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El canto del gorrión urbano

 
Yo vi de una garza mora / Dándole combate a un río / Así es como se enamora / Tu corazón con el mío… Canta la hermosa Leiden, con una prodigiosa y maravillosa copla de gorrión, interpretando esa canción que escribiera alguna vez el Tío Simón, autor también de «Caballo viejo», «El Becerrito», «Mi querencia», «El alcaraván» y «Luna de Margarita». Pero es quizá «Tonada de luna llena», su canción más profunda, la más hermosa: Anda muchacho a la casa / Y me traes la carabina / Pa’ matar este gavilán / Que no me deja gallina. Un canto propio del ordeñador en el campo; canción versionada también por Caetano Veloso, Natalia Lafourcade, Perota chingo, Loli Molina, Silvia Pérez Cruz, Marta Gómez, Sol Okarina, Nano Stern y Mercedes Sosa, entre otros artistas; pero es Leiden quien más sabe procurarle pasión a la letra, al ritmo triste y cadencioso de Don Simón Díaz, quien la introdujera en su primer disco Ya Llegó Simón, y que posteriormente fuera utilizada como la banda sonora de La flor de mi secreto (1995) de Pedro Almodóvar.
Es Leiden, la compositora cubanomexicana (Latinoamericana. Híbrida. Mixturas. Ashé) quien asegura que le caen mejor los niños que los adultos y que tiene el corazón muy, muy punk, como Nancy o Sid Vicious. Es ella, la belleza irresistible, la inverosímil, el síndrome de Stendhal, quien mejor interpreta Tonada de luna llena, como una sirena, seductora, un canto que sale desde lo más profundo de su corazón, la melodía más bella jamás escuchada, armonizada para ahogar a los hombres en tristezas, en desconsuelos, en sensualidad, en alcohol.
Es en esa grabación en la que me desplomo, en la que la sangre se me vuelca hacia los pies y mis espejismos comienzan a resonar, mareos, vértigos, desasosiego; tanta belleza en una sola persona es demasiado, tanto candor en una sola interpretación ya es la expiración (excitación), un suspiro, una elocución de olvido. Morir escuchándote, sabiéndote perfecta y yo tan incrédulo, tan párvulo, tan falto de matices, y los gorriones son coloridos.
Es en ese DVD en vivo (La vuelta del Sol) en que desfallezco, se me va el aliento. “Mi nombre es Leiden… y me gustaría despedirme con esta canción”, tocas los primeros acordes, tu arillo en la nariz resplandece mejor que nunca, tu glorioso vestido amarillo, la orquesta constituyendo tu presencia, tu belleza, tu pureza. Te llaman Leiden, pero eres sirena, gorrión urbano, la musa de Don Simón, del tío, del abuelo, de la niña, del ordeñador, del pobre. Estás ahí cantando, evocando tristesas, momentos de un pasado incierto, eres el apego, la tragedia, la vida, la vida que sigue y a veces no, porque a veces solo pasan los días, los días escuchando, escuchándote, gorrión, Luna, misterio descendiente, perfección ladina, arca de espejismos, rebeldía aglutinada, voz de mina, silbido de océanos melodiosos y profundos. Leiden, querida, a veces la vida no sigue, sino que sólo pasa.
Termina la canción y puedo morir, que me entierren, que me incineren, que hagan lo que deseen conmigo, porque Leiden ha dejado de cantar y yo estoy listo para enfrentarme a la nada. La divinidad enmudeció, y el hoyo en donde moriré ya está cavado: la luna me está mirando / Yo no se lo que me ve / Yo tengo la ropa limpia / Ayer tarde la lavé.

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