
En esta conversación, la escritora argentina Alicia Kozameh —radicada desde hace años en Estados Unidos— reflexiona sobre la estructura fragmentaria y polifónica de su novela Eni Furtado no ha dejado de correr, una obra donde el dolor, la memoria y la búsqueda de justicia personal se entrelazan con la fuerza de la palabra literaria. Kozameh, reconocida por su compromiso ético y su estilo narrativo desafiante, explora los límites entre la ficción y la experiencia vivida, y revela cómo la escritura se convierte en una herramienta para comprender y resistir las heridas del pasado.
La estructura fragmentaria del libro, con voces que se interrumpen, notas al margen, recuerdos dislocados, ¿nació así desde el principio o fue un riesgo que te animaste a tomar mientras escribías?
La pensé de esa manera. Desde el inicio tuve claro que habría varios personajes, todos relevantes, y que yo quería escuchar todas las versiones posibles de la historia. Y que para ser justa con cada uno de ellos debía darles sus espacios propios de manera que pudieran expresarse libremente. Un riesgo siempre es, aunque el esquema de la novela esté definido desde el inicio. Porque la realidad es que no se sabe el resultado y el efecto de la estructura hasta que el libro está terminado.
Eni Furtado corre desde la primera página. ¿Cómo trabajaste esa imagen física —la de una niña que corre sin parar— como metáfora de una huida emocional y existencial?
Era natural verla en mi imaginación escapándose a mucha velocidad y por el resto de su vida de su experiencia traumática de niña abusada. La busqué hasta que la encontré, y siempre noté que corría y que su tendencia era escaparse de todo, incluso (y más que nada) de las muchas preguntas que yo necesitaba hacerle, siempre tratando de develar todos esos misterios que me habían perseguido desde la niñez. Realmente Eni seguía huyendo, sin respiro. Contestar mis preguntas le resultó muy difícil. Pero yo necesitaba respuestas y llevé los límites lo más lejos que ella me lo permitió. Fue difícil para las dos, en realidad.
La relación entre Alcira y Eni es profundamente ambigua, llena de amor, culpa, deseo, identificación. ¿Cómo pensaste ese vínculo entre las niñas? ¿Qué querías que el lector sintiera al entrar en ese mundo compartido?
Tengo la impresión de que no pensé mucho en el lector. En general no pienso en el lector para evitar imponerme límites que van en detrimento de la escritura y del relato. Me interesaba la intensidad de la historia. Me interesaba expresar lo que significa en la vida de un niño el misterio que conllevan las pérdidas. Sobre todo cuando se trata de algo tan particular como el desvanecimiento de la presencia de una amiga a los ocho años. El hueco oscuro que se instala en la mente representando una ausencia repentina, inesperada, de la que se desconocen las razones y la naturaleza. Cuando no existen respuestas los niños quedan marcados por los misterios, por la ansiedad que produce lo desconocido, por la necesidad de entender. Esas marcas se agrandan al ritmo del crecimiento del niño, y en la adultez aparece el momento de descorrer la cortina mediante la búsqueda y el encuentro de la respuesta. El vínculo entre las niñas era de amistad infantil, y se vio intervenido por la acción de los adultos que dio como resultado la interrupción de la amistad y la tremenda curiosidad por las razones de tanto silenciamiento.
Hay una denuncia fuerte al silencio familiar frente al abuso. Pero también aparece la necesidad de comprender, de nombrar lo que no se dijo. ¿Qué rol tiene la literatura —y en particular esta novela— en esa búsqueda de justicia íntima?
Bueno, hay muchas maneras de buscar justicia. El arte de la palabra escrita es una. Esta historia, como tantas otras, podría ser dibujada, filmada, podría ser transportada a un escenario teatral, y siempre estaría ligada a la búsqueda de justicia. Es un grito, un alarido. La búsqueda de justicia es un motor que me lleva a escribir sobre muchos temas, y en todos hay un conflicto —o muchos— irresuelto. Yo me expreso por escrito, y la escritura es una herramienta indispensable, al menos en mi caso, para poner en movimiento esa lucha. Ese grito que no se detiene. Las injusticias son tantas entre los seres humanos que no hay cómo esconderse de expresar todo el dolor que ocasionan.
La historia de Eni podría haber quedado sepultada, como tantas otras. ¿Qué te hizo volver a ella, escribirla, sacarla a la luz después de tantos años?
Esta historia debía haber sido parte de una novela anterior, Patas de avestruz. Y la razón por la que no fue incluida es que yo solo conocía el hecho de que Eni había dejado de estar en la familia. Creo que ni siquiera la menciono como misterio. Pero el misterio existía y era en sí tan poderoso que la falta de respuesta no me permitió mencionar la historia. Pero la “historia”, cuando escribí Patas de avestruz, todavía no existía para mí. La desconocía. Todo el desarrollo que aparece en Eni Furtado es producto de haber descubierto los hechos y todos los detalles. Después llegó el momento de la ficcionalización. Entonces, para contestar a tu pregunta: volví a la historia de Eni porque finalmente supe qué era lo que había sucedido. La ansiedad por la falta de resolución para mis preguntas, que tanto me pesaba, me mantuvo perseguida y acosada. Llegó la historia completa y la escribí en honor a ella, a aquella amiguita con la que me reencontré en la adultez después de tanta búsqueda. Y, más que nada, por la necesidad, la urgencia, de expresarlo todo, al fin. Y también, por supuesto, para entender la secuencia de los hechos y la historia misma, y a todos sus protagonistas, que me fueron sorprendiendo a cada palabra que empleé para desmenuzarlos y conocerlos a fondo.







