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Dos poemas del libro «Pequeñas imprudencias» de César Mundaca

 VALESKA

“Tiene ojos de rata huidiza”,

diría el huaso de la cuadra,

si conociera a Valeska

y supiera que le ausculto

el alma entera.

“Tiene cuerpo de lagartija”,

diría la envidiosa jirafa

violadora de helechos,

si observara

a la muchacha

y supiera que

mis níveas manos

recorren

sus muslos moscovitas.

“¡Es apática!”,

exclamarían,

con gesto adusto,

mis nueve tíos,

ebrios,

en la sobremesa

familiar.

Valeska me gusta

a cuentagotas,

como quien teme

al desencanto

y transita a hurtadillas

por el badén

de la atracción.

La contagiosa

danza Kazachok,

los shots de llonque

y la alquimia teatral

inauguraron,

circundándonos,

una entrañable

comunión.

No obstante,

la extraña simpatía

de Valeska

hacia el postureo

de un maestro yogui

me exasperó,

y me exaspera

muchísimo.

La cólera anidada

en mis cavidades

estomacales,

en la glorieta

de mi pecho

lampiño,

continúa

atolondrando

mi existencia.

 

AÑEJO TABÚ

 Cintas sin mosaicos,

fogosa exhibición

de fáciles desnudos

de calentura piurana,

del albur

y volcánicos amagos

 de copulación.

Senos naturales,

desbordados,

fuente

de pulsiones

arrebatadas.

Centelleantes

 odaliscas,

monumentalmente

alucinógenas.

El impulso incesante,

animalesco,

fuera de sí,

retumbó

en la mente

de Gumaro.

Sus aullidos internos

se tornaron

incontrolables.

Su entrepierna

amordazó

su lucidez.

Con la libido

corriendo

a veloz tropel,

se entregó

al aún pecaminoso

tabú de tabúes.

“¡Dos, tres, cinco, nueve,

y repetimos

la maniobra hