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El embajador a las puertas del infierno

 

RaulCastroJimmyCarterEn el oscuro drama que fue la última dictadura argentina (1976-1983), sobraron villanos, tramoyistas, espectadores silentes, y actores de reparto. Escasearon, sin embargo, los héroes.

Graham Greene no hubiera podido escribir mejor guión.

Curiosamente, seis años antes de iniciado el Proceso de Reorganización Nacional con el que las fuerzas armadas bajaron el telón al caótico gobierno constitucional de Isabel Péron, el escritor inglés había estado en la Argentina en momentos en que ocurría el secuestro de un cónsul paraguayo. Ello sirvió de inspiración para su novela El cónsul honorario.

No fue un cónsul necesariamente, sino un embajador republicano de los Estados Unidos en la Argentina, Robert Hill, quien dio la señal de alarma de que se venía la noche cuando el triunvirato militar de Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti, asestaron su golpe de estado el 24 de marzo de 1976. Golpe que se ha insertado en la memoria colectiva del país y que se recuerda cada año para que no ocurra nunca más.

Las fuerzas armadas tomaron el poder afirmando que acataban un reclamo por amplios sectores de la sociedad argentina de poner fin al desorden y a la violencia generadas por grupos de izquierda y por facciones terroristas, la llamada “subversión”. El presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, y su secretario de estado, Henry Kissinger, mientras, desoían a Hill.

Así, se abrirían las compuertas en la Argentina a un cruento terrorismo de estado, a la desaparición de miles de personas, y a una polarización insidiosa que todavía divide a la nación.

Dentro de esa época, conocida como “los años de plomo”, Raúl H. Castro, nombrado por el presidente demócrata Jimmy Carter, estuvo al frente de la embajada americana en Buenos Aires, específicamente de 1977 a 1980.

Castro, mexicano de nacimiento, fue el primer y único gobernador hispano, de 1974 a 1977, que ha tenido el estado de Arizona. Hoy, a los 97 años, es el gobernador con vida de mayor edad en este país.

En el 2012, el diplomático apareció en los medios de manera repentina tras ser detenido vergonzosamente en un puesto de control de la Patrulla Fronteriza. Un sensor detectó radiación proveniente de su auto, por lo que el equipo de detención de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza interrogó al nonagenario durante unos 45 minutos bajo un calor sofocante. El ex gobernador se dirigía de su hogar en Nogales a Tucson para celebrar su cumpleaños. Un día antes, se había realizado pruebas médicas en su marcapasos, lo que al parecer disparó la alarma.

Con motivo de otro aniversario más del golpe de estado, Castró habló en exclusiva para Suburbano desde su residencia en Arizona.

Biografía

Si alguna vez hubo una historia de superación, ésa es la de Raúl Héctor Castro, abogado, diplomático y político, ya retirado, que nació en la pobreza en el pueblo fronterizo de Cananea, estado de Sonora, México, en 1916. Diez años más tarde, se mudaba a Arizona y se hacía ciudadano estadounidense.

Con mucho esfuerzo y sufriendo discrimen, Castro se graduó de maestro del Arizona State Teachers College (rebautizado Northern Arizona University) en Flagstaff, en 1939, si bien nadie quiso contratar a un docente mexicano en ese tiempo. Durante dos años trabajó en lo que fuera, desde boxeador hasta bracero. Finalmente, encontró una oportunidad con el Departamento de Estado de los Estados Unidos en Agua Prieta, Sonora, para más adelante continuar con sus estudios y hacerse abogado.

Entró a University of Arizona College of Law, graduándose en leyes y pudiendo ejercer a partir de 1949. Fue abogado en Pima County, y en 1958, juez de la corte superior de ese condado. Su nombre comenzó a propagarse más allá de Arizona y llegó a oídos de Lyndon Johnson, quien durante su presidencia lo nombró embajador a El Salvador en 1964. Cuatro años después, se desplazaba a Bolivia para su próxima misión diplomática.

