¿Qué concepción del arte se esconde detrás de los discursos de aceptación de los premios Nóbel de literatura? Esta es mi novena entrega.
En 1924, el premio Nobel fue para Wladislaw Stanislaw Reymont, novelista polaco. Entrenado como Sastre, rápidamente abandonó esa profesión y, luego de algunos curiosos oficios (actor, guardagujas) se dedicó a la escritura y al periodismo. Su obra abarca treinta volúmenes, pero la academia sueca le otorgó el premio por su épica novelesca Los campesinos (1904-1909). Influido por Zola, pero en contra de su determinismo mecanicista, Reymont describió con una monumental belleza plástica y con una gran unidad en el estilo, según el comité del Nobel, la vida de los campesinos polacos, con especial énfasis en la construcción del arquetipo femenino de Jagna. Reymont no pronunció discurso, pero envió una autobiografía donde se define como un hombre de vívida imaginación y tierno corazón. En 1925 la academia elige a George Bernard Shaw, el dramaturgo y novelista irlandés quien fuera además crítico de teatro y de música. Su obra más popular es Pigmalión, luego adaptada en Broadway (My Fair Lady). Otra de sus obras famosas fue Santa Juana (1923) sobre Juana de Arco. Característico de su estilo eran los ensayos introductorios que acompañaban sus obras. En el que acompaña a Hombre y superhombre (1902), su versión del mito de Don Juan, Shaw declara: “El hombre ya no es, como lo fuera Don Juan, el que sale victorioso en la batalla de los sexos … en todos los aspectos, la enorme superioridad natural de la mujer es cada vez más evidente”. Tampoco Shaw dejó discurso, pero la academia se ocupó de recalcar que fue el Voltaire de su tiempo. En “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw”, Borges hablaba de la “preeminencia” del irlandés y señalaba que su obra “deja un sabor de liberación” (es en este ensayo donde Borges promulga la idea de que “la literatura no es agotable por la suficiente y simple razón de que un solo libro no lo es”). En 1926 la academia premia a la prolífica novelista italiana Grazia Deledda, natural de Cerdeña. Cruzada por el verismo, el regionalismo y el decadentismo, su obra une de manera singular al ser humano y su ambiente. La academia reconoció la inspiración idealista de su escritura que pinta la vida du isla con “claridad plástica” y con “profunda simpatía” por la humanidad.