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El club de los abandonados. Novela de Oliverio Coelho

Hugo Fontana

En Ida, una de las anteriores novelas del argentino Oliverio Coelho (1977), un hombre joven recibe una carta de despedida de su novia; su respuesta es iniciar un largo periplo en una bicicleta robada, acompañado por una tortuga que también robó, por una ciudad inagotable. En su trilogía “distópica”, como a él le gusta llamarla para tomar distancia del género de ciencia ficción, integrada por las novelas Los invertebrables (2003), Borneo (2004) y Promesas naturales (2006), las tramas reflejan “cierta preocupación política que se plasmó en universos un poco paranoicos, los personajes viven perseguidos, casi tan perseguidos como en este mundo, pero de otro modo; la persecución es casi la norma”, tal como declaró en entrevista que le fuera efectuada en 2008.

En Un hombre llamado Lobo, en cambio, las persecuciones son múltiples aunque los objetos de deseo nunca son del todo claros o están difumados por la imposibilidad de sí mismos y la de los propios perseguidores. La novela se abre con la presentación de un viejo y de un muchacho: uno es Marcusse, quien fuera investigador privado y que está a pocos días de su muerte; otro es Iván, hijo de Silvio Lobo, un joven de veinte años que vive con su tiránica abuela y que nunca conoció a su padre. El viejo le dice que lo puede ayudar a encontrar a su progenitor, que lo puede llevar hasta él, e Iván decide emprender el incierto camino.

Las siguientes páginas abordan la peripecia del verdadero protagonista de la historia, Silvio Lobo, que a fines de los 80, inspector municipal, cuarentón, soltero empedernido, decide casarse con Estela, una mujer advenediza y prácticamente indescifrable, veinte años menor que él. Poco después ella queda embarazada y pare a Iván; unos meses más tarde desaparece sin rastro alguno, abandonando al bebé. La conflictiva madre de Silvio se ocupará brevemente del chico: un día Estela retorna a Buenos Aires, recoge a su hijo y vuelve a desaparecer. Cuando Silvio contrata los servicios del detective Marcusse para encontrar a su esposa fugitiva, la historia se pone en marcha.

Larsen y compañía

Juan José Saer y Roberto Arlt, Ferdinand Celine y Jorge Luis Borges: esos son los autores que la crítica ha identificado con mayor frecuencia en la obra de este joven y prolífico escritor, seleccionado por la revista inglesa Granta entre las nuevas voces latinoamericanas. Pero la sombra de Juan Carlos Onetti aparece una y otra vez en el camino que emprenden Lobo y Marcusse, como si fueran los componentes de un Larsen dividido en dos: ambos tienen la intención de encontrar, más que a alguien, algo. Algo, una perfección, una pérdida segura, un imposible que les otorgue identidad, porvenir. Uno y otro encarnan la personalidad del personaje onettiano: son individuos sin infancia, abandonados por una o infinitas mujeres, acostumbrados a ocupar el tiempo en reflexiones íntimas y por lo general inconducentes, y ambos también desaparecerán de escena sin dejar huellas, bajo las tinieblas ominosas de la orilla de un río o en un pueblo casi deshabitado.

Cuando Silvio y Marcusse llegan al sur de Argentina, alrededores de Viedma, de Carmen de Patagones, porque han detectado el borroso paradero del padre de Estela, esperan, más que el éxito de un hallazgo, la emoción de una búsqueda. Marcusse, filósofo elemental y decadente, ha hecho del azar su única apuesta segura. Silvio, que se ha desprendido de todo lo que alguna vez le había pertenecido (es despedido de su trabajo, vende su casa y carga con una buena cantidad de dinero escondida en calcetines y ropa interior), más ligero de equipaje que nunca en su vida, ya no tiene la más remota idea del porqué de su cacería. Tras estudiar largamente una infalible martingala, Marcusse le pide dinero a Silvio para ir al casino. Este, a medio camino entre la indiferencia y el desasosiego, envuelto de pronto en un sangriento episodio policial, deberá enfrentarse a la súbita desaparición de su partenaire (Larsen camino a la nada en El astillero) y decide afincarse en el lugar.

Allí lo espera una nueva aventura: Acosta, una suerte de caudillo local, que maneja vidas y dineros, tiene una hija renga, Celeste, y lo elige para casarse con ella (Larsen tras la mano de Angélica Inés, la hija del viejo Petrus). Cuando finalmente se consagra el matrimonio, la historia –su segunda parte- se reanuda.

Un western pampeano

El propio Coelho, en reportaje aparecido en el diario argentino Página/12 (2011), definió su novela como un “western pampeano”, y preguntado acerca de los temas de orfandad y paternidad que rodean la trama, contestó que ellos aparecen “tal vez porque se corresponde con la historia de mi padre, que fue huérfano. El enigma de su vida fue que al año de vida tuvo que adaptarse a un mundo sin padre y encontraba en ese misterio una explicación a lo que él había llegado a ser. Mi padre era un gran fabulador, siempre tenía proyectos que no cumplía, como el detective que aparece en mi novela, Marcusse. Siempre estaba por dar el gran batacazo y salvarse”.

En determinado momento Acosta confiesa a Lobo que uno de sus proyectos es fundar una sociedad Protectora de Hombres Solos y Maltratados, idea que Coelho también escuchó decir a su padre. Y es que en el libro todos los hombres rumian sus fracasos y las mujeres celebran sus crueldades. Los unos lo hacen concientemente, por lo general en bares hediondos y penumbrosos; las otras, sin tener verdadera conciencia de ello, huyendo o convirtiendo a sus parejas o a sus hijos en deudores eternos y sin salvación. A esos hombres, el autor los denomina “desocupados crónicos” y también se remite a su historia personal: “Mi papá era un desocupado crónico, un soñador. De hecho muchas veces me encontraba con mi papá y sus amigos, que eran desocupados crónicos como él y que estaban al borde de un golpe de gracia, un gran negocio que nunca se concretaba. Pero ese momento en que se gestaba el posible negocio era un momento de gloria; después venía el declive. Yo escuchaba cómo todo el negocio había naufragado…”.

Podría decirse que el clima excluyente de la novela es la sordidez, la malicia triste y patética de individuos encerrados en sí mismos, con un interior parecido a los lugares que habitan: sucios, desangelados, devastados por la desesperanza. Coelho logra con sabiduría y no sin evidente riesgo, mantener ese clima a lo largo de Un hombre llamado Lobo, y su lector deberá franquear esos mundos asfixiantes y convivir con ellos página tras página. Lo hará a lomos de un lenguaje alambicado pero preciso, excesivo a veces pero nunca fatuo: un tren que parece no llevar a ninguna parte pero que avanza sin detenerse, ciego, conmovedor.

Un hombre llamado Lobo, de Oliverio Coelho, Duomo Nefelibata, Barcelona (impreso en Italia), 261 páginas

 

Para leer El noir suburbano de Hugo Fontana:

El noir suburbano

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