A su regreso a Arizona en 1969, Castro se destacó dentro de la política del Partido Demócrata. En 1970, ganó la nominación por ese colectivo a la gobernación del estado, pero perdió ante el gobernador republicano. Lo intentó nuevamente, y 1974 fue electo gobernador. El presidente Jimmy Carter, sin embargo, lo llamó para que volviera a servir a su país, y lo envió a la Argentina como embajador en 1977. De vuelta en los Estados Unidos en 1980, se dedicó a su práctica de abogacía en los campos de leyes de inmigración y leyes internacionales. Se retiró de esa labor en 2003.

Castro plasmó todas sus vicisitudes, logros, y experiencias en un libro publicado en 2009, Adversity Is My Angel: The Life and Career of Raúl H. Castro (Texas Christian University Press). Una gran cantidad de materiales gráficos y audiovisuales sobre su vida personal y su trayectoria profesional se encuentran en la colección especial Raúl H. Castro Papers de la Universidad de Arizona.

P. Señor Castro, ¿conocía de antemano la gravedad de los problemas entre el gobierno argentino y la lucha que había contra los grupos de izquierda, y lo que era el Proceso?¿O de eso se enteró al llegar allá?

R. Yo tenía cierta idea. Había asesinatos y muertes. Era en verdad una guerra, y yo esperaba eso. Pero lo que no imaginé fue la profundidad de aquello. Cuando llegué, quedé en shock porque era atroz. Había gente muriendo todos los días, todas las semanas. Era caos total.

P. Como representante del gobierno de Carter, usted encarnaba en la Argentina la nueva política de derechos humanos de esa administración. ¿Recuerda algún momento particularmente tenso en el que el presidente de facto Videla lo hubiera llamado a Casa Rosada por sus actividades, o que usted lo llamara a él y le increpara?

R. Cuando lo conocí por primera vez [a Videla], le dije muy claramente, “Mire, yo estoy aquí como el embajador de los Estados Unidos. He venido para tratar de mejorar las relaciones y hacer de éste un mejor país. No vine aquí a jugar”. Yo tomaba el teléfono y lo llamaba cuando tenía que hablarle. En ese sentido había una buena relación, aunque detestaba todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor… Traté de hacer lo mejor que pude, y eso significaba establecer una relación con el gobierno aún con las muertes de los inocentes. Pude tener un diálogo en el que al menos me escuchaban.

P. ¿Qué tipo de contacto tenía con los otros miembros de la Junta? Lo que siempre se ha difundido es que el almirante Massera era el más intimidante.

R. Massera era un individuo muy duro, sí, tosco. Y eso yo lo sabía. Él me respetaba y yo lo respetaba, por lo que nos llevamos bien. Pero conocíamos de sus actividades.

P. Los años que usted estuvo allí, de 1977 a 1980, fueron particularmente duros en términos de represión. ¿Se encontró usted en algún momento espiado, o amenazados usted y su esposa Patricia?RaulCastroBodyguards

R. Manteníamos seguridad en la residencia de la embajada, y por supuesto por la noche cuando nos íbamos a dormir, éramos muy cuidadosos y nos asegurábamos de tener suficiente dinero y provisiones por si teníamos que salir a las 2 de la mañana. Estábamos protegidos, pero la amenaza permanecía siempre ahí y lo sabíamos. Así que vivíamos con ella.

P. ¿Cuán fuera de lo común era su vida y la de la Sra. Castro en medio de toda esta agitación, muerte y violencia?

R. Viajábamos con guardaespaldas y llevábamos ametralladoras en el auto, en el asiento trasero y en el asiento delantero. Teníamos dos hijas, y debíamos saber a dónde iban en todo momento cuando visitaban, e ir con escoltas. Esto no era normal, era por la situación en la Argentina.

P. Supongo que una vez en la embajada, comenzaron a acercársele personas para decirle que tenían a un desaparecido en la familia y a pedirle que los ayudara. ¿Pudo usted hacer algo?

