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El otoño del gobernador

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El gobernador Alejandro García Padilla ha llevado a Puerto Rico a la peor de todas las crisis financieras de su historia desde que pasó a manos de los Estados Unidos en 1898

Los tiempos duros requieren líderes de altura. Pero eso escasea en Puerto Rico, y en el resto del mundo, desde hace mucho ya. Hay sequía de talento y de buenas ideas por todas partes.

La sequía en Puerto Rico no es sólo figurativa, sino literal también. Esta isla territorio de los Estados Unidos experimenta no sólo su más grave falta de lluvia en tiempos recientes, sino la peor de todas las crisis financieras de su historia desde que pasó a manos de los Estados Unidos en 1898: por primera vez, declara un impago de su deuda, o default, término muy de moda desde el 2001 gracias a las similares implosiones económicas de Argentina y Grecia. Y esto ha puesto a la isla en el centro de muchos, tardíamente en gran cantidad de casos.

El Estado Libre Asociado de Puerto Rico, asfixiado por una serie de factores externos e internos que desde la Gran Recesión del 2008 han ido incesantemente estrangulando a la víctima, agoniza ante lo que la revista Mother Jones llamó recientemente “la crisis económica más grande de los Estados Unidos”, y ante la cual nadie al parecer hace poco o nada.

Ex funcionarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional contratados por el gobierno de la isla, produjeron un informe llamado el Krueger Report (por Anne Krueger, ex economista en jefe del Banco Mundial), dejando ver que “no existe precedente en los Estados Unidos para nada de esta escala o magnitud”.

En medio de este colapso, se encuentra con cara de “yo no fui” el gobernador Alejandro García Padilla del Partido Popular Democrático, que creó el estatus político híbrido que rige al país. Cuando el gobe, simpatizante del presidente Barack Obama y de los demócratas, anunció que no había dinero para pagar, se sacudieron los mercados y las bocas abiertas en shock fueron la orden del día.

Los oráculos fuera de servicio

Para su descrédito, la gran mayoría de los órganos noticiosos de los Estados Unidos fueron tomados por sorpresa ante el anuncio de Padilla a fines de junio de que la isla no podía cumplir con un pago obligatorio de $58 millones, dentro de una deuda de $72 mil millones.

El gobierno de Obama, por su parte, evocó al del republicano Gerald Ford cuando el ex presidente, en un discurso de 1975, optó por no proveer ayuda a la ciudad de Nueva York, entonces al borde de la bancarrota. El diario Daily News tituló el asunto en una portada para la historia Ford to City: Drop Dead (Ford a la Ciudad: Muéranse). Lo mismo ahora sucede acá.

Las señales de humo estaban ahí, pero toda una racha de periodistas, políticos, y analistas que no habían prestado atención a la bomba que hacía tic tic tic en el patio de casa – prestando más atención al restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, por ejemplo – han tenido que ponerse al día y tratar de desenmarañar el por qué de las noticias calamitosas que emanan de la isla como plagas bíblicas. Y si alguno de ellos por un momento pensó que el gobernador iba a ser una suerte de Moisés caribeño que sacaría al pueblo del desierto económico, qué desinformados están.

A Padilla le han quedado grandes sus Salvatore Ferragamo.

Triunfó sobre el pasado gobernador, Luis Fortuño, del rival Partido Nuevo Progresista, que aboga por la estadidad, con las promesas de campaña de que iba a descontinuar las detestadas reformas que su antecesor comenzó a implementar para tratar de frenar el tren que estaba por caer risco abajo.

Con pátina de “bonitillo” o niño bien y un discurso con corte de arenga populista, García Padilla ganó. Y el pueblo perdió. Desde entonces, ha cerrado más de 100 escuelas, aumentado impuestos a diestra y siniestra, y cortado toda clase de servicios públicos, lo que ha le ha ganado el visto bueno de economistas que predican cortes del gasto público y apriete de cinturón.

¿Resultado? Según cifras publicadas, más de 50,000 puertorriqueños al año emigran, lo que socava la misma fuente de impuestos de la que depende el gobierno para subsistir.

Pero, según establece la Constitución local y, para ser justo, ante esto no hay mucho que García Padilla pueda hacer salvo convocar a un referendo y votar para sobre una enmienda constitucional, Puerto Rico está obligado por ley a pagar su deuda antes que cualquier otra obligación financiera que tenga.

