Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches.
Por Pablo Brescia
La cabeza de Mr. Taylor
“Mr. Taylor” (1954, incluido en Obras completas y otros cuentos, 1959) es uno de los cuentos más leídos de Augusto Monterroso. Es la historia del gringo pobre que se va a vivir a un pueblo latinoamericano y “cae” en las garras del sistema capitalista del consumo al comerciar cabezas humanas reducidas, “manifestación cultural” de los autóctonos del lugar. La ley de la oferta y la demanda anticipa el final del relato: será la cabeza de Mr. Taylor la que ruede de manera inevitable. Las interpretaciones reparan en la crítica moral y política tanto hacia el consabido imperialismo cuanto hacia ciertas idiosincracias de algunas sociedades latinoamericanas. El cuento está hecho con un mecanismo realmente delicado, donde la obviedad de la sátira política e ideológica aparece equilibrada por una ironía feroz, que todo lo consume y convierte al cuento una pequeña máquina literaria.
Siempre me pareció que no se ha reparado lo suficiente en la idea de que este es un texto sobre la traducción, o sobre (mal)traducir. En el encuentro inicial entre el nativo y el colonizador, las palabras del indígena (“Buy head? Money, money”) se pierden en la traducción. O, más bien, las pierde Mr. Taylor, el cual, habiendo entendido y no teniendo dinero para comprar la cabeza, se hace el tonto. Resultado: “El indio se sintió terriblemente disminuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole disculpas”. La ironía como estrategia es similar al proceso de traducir, a esa ficción que se construye a partir de la creencia de que una cosa puede significar (¿copiar? ¿duplicar? ¿sustituir?) otra. La ironía siempre tiene, por lo menos, dos direcciones, como la traducción. Cuando el lector se acerca a un segmento de “Mr. Taylor” y lee que un periodista en el pueblo fue fusilado y que “sólo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las más grandes cabezas del país” y, aun, que al reducirse la cabeza “ni siquiera se notaba la diferencia”, el lector, decíamos, ve en esa serie de conjunciones potencialmente infinitas que toda lectura es, en parte, un malentendido, un acto de cierta violencia, una traducción.
Mientras tanto, ¿dónde está la cabeza de Mr. Percy Taylor? Al final del relato, Mr. Taylor le manda su propia cabeza a su tío, Mr. Rolston. Ahí se termina el texto. Pero… ¿dónde vive Mr. Rolston? En Nueva York. Y entonces leo en el New Yorker que la tienda “Obscura Antiques & Oddities”, situada en la Avenida A entre las calles doce y trece de esa ciudad, tiene una cabeza humana entre sus objetos raros. ¿Será la de Mr. Taylor? ¿O la de su tío? Ay, la realidad y la literatura… Para perder la cabeza…
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