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El Quijote en la novela de Cervantes. Primera parte.

 ¡Caballero errante de los caballeros,

varón de varones, príncipe de fieros,

par entre los pares, maestro, salud![1]

Rubén Darío

Mucho se ha dicho acerca de la novela más importante de la lengua castellana El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, en los últimos tiempos, sobretodo en el presente año a consecuencia del cuatrocientos aniversario de su publicación primera, en 1605. Y no solamente la obra es vista como un instrumento mercantil, sino que ha sido pretexto para la jactancia de los círculos literarios de cada sociedad en cuanto a la valoración de la obra, pero esa exageración aumenta cuando se cree que se tiene un profundo conocimiento del Quijote cayendo en falso intelectualismo. Además, la figura del Quijote y de los personajes cada vez más se tergiversa porque los medios masivos de comunicación se encargan de fomentar el conocimiento de la obra de manera superficial, no haciendo ver la estructura profunda, el contexto socio-cultural-ideológico de la obra cervantina. También, mucho podrá decirse acerca si la obra posee una importancia vital para una sociedad o para cierto círculo social definido, o si la misma es, a la manera de don Quijote cuando se evadía con las lecturas caballerescas, una especie de evasión para los lectores del mundo contemporáneo. Las hipótesis son innumerables. Sin embargo, el caso está en que el Quijote ha sido desde su publicación, además de pretexto para su mercantilización, el punto cúspide de la narrativa del mundo literario hispánico por diferentes y muy diversos asuntos. Y es por ello que la novela ha sido una herramienta por de más útil para los novelistas posteriores porque la fueron tomando como modélica, receptiva y transnacional. Por tanto, es visto que a lo largo del proceso histórico desde su publicación algunos novelistas, sobretodo franceses como Sthendal y Flaubert han visto en el Quijote que la caracterización de un personaje resulta fundamental para el progreso avante de una novela, en otras palabras, definir las características en un personaje, describir tanto sus rasgos físicos como los de personalidad, resaltar los gestos faciales, gustos, etc. Lo anterior, por ejemplo, se observa principalmente en Madame Bovary y en La Cartuja de Parma que Emma Bovary y Fabrice del Dongo son personajes delineados perfectamente para el mundo en el cual vivían, tenían aficiones, gustos. Precisamente, al igual que la protagonista de la novela de Flaubert, don Quijote muestra un interés increíble por la lectura de las novelas caballerescas, porque como dice Cervantes: “…él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio.” (I, 9, pág. 20, Porrúa).

Siguiendo, el problema de ese enfrascamiento, que bien puede llamarse evasión de la realidad, consiste en el caso del caballero en que éste concibe a ese mundo novelesco, lleno de caballeros y princesas, como real, y lo restante, la realidad objetiva, queda relegada porque no existe un incentivo para enorgullecerse de ella. España, se habla de la España del siglo XVI y XVII, la cual era el más grande imperio, pero tenía el grandioso contraste de tener a su pueblo en la pobreza y menesterosidad.[2]Además, cuando el enclaustramiento o embelesamiento que el efecto de la lectura produce en el hidalgo, rebasa las esferas de la realidad, cuando trata de descifrar los ‘requiebros’ compuestos por Feliciano de Silva [3], es ahí cuando comienza la ‘locura’ que supuestamente le trastornó el juicio al caballero, produciéndole que saliera en busca de aventuras caballerescas.

Retomando lo anterior, Cervantes ya, desde el primer capítulo de la primera parte, ha elegido en buena lid al personaje perfecto para su creación pues, además de ser un quincuagenario, es un hidalgo aunque sólo con algunas hanegas de tierra Y, además, se adjudicó el título de don siendo que los hidalgos como clase social no tenían el derecho de utilizar tal título.[4] Por tanto, es presentado el personaje como un individuo que se adjudica títulos para tener un rango social más alto, lo cual significa que don Quijote quiera más para sí. Es entonces cuando en el capítulo III don Quijote es armado caballero de manera muy singular, en una venta por un ventero y unas prostitutas los cuales estaban admirados por las locuras del ahora caballero. Culmina el proceso para dar paso a la aventura; ahora desea a un escudero y lo encuentra en Sancho Panza o Sancho Zancas, como pudo llamarse también, o como menciona Reyes:

“De Sancho Panza se nos hace saber que también se lo llamó Sancho Zancas (…). Pero ello es que los héroes de Cervantes han pasado a la imaginación popular según los interpretó la pluma de Doré. Y sea que éste no encontró modo de armonizar los rasgos que se le proponían, o sea que inconscientemente, la panza voluminosa de Sancho lo impresionó más que las zancas largas…”. (Reyes, Alfonso. Obras completas, tomo XV, pág. 26, Ed. FCE, México).

