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El intestino grueso o el mundo sin metafísica

En la misma línea de dos libros clásicos: El perfume o el miasma de Alain Corbin e Historia de la mierda de Dominique Laporte, La materia oscura (Tusquets, Barcelona, 2013) del pensador alemán Florian Werner, es un mapa histórico-cultural-escatológico sobre, quizá, la parte más íntima de nosotros mismos. Esa parte que los teólogos medievales emparentaban con lo humillante, y Swift, el gran escritor y socarrón irlandés, con el erotismo, lo humano y la memoria.

Memoria que en el caso de Werner pasa por los Gnósticos, los romanos, los filipinos, las canciones populares alemanas, los animados de Walt Disney, los pensadores de la Ilustración y casi termina (digo casi porque una revisión tan exhaustiva resulta siempre interminable) en Philip Roth, en La mancha humana. Novela que muestra de manera carnavalesca la relación que existe entre sexo y “fluidos corporales” o, entre humano y vaca, ya que los protagonistas, en medio de una gran discusión y/o juerga, convierten la bosta del animal –para alegría de todos los zoófilos del mundo- en pantomima erótica.

Y es que hablando de bovinos, Florian Werner parece tener gran experiencia. Uno de sus libros más elogiados se llama La vaca: vida, obra e influencia, y después de éste y el aquí tratado, ha continuado publicando otros artículos donde ciencia, historia y animales muestran su compleja conexión, esa que completa un ciclo que va del nacimiento a la fecalia y viceversa.

¿Tiene que ver esta conexión, en el fondo más anecdótica que científica, con aquella otra de la que habló Bataille en algunos de sus ensayos y novelas: esa que unía la boca al esfínter y la convertía –parodias a Heidegger aparte- en la verdadera “casa del Ser”, el lugar donde el animal humano construiría su particular zona sagrada, su espacio ateológico y místico y sacrificial?

La materia oscura es un libro de curiosidades. Si hubiera sido ilustrado hubiera ganado mucho, ya que hubiera podido ser vendido como enciclopedia. En él, por desgracia, no hay tesis alguna, filosofía o delirio “cacánico” (a no ser que entendamos como tesis la normalidad que debemos o deberíamos tener ante nuestras deposiciones y cólicos). No es un libro de pensamiento, tal como los producidos por Laporte, Corbin e incluso Artaud en su Heliogábalo o el anarquista coronado, extraordinario relato sobre el poder y su “producción apestosa”…

Producción que La materia oscura rastrea bastante bien no solo en las arcas del capitalismo, ese que entiende la economía como un bolo fecal que un gran vientre deberá remover continuamente delante de las narices de todos, sino en ideologías y crímenes: “De un modo especialmente pérfido y cruel, los jefes y cuerpos de guardia de los campos de concentración nacionalsocialistas sabían aprovechar tales estrategias de ensuciamiento fecal. (…) El proceso empezaba ya en los trenes que transportaban a los presos hacia los campos: en los vagones para el ganado no había letrinas y los transportes podían durar más de un día. En los mismos campos había retretes comunitarios masivos, pero su número no alcanzaba para la cantidad de prisioneros, y el tiempo estaba muy reglamentado. `Había una letrina por cada treinta mil o treinta y dos mil mujeres, relata, por ejemplo, una superviviente de Bergen-Belsen (…) Para alcanzar aquella diminuta casa teníamos que hacer cola hundidas en excrementos hasta las rodillas. Puesto que todas teníamos diarrea, a menudo no podíamos aguantarnos hasta llegar a la fila´”.

En fin ¿hay algo que hable tanto de lo que somos e, incluso, de lo que no queremos ser; que nos acerque y aleje tanto de nosotros mismos como este libro de Florian Werner?

Preguntémosle al gran Swift (y de paso a una larga lista de teólogos y artistas desde Lutero hasta al Accionismo Vienés) y escucharemos una única respuesta. Es decir, el sonidito verdadero de nuestra coprófila alma.

 

 

 

 

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