García Padilla se ha convertido entonces, en parte por obra del destino y en parte por cuenta propia, en protagonista de una trama que hace de La Isla del Dr. Moreau un cuento de Disney, y en la que hay muchos villanos, víctimas, pancistas, y antagonistas, pero, al menos hasta ahora, ningún héroe.

A beber de la cicuta tropical

Con el paso de los años, un coctel de elementos peligrosos se fue batiendo hasta llegar a destilarse la Piña Colada radioactiva que hoy fulmina al país. Sí, existen y han existido factores fuera del control del gobierno local, como la recesión mundial, leyes de cabotaje adversas a la isla, pérdida del valor geopolítico estratégico, etc. Pero muchas malas movidas las cometieron los políticos allí.

En delirante enajenación a la realidad, en plena crisis fiscal el gobierno de Puerto Rico siguió vendiendo bonos a Raimundo y todo el mundo. Decenas de miles de personas, tanto en los Estados Unidos como en la isla, compraron, pensando que serían seguros, y jamás imaginando que la posibilidad del riesgo mayor – el impago – llegaría algún día a materializarse.

La arriesgada filosofía era avivar el fuego de la deuda para mantener la economía a flote, con la esperanza de que alguna reactivación a la vuelta de la esquina viniera después a apagar el incendio. Como los casinos que hoy cierran por todos lados en la isla, los políticos jugaron y perdieron.

Los bancos hicieron fiesta vendiendo bonos y colectando sus comisiones, mientras que los brokers también se lucraban. ¿Le suena familiar algo de esto? Los bonos vendidos no estaban sujetos a impuestos locales, y esto los hacía más atractivos que otros productos financieros, pero tampoco se les aplicaban regulaciones federales que hubieran hecho ajustes necesarios.

El juego de quién tiene la culpa lo juegan todos ya, y aprovechan para endilgarle los problemas al estatus político. El ELA ha colapsado, dicen algunos. Y puede que tengan razón, que ya haya cumplido sus objetivos y esté caducado, estancado en otros tiempos.

Los que abogan por la estadidad tienen a su favor que, aparte de seguridad política y ayuda económica, este estatus traería consigo poder de decisión y mecanismos de operación que permitirían al territorio salir adelante como otros estados de la nación americana y recibir el apoyo que necesita. En estos momentos, la isla, por sus limitaciones políticas, no puede acogerse a capítulo de quiebras y buscar protección aún cuando ya está quebrada.

Y siempre está quien anhela la independencia, considerándola panacea. Ideal romántico y tentador pero nada práctico ni realista cuando se trata de una pequeña isla sin recursos que dista mucho de ser Singapur y que quedaría en el total desamparo como tantos otros países empobrecidos donde el ideal de desarrollo nunca pudo concretarse. De qué sirve la dignidad cuando hay hambre.

Para muestra un botón: ¿dónde están ahora todos los que abogaron en y fuera de Puerto Rico por la salida de la Marina de EE.UU. de la importante base naval de Roosevelt Roads y sus instalaciones en la vecina isla de Vieques? Después de la “victoria”, los políticos y las celebridades se fueron a casa, y para ellos todo siguió business as usual, pero con las promesas incumplidas de crecimiento económico y oportunidad, y un abismal auge en la pobreza y el desempleo del área. Cuidado siempre con lo que sueñas, no sea que se vuelva realidad.

La catástrofe de Puerto Rico va más allá del estatus político o de la avaricia de los bancos y rapaces fondos de cobertura (hedge funds). La responsabilidad recae en gran parte en generaciones de políticos mediocres, corruptos, ineptos, que han desperdiciado oportunidades, que no han sabido generar inversión, han malversado fondos, han dejado al turismo en piloto automático, han menoscabado la educación, han engañado al pueblo, y han abandonado la ética de superación. Y salpica también al gobierno de los Estados Unidos, que se hizo de la vista larga.

La salida de este laberinto es impredecible y dolorosa, una incógnita por mucho que se cacareen los versos de la restructuración de la deuda. Los gestos lo dicen todo. Nadie en su sano juicio pensaría que, en medio de semejante despelote, por ejemplo, el gobernador se iría de vacaciones, ¿verdad? Error. Horror. Eso mismo fue lo que hizo García Padilla hace poco. Obviamente, él vive en la Isla de la Fantasía, y su pueblo, en la del espanto.

 

 

 

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