vómitos, reflujo y cansancio extremo se habían esfumado, resulta que con un tercer embarazo como el mío, todos esos síntomas vuelven en el tercer trimestre. Además salen más y más estrías, las cuales pican y arden, las venas de los senos parecen que van a explotar, los pezones se tornan superextendidos y cambian de color, cada seno pesa como un bloque de cemento, el ombligo se sale y uno se ve como un extraterrestre, ¡por qué así no era el ombligo de uno! En fin, el cuerpo se transforma, se convierte en esta figura nueva en donde no hay un ser sino dos, en donde la mujer no tiene el control; entonces solo queda esperar y verse al espejo para notar cuan maleable se vuelve la esencia femenina. Y al mismo tiempo uno sigue aquí, sonriendo con la idea de la pronta llegada del retoño, deseando que todo salga bien y que pronto se olviden todas estas cosas… porque así es el ser humano.

Y vuelvo a pensar en Virginia Woolf. Aunque en “A Room of One´s Own” Virginia no destaca el tema del embarazo, sino el hecho de ser madre y tener que criar a los hijos, no puedo en estos momentos dejar de regresar a ese texto. Mas aún, estando aquí sentada frente a la computadora escribiendo esta nota, y con el dolorcito permanente en la base de la barriga, me acuerdo de Virginia y la desesperada necesidad que tenía de escribir en un sitio a solas, sin que nada ni nadie le quitara la atención hacia las palabras. Creo que si Virginia hubiera dedicado su ensayo al embarazo sería algo parecido a este texto de mi autoría, o al menos tocaría algunos puntos de los que he tocado yo. La verdad es que el cuerpo de la mujer (o de muchas mujeres), ese templo que ha sido bendecido con un bebé, sufre mientras se transforma para anidar a un nuevo ser, mientras la piel se estira de forma inimaginable y los ligamentos se vuelven de hule para que otra persona se aloje y se alimente. Quizás sea por eso que, y volviendo a mi artículo del mes pasado, no se consiga la figura de una mujer embarazada como eje central de textos literarios. Quizás no sea muy atractivo para una audiencia de lectores saber todo lo que siente una personaje que padece de malestares durante nueve meses para luego convertirse en la mujer más feliz del mundo. Y es que es exactamente así; después de pasar por todos los obstáculos y de sentir todos los achaques posibles, después de transformarse -o deformarse- en un ser que nunca fue y volver a una segunda versión de lo que era, al final, el día del nacimiento, la mujer se convierte en la persona más feliz del mundo sin importar que sea el segundo o el tercero o el cuarto parto. El amor que se siente por el bebé es indescriptible… pero ¡cómo cuesta llegar a ese día sin perder la cabeza!

Lo dejo hasta aquí por ahora, pensando ya en el próximo mes pues les traeré otra nota ya con un corte más de investigación, tocando la corriente sociológica de la teoría social del cuerpo. Hasta entonces seguiré por acá con los dolores del tercer trimestre del tercer embarazo pero con una sonrisa, en la dulce espera.

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