En El ocaso, novela negra ambientada en las entrañas de Miami, Fernando Estrada emerge como una figura marcada por el desencanto, el cinismo y una persistente sed de justicia. Ex policía y actual detective privado, Estrada recorre una ciudad cuya belleza tropical apenas logra disimular las profundas heridas del clasismo, la especulación inmobiliaria y el desarraigo del inmigrante. En esta conversación, el autor reflexiona sobre el proceso de creación de una voz narrativa íntima y honesta, influida por experiencias personales y por su fascinación por la novela negra clásica. Desde la inspiración autobiográfica detrás del personaje principal hasta la poderosa historia de Natasha y su madre, El ocaso retrata un Miami de contrastes brutales, la desigualdad estructural y la lucha cotidiana por sobrevivir. Esta entrevista es una inmersión en los motivos, las sombras y las luces crepusculares de una obra que combina denuncia social y ficción con notable maestría.
Fernando Estrada es un personaje marcado por el desencanto y el cinismo. ¿Cómo fue el proceso de construcción de su voz narrativa? ¿Hay algo de autobiográfico en su mirada sobre Miami?
Cuando mi hija mayor leyó El ocaso, me dijo: “¿Fernando Estrada? ¡Fernando Estrada eres tú!” En efecto, hay algo de autobiográfico en la visión de Estrada sobre Miami, en su decepción ante las injusticias que han plagado y siguen plagando a la ciudad, en su actitud rebelde frente a la marcada desigualdad social. Incluso el accidente automovilístico que describo en el segundo capítulo de la novela, en el que una mujer de la alta sociedad choca su auto deportivo contra el vehículo del detective en la autopista 836, a la altura de la Pequeña Habana, me sucedió a mí de una forma muy parecida a la de la novela, aunque la mujer que me chocó era una enfermera y no me contrató para resolver un caso. Pero el suceso me inspiró para iniciar la trama de la novela con ese encuentro.
Yo quería meterme bajo la piel de Miami y narrar las vicisitudes de esa mayoría que no vive en la opulencia, de tanta gente que pasa aprietos para llegar a fin de mes, y también los episodios de corrupción y de fraude que han marcado a la ciudad. Y quería contarlos desde la perspectiva de la primera persona, porque aunque es más difícil escribir de esa manera, la primera persona le da un carácter más íntimo, más cercano y más intenso a la narración. Enseguida me di cuenta de que un detective privado sería el protagonista idóneo, alguien que se mueve con habilidad en los bajos fondos de la ciudad, que conoce sus interioridades y sus laberintos, pero que no está atado a reglamentos, como en el caso de un policía. Un detective desencantado y cínico porque ha visto de cerca la corrupción, la desigualdad y la injusticia, que sabe que enfrentarse a esas lacras es una tarea imposible para un hombre solo, pero que de todos modos está resuelto a librar la batalla, por instinto, por deseo de venganza y por un ineludible sentido del honor.
Soy un fan de la novela negra norteamericana del siglo XX, y el ensayo El simple arte de matar, en el que Raymond Chandler describe al detective privado como personaje literario, me dio la inspiración para crear al investigador Fernando Estrada: “Pero por esas calles sórdidas debe pasar un hombre que no tiene nada de sórdido, que no está corrompido ni asustado”.
La ciudad de Miami, con sus contrastes sociales, sus luces y sombras, es casi un personaje más en la novela. ¿Qué te interesa mostrar del Miami real, ese que no aparece en los folletos turísticos?
Hace muchos años que vivo en Miami y he visto cómo la ciudad ha cambiado y ha crecido, aunque no para bien de todos sus residentes. Cuando llegué, a fines de los 80, Miami Beach era un lugar decadente pero aun así muy atractivo. La vivienda era barata: el alquiler de un apartamento cerca de la playa podía costar unos 500 dólares mensuales, o menos. En calles céntricas de South Beach como Ocean Drive o Collins Avenue, se podía estacionar el auto sin problemas justo frente al restaurante o al bar donde uno iba, lo cual hoy sería imposible, a menos que uno pague el alto precio de un valet parking. Muchos hoteles art deco estaban habitados por jubilados, personas de la tercera edad procedentes de Nueva York, de Nueva Jersey, de Chicago, que habían trabajado toda su vida en el frío norte y decidían pasar sus años dorados bajo el sol de Miami, a la orilla del océano. De pronto, todo eso cambió. Llegaron inversionistas con la cartera abultada, y también lavadores de dinero y otros pillos, y los precios se dispararon de la noche a la mañana. Los viejos retirados tuvieron que irse ante el alza de los alquileres, y muchos residentes también tuvimos que buscar otros horizontes, lejos de la costa. Yo presencié ese éxodo; fui parte de ese éxodo.