R. Ahí es donde mi relación con Videla era distinta a la de otros embajadores. En vez de escribirle una carta, yo lo llamaba directamente y me quejaba. Le decía ‘Me acaban de llamar para informarme que han desaparecido 20 personas en Rosario, y quiero saber qué puede hacer al respecto’. Yo le daba un seguimiento muy cercano, y él procedía a investigar.

P. ¿Siente que era sincero con usted en lo que le decía, o que meramente le seguía la corriente?

R. Era difícil, pero creo que había una honestidad entre los dos.

P. Hubo casos de ciudadanos estadounidenses que fueron arrestados, torturados, e incluso tres de ellos – Billy Lee Hunt, Jon Pirmin Arozarena, Toni Agatina Motta – desaparecieron. ¿Se enteró usted de estos casos y, si es así, qué hizo?

R. Lo primero que hacía era llamar al presidente, a Videla, y le decía, ‘Tengo información de que hay americanos desaparecidos en la Argentina y quiero saber qué va a hacer al respecto, y que me dé un informe sobre qué está haciendo’. No siempre teníamos éxito, pero tratamos.

P. Hasta el final de sus días, Videla argumentó que, como había una guerra civil en el país y una misión que cumplir, se sufrieron bajas en ambos bandos del conflicto. Se mostró impenitente. ¿Cuál es su evaluación de la tesis a la que se suscribieron Videla y muchos otros argentinos de que el Proceso fue un mal necesario?

R. Desde el punto de vista americano, pensé que seguían una línea muy dura. Había cosas que no se justificaban, un abuso de poder, y yo lo critiqué con toda la autoridad que pude. Pero había gente apareciendo muerta en las orillas de los ríos, secuestraron niños y bebés, ese tipo de cosa yo no lo podía entender ni aceptar.

P. Antes de la Argentina, fue embajador en El Salvador y en Bolivia.

R. [El presidente] Lyndon Johnson me nombró a El Salvador. Pasó una semana con nosotros en la residencia de la embajada, y al final me dijo, ‘Necesito que vayas a otro lugar donde tenemos muchos problemas’. Y yo pregunté, ‘¿Dónde es eso, señor presidente?’ ‘Quiero que vayas a Bolivia. Tienes el trasfondo político, y hablas el idioma, por lo que necesitamos tus servicios allá’. El día antes de yo llegar a Bolivia, habían matado al Che Guevara.

P. En esos momentos Bolivia estaba bajo una dictadura.

R. Absolutamente. [René] Barrientos era el presidente. Mi misión allí era de dos años, pero como me adapté bien a la altura, pues había vivido en Flagstaff, Arizona, que también es alto, me dejaron dos años y medio.

P. Sus años en Latinoamérica también coincidieron con los del Plan Cóndor para exterminar a los opositores de los regímenes dictatoriales de derecha y supuestamente detener el comunismo. ¿Oyó de esto cuando estuvo allá?

R. Muy poco. Aquello era un gran secreto, y se lo mantuvieron para sí mismos. No se les escapaba información.

P. Hoy es algo más común, pero 30 o 40 años atrás, usted fue nombrado embajador americano siendo hispano, y luego electo por Arizona como su primer gobernador de origen mexicano.

R. En todos los países a los que fui como embajador, se formaba revuelo. ¿Por qué iban a enviar a un mexicano como embajador americano?

P. ¿Por qué cree que lo enviaron entonces a estos lugares difíciles?

R. Yo entendía Latinoamérica y la había estudiado.

Créditos de las fotografías: University of Arizona/Raúl H. Castro Collection

Foto 1: 1976, se saludan el entonces gobernador de Arizona, Raúl H. Castro (izq.), y el presidente estadounidense, Jimmy Carter.

Foto 2: El diplomático mayor de los Estados Unidos en la Argentina, Raúl H. Castro (centro), flanqueado por sus guardaespaldas en la residencia de la embajada americana en Buenos Aires, 1980.

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