Ese, “según los interpretó la pluma de Doré”, resulta muy significativo, porque la tradición popular los fue adaptando en su inconsciente. Por otra parte, la marcha emprendida por escudero y amo por los prados de la Mancha y más allá, en Sierra Morena, pueden analogarse con otro viaje muy conocido: el periplo o los periplos de Ulises. En cuestión de género literario, éste es épico, aquél, parodia novelesca de las novelas de caballería; en cuestión de época, oscilan los dos entre 2, 800 y 2, 900 años. No obstante, las aventuras son prácticamente las mismas porque los dos buscan un fin aunque diferente, por ejemplo, Ulises busca su destino que es el regresar a su patria Ítaca para encontrase con su casta esposa Penelopea después de derrotar a los troyanos con el caballo ingeniado por él, y luego de casi veinte años de circunnavegación por los mares del Peloponeso en donde peleó con Polifemo, estuvo con Circe, con Nausicaa y los feacios, etcétera. En cambio, las aventuras de don Quijote y de Sancho no tienen destino, o más bien, ellos no buscan el destino porque no hay un sentido para hacerlo, es decir, lo que se llama destino no existe en esa esfera de la realidad que es la del hidalgo y la del escudero porque no están prosternados ante algo y ante alguien (salvo don Quijote en el caso de Dulcinea), ya que sólo lo que viven es lo importante porque la circunstancia de la época en la cual vivían (la Contrarreforma) impedía pensar en un destino ideal, por lo cual ellos no se formulaban un destino ideal sino un sentido ideal, en este caso, la fantasía de don Quijote en trasladarse a otra esfera de la realidad para vivirla a su manera, y también, Sancho, en parte, ya en la segunda parte de la novela, de tanto escuchar hablar a su amo de la andante caballería y de cómo es la vida de ellos y lo que toca a los escuderos, cree y crea un mundo ficticio gracias a la utópica imaginación de su amo como lo es la isla Barataria, claro está, con el maquillaje en el tiempo y el espacio hechos por los duques aragoneses, pero con toda la intención por el lado de él para que ese mundo ficticio funcione por lo menos unos días. No obstante, ya contagiado de la locura de don Quijote (que en la segunda parte de la historia es más cuerdo que loco), Sancho es el nuevo loco el cual quiere hacerle ver a su amo cosas y situaciones que no son, por ejemplo, cuando van en busca de Dulcinea al Toboso, se topan con una Iglesia, entonces regresan y a la mañana don Quijote y Sancho tienen un diálogo en donde se nota el cambio en uno y otro, por ejemplo: “-¿Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el colodrillo, que no ve que son éstas, las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol a  medio día?. – Yo no veo,  Sancho – dijo don Quijote -, sino a tres labradoras sobre tres borricos.”[5] Así, pues, el cambio repentino entre los dos personajes se debe por el proceso que debe tener el personaje, porque aunque debe conservar sus rasgos más esenciales, continuamente cambia no de personalidad sino algunos aspectos, así como las personas evolucionan en sí y para sí, la literatura “toda literatura refleja la realidad”[6] circundante del tiempo y del espacio en el cual el escritor habita; de igual manera, don Quijote y Sancho han modificado, no totalmente, su idiolecto psicológico, o bien, su psiquis modificó, mediante los hechos vividos, de alguna forma sus personalidades. Se dice esto porque los dos personajes tienen vida propia, aunque sea en una obra literaria, ellos habitan en ese mundo ficticio-real, y luego, todavía más, en la novela que Cide Hamete Benengeli escribió y que el bachiller Sansón Carrasco les dio a conocer a los mismos personajes de la obra, hay todo un universo literario porque ellos mismos (don Quijote y Sancho) saben que tienen vida propia sus mismos personajes.

Ahora bien, en cuanto a lo que se ha hablado acerca del cambio en los personajes, Martín de Riquer ilustra muy bien a este respecto con lo siguiente:

“Recordemos que en su primera salida don Quijote no tan sólo desfiguraba la realidad sino que desdoblaba su personalidad de un modo que no volverá a aparecer en la novela; que en su segunda salida, sólo desfigura la realidad, y cuantos le rodean, Sancho en primer lugar, le quieren sacar de su error; y en la tercera salida, hasta ahora, los que rodean a don Quijote, como Sancho y los duques, se han encargado de engañarle desfigurándole la realidad cuando precisamente la ve tal como es.” (De Riquer, Martín. Aproximación al Quijote, pág. 133; Salvat).

Así, pues, este desfiguramiento de la realidad ocasionada por los duques y por Sancho es para que don Quijote entre en razón, sin embargo ahora, en la tercera salida, ellos engañan al caballero andante porque él ya ‘ve (la realidad) tal como es’. Entonces, se observa que en las tres salidas ha habido un proceso de conversión hecho a propósito para darle nuevos aires a la obra, no cayendo de esa manera en la monótona sombra del aburrimiento que, cuando sucede, agota al lector.

[1] Rubén Darío. Azul…Cantos de vida y esperanza, Espasa-Calpe, Madrid, pág. 255.

[2] Agradezco esta idea y la retomo del  maestro Orestes Cabrales Lara para su aplicación al presente ensayo. 5 de septiembre del 2005 en aula de la Facultad de Filosofía y Letras, UANL.

[3] I, 1, pág. 19, Porrúa.

[4] Se extrae este comentario de una nota del libro El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (segunda parte) pág. 56, Ed. Castalia.

[5] II, 10, pág. 301, Ed. Porrúa

[6] Agradezco y retomo este comentario del maestro Orestes Cabrales Lara para su aplicación al presente ensayo. Dicho comentario fue dicho en una clase impartida por él en un aula de la FFyL, UANL.

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