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El Evangelio según Matías

Al entrar, todos se pusieron de pie.

Se detuvo en el centro del semicírculo y ajustó la distorsión hasta darle forma a los invitados.

-Pueden sentarse, por favor.

Luego, se mojó de saliva el índice y el pulgar; elevó sus palmas a ambos lados, y regresó sus dedos como si fueran hojillas, perforando una línea candente en el aire. Iniciamos la secuencia final, dijo sin mirar a las formas, … y abriremos el puente recitando una serie de párrafos a continuación. Alargó la linea suspendida frente a él, y creo una pizarra trasparente en donde fundió, con tinta holográfica, el algoritmo cardinal. Las decenas de miradas, brillosas por el espectáculo, se prepararon. Acarició el espectro y de ese rectángulo flotante emanó el evangelio de Matías.

Antes de pronunciarlo, el diseñador se imaginó naciendo en otra vida. Era costumbre de los diseñadores idealizar sus mejores versiones antes de cada traslado. Memorizó los eventos importantes para él; entre ellos, el momento en el que lo enterraban. Modificó el matiz de su funeral usando esa colometría que expiden los inmensos faroles en las pistas durante las noches; esos que giran entre verdes y azules para guiar los aterrizajes. Se sintió pleno y sonrió.

Volvió a poner la lengua en sus dedos y los apretó sobre los extremos de la pizarra, revelando los códigos que traducían las instrucciones para despertar a Matías. Soltó la superficie, y los códigos se volvieron texto nuevamente. Giró sus muñecas hacia adentro y comenzó a leer:

 IX . 77b4

“… Una salpicada violenta, mojada; como un frasco que al tratar de abrir me explotaba en la cara. La brisa regresó con el polen y el aroma a pólvora. Un susurro helado me bajó por la nuca, prensando la piel detrás del cabello. Ese plomazo me dejó arrodillado frente al columpio que ahora se mecía por su cuenta. Entretanto, el fuego se vertió sobre las ramas y la madera; y mi cuerpo se entregó al abrumador oleaje de las llamas…”

*

Al otro lado de la ciudad; si bajabas del ascensor en el nivel subterráneo, el camino te llevaba al gran casco principal. Allí fue donde todos habían sido agrupados en contra de su voluntad. Detrás de un extenso muro estaba el generador pulsando. De su cúpula colgaban cientos de cordones delgados de fibra que se enterraban en el suelo, y salían del otro lado para conectarse a los cuerpos. En la parte más alta, cerca de las vigas, las agresivas descargas eléctricas provenientes de los pabellones adyacentes provocaban destellos en los ventanales. Proyectaban en la espesa neblina, una irradiación tornasol deforme, traslúcida, polvorienta, que descendía desde las rejas colocadas en los vidrios, hasta tocar las cabezas abajo; incluyendo a las que no podrían curarse. Comenzaban a despertar en sincronía. Descubrían las trenzas que salían de sus bocas. Estas cintas recorrían el concreto y todas terminaban atornilladas a una misma máquina colocada en el centro.

Inmóviles en un grupo semi-circular, como a los que se va cuando eres adicto, escucharon atentos a la lectura que se sintonizaba en el interior del artefacto:

                                                                        IX . 77b5

“… es un sabor a hueso molido, o sangre; o un fuerte sabor a canela … un olor a casa … a familia”. – continuó leyendo el hombre dentro de la máquina.

Con cada palabra que se pronunciaba, una parte en el interior de los cuerpos se iluminaba. Sin embargo, algo no se sentía bien. El proceso mecánico dejaba a muchos de ellos confundidos. La nostalgia se disolvía con la euforia, con ecos de otras memorias; con un dolor físico empapado de fiebre y placer. Cuando los más jóvenes comenzaron a gritar, el pavor se hizo colectivo. En algunos, – los reciclados, los que serían para el consumo, – la pasta cosmética no estaba bien mezclada. Se chorreaba pronunciando el terror en sus rostros. Otros, enfocaron todas sus fuerzas en la máquina porque reconocían que el mal venía de ella. Identificaban el final; la historia de Matías, aquel que estaba a punto de llegar, y que sería el único que sobreviviría para contarlo.

                                                                                                                                        IX . 77b7

“ … de un suave sabor a metal que me gotea desde el paladar, pero se vuelve agrio cuando me lo trago. Mi cabeza cayó primero sobre la grama, con el revolver hirviendo a pocos centímetros de mi cuerpo … El fuego se ha vuelto negro …  – ‘La mirada de Matías, fija en el columpio, se seca.’ – … Que hermoso es el fuego cuando se torna color petróleo, como un azabache flamante … Si los sentidos se van escurriendo con el aliento que se evapora … y se derrama ese último chorro de miel que sale del cráneo … entonces el cielo no es más que una turquesa anaranjeándose al ámbar”.

El diseñador tomó un minuto. Y aunque ninguno de los invitados dijo nada, en el otro lado de la ciudad, los otros, adheridos a la imagen en el monitor, ya invocaban al suicida en plegarias. Le rogaban por sus vidas. Se levantaban buscando sin éxito desprenderse violentamente de los cables que salían de sus gargantas. Lloraban a gritos, mostrando sus bocas a los ventanales de luz, batiendo los brazos. La aleación perforó el pavimento cuando cayeron de rodillas, aterrados hasta el delirio por la historia de como Matías, luego de meterse el revolver en la boca y apretar el gatillo, resplandecía como una hoguera resucitada en las palabras del hombre al otro lado de la pantalla.

Cuando el diseñador cerró la pizarra, la religión comenzaba a actualizarse automáticamente. Los otros continuaron asfixiándose; entubados al pánico y la histeria, implorando compasión. En pocos segundos serían re-escritos desde la raíz con nuestros ‘algoritmos’ originales y nadaríamos a ellos en un streaming delicioso.

Quisimos un momento para asimilar la crueldad que estaba por suceder, pero el éxtasis que nos intoxicó suscitó un amor sublime y nervioso entre nosotros. -“Así se crean las almas”.- pensamos todos. Al terminar de besarnos los unos con los otros, el diseñador sonrió una vez más, despidiéndose, y su imagen digital se disipó entre un fulgor de pixeles en el aire; pero no sin antes advertirnos lo crucial de estar correctamente conectados, antes de utilizar los revólveres colocados debajo de los asientos.

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Muela

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