Ese es el Miami que me propuse mostrar en El ocaso. Mostrar el marcado contraste entre el esplendor de una de las ciudades más codiciadas del mundo y la precariedad económica que pende diariamente sobre muchos de sus residentes como una espada de Damocles. Contar cómo Miami se convirtió en una de las ciudades más caras de Estados Unidos y a la vez en el epicentro de muchos tipos de fraude y otros delitos.
La historia de Natasha y su madre es tan poderosa que podría sostener por sí sola otra novela. ¿Qué te motivó a incluirla y desarrollarla con tanta profundidad dentro de esta trama policial?
El personaje de Natasha se me escapó de las manos. En su concepción original, era simplemente una amante del magnate Meneses, un personaje necesario para que a Fernando Estrada lo contrataran con el propósito de vigilar las andanzas de Meneses, sin más peso en el desarrollo de la novela. Pero mientras describía su entrada en la trama, Natasha pareció cobrar vida propia: una mujer joven y hermosa, que sufre las escaseces de la vida cotidiana en Cuba y, como su propia madre, y como miles de cubanos más, sueña con cruzar el estrecho de la Florida en busca de una vida mejor. Me gustó la idea de contar sus peripecias para venir a Miami con su madre, y los trabajos que pasan para abrirse paso en su nueva ciudad, una ciudad que las acoge pero que no es exactamente como la pintaban en Cuba. Su papel en el desenlace de la novela también me parece poderoso, y lo describo usando la técnica del narrador traidor para que el final sea más impactante e imprevisto.
En “El ocaso” hay una crítica muy aguda al sueño americano, a la especulación inmobiliaria, al clasismo y al desarraigo del inmigrante. ¿Cómo encontrás el equilibrio entre la denuncia social y la ficción literaria?
La especulación inmobiliaria sin freno ha convertido a Miami en una de las ciudades más caras del mundo, más cara que Madrid, por ejemplo, lo que ha dado lugar a una desigualdad social muy marcada y a que a muchos inmigrantes el sueño americano se les escape como el agua entre los dedos. Mientras unos cuantos se embolsan millones de dólares con sus negocios –en algunos casos negocios fraudulentos o ilegales–, hay personas sin techo que duermen muy cerca de los edificios de lujo del downtown, o en Miami Beach, o incluso en los suburbios donde el precio actual de cualquier casa no baja del medio millón de dólares. Hay personas cuyos ingresos solo les permiten alquilar un cuarto diminuto en una vivienda, o un trailer en el patio de una casa, o un sofá en un apartamento hacinado. Fernando Estrada, como detective privado y antes como policía, está muy en contacto con esa realidad que, desde luego, considera injusta. En El ocaso, la denuncia social es expresada a través de los comentarios, las circunstancias y las acciones de los personajes, especialmente de Estrada, que es quien narra la novela. La ficción literaria se entrelaza de esa manera con la denuncia de una situación social que es muy real.
El título de la novela evoca una caída, un final, pero también un momento de belleza melancólica. ¿Por qué elegiste ese nombre y qué significado tiene para vos dentro del arco de la historia?
Varios episodios decisivos de la novela ocurren precisamente en el ocaso. Es un momento mágico del día, y en los trópicos, incluido Miami, desde luego, la puesta del sol suele ser espectacular. Pero esa belleza anuncia la cercanía de un final: el final del día, que metafóricamente puede ser el final de una esperanza, o un alto en la lucha cotidiana por una vida mejor, mientras se contempla el mar bañado por los rayos del sol poniente. Por eso escogí el título de la obra.
La femme fatale de la novela vive en un mundo crepuscular. Ya no es joven, aunque conserva una belleza seductora. Ha vivido intensamente; ha disfrutado muchos momentos de placer, pero también ha sufrido frustraciones y desengaños, y empieza a ver el futuro cercano con inquietud porque sabe que es imposible competir con rivales jóvenes. Ha llegado al ocaso, pero como otros personajes de la novela, no está dispuesta a rendirse. Tanto ella, como esos otros personajes, intuyen la cercanía de un cambio en sus vidas, de un trastorno de su mundo. Sin embargo, cada uno reafirma su deseo de seguir viviendo plenamente, un compromiso que reiteran en los momentos de calma y reflexión bajo las luces rojizas del ocaso.