Reseña de Muerte con campanas, por Esteban Miranda
Hay una verdad que, a pesar de ser harto conocida, solo se puede inteligir por medio de la experiencia; sin embargo, en ocasiones es imprescindible mencionarla, hacerla notar para implantar la semilla reflexiva que enriquezca la lectura de determinada obra literaria. En este caso, para hablar sobre Muerte con campanas, considero necesario retomar la cuestión: la literatura es arte y el arte no es entretenimiento.
Muerte con campanas de Kelly Martínez-Grandal (La Habana, 1980) y publicada por Suburbano Ediciones (2021) es una antología de relatos que cuenta con la capacidad de abordar la aridez en su máxima expresión por medio de diversos paisajes. Los personajes son disímiles, sí, pero también están emparentados, no por la sangre sino por un sufrimiento original que se hace extensivo a través de las páginas y trasciende hasta nosotros, nuestros recuerdos y vivencias. Kelly Martínez-Grandal desde su obra nos obliga a mirar constantemente hacia el vacío para pensar en la vida que llevamos y en lo fácil que puede ser transformarla en literatura, porque es desde lo cotidiano, la desventura que lo habita y esas pequeñas grandes victorias, donde surge el arte, espejo que amplifica la realidad para interpretarla, enredarla, destruirla y volverla a construir.
Cada uno de los relatos son piezas independientes, pero piezas al fin y al cabo de algo mucho más grande. En el primero, Aquí hay que hacer lo que sea, se nos presenta un robo absurdo y, además, subyace el relato de la protagonista que con melancolía crónica exterioriza su soledad y la pena que se multiplica al amar y no ser correspondida. En Escarcha negra una mujer trans de nombre Medea nos cuenta su historia de pasión, muerte y redención transportándonos a su vida como prostituta, desaforada por un deseo de salir de las calles, aunque, al estilo de las tragedias griegas, con la convicción de que su destino ya se encontraba decidido.
En La Matrioshka vemos como una simple frase puede ocasionar un dolor colosal. Una mujer, mientras le depilan el bikini con cera hirviendo, saca a flote un cúmulo inconsciente de prejuicios que revientan en la cara de la víctima y la dejan expuesta a la certeza de que hay narrativas las cuales jamás desaparecerán. El relato Muerte con campanas, que titula la antología, es uno de los más bellos de la misma. Una mujer residente en La Habana, a razón de no tener la vida que siempre soñó, decide ocupar el pasado y se esmera en conseguir objetos de antaño para lograr su cometido. Por medio de ellos, muebles de caoba, vajillas de Bavaria y relojes de campana, apacigua la miseria que la acorrala junto a su esposo. No obstante, el presente irremediable y un porvenir inexistente se tornan los verdugos de la mujer, pues de a poco, y gracias al sueño de su marido de salir de la isla hacia una mejor vida, tendrá que irse deshaciendo de sus preciados tesoros para construir un esperpento de balsa que se plantea como la insignia del pragmatismo y la antítesis de la belleza.
Xinia es el retrato de la idealización. Individuos que usan una máscara para ocultar las desgracias que los habitan. El esfuerzo por aparentar ser algo quimérico es demoledor y esos seres, actores trágicos, se ven carcomidos por la presencia de lo inexistente. Siempre habrá alguien capaz de ver a través de nosotros, de hacernos saber con una mirada que vivimos una vida falsa. Por su parte, Manchas de arena es la pérdida de la inocencia. Una niña que luce unos hermosos zapatos es arrebatada de su cándido mundo e implantada en la realidad de los impulsos humanos. Un gesto, que en apariencia no delata violencia, basta para quitar el velo y dejar en evidencia la naturaleza intrincada de nuestra especie.
En Un tsuris para la familia se trata la culpa infantil, esa misma que es ingenua y definitoria a la vez. Un niño se ve sumido en una cultura heredada que lo deleita y un goce por las películas navideñas, fruto prohibido que lo traslada a otros mundos, profanos, pero placenteros; ajenos, capaces de extraviarlo para luego escupirlo en medio de su rutina. Parece un nacimiento es la marca de la predestinación. El destino de tantas personas que nacen condenadas y que nunca disfrutarán de las oportunidades suficientes para ser lo que les plazca. También, muestra el deseo momentáneo de un hombre por contrariar su dictamen y desviarse del camino para soñar con otras sendas que tal vez lo lleven a mejores sitios.
Termintas de mato grosso es la evocación de una realidad lejana, provista de tristeza y esperanza. Es el anuncio de la despedida y la bienvenida a una nueva historia. Una mujer recuerda la fiesta en la que conoció al que sería su esposo en medio de amigos y conocidos, gente que conformaba el elenco de su vida y que debido a las dolencias de su patria comenzarán a desaparecer de la rutina para transformarse en fantasmas con ojos apagados. Por último, La estela en el agua es el reflejo de la soledad: una mujer embarazada que se gana la vida animando fiestas infantiles en un país que no es el suyo nos hace ver, gracias a las marcas que un ferry deja en el agua, lo aislado que se puede estar en medio de las multitudes. A su vez, es una reafirmación de que siempre existirán seres con la capacidad de leer la tristeza en nuestros rostros y echar una mano en los momentos más necesarios.
Creo que hacer un breve recuento de todos los relatos que componen Muerte con campanas es un arma de doble filo, pues me siento abocado a la tarea de dar una pincelada, en este caso poco virtuosa, de lo que se encuentra en la antología, pero a sabiendas de que tal vez no sea capaz de capturar su esencia y desvíe la atención hacia otros terrenos no tan fructíferos como los cultivados por Kelly Martínez-Grandal que mediante el arte, ese que no entretiene, pero que sí edifica, nos acerca un poco más hacia la gracia de las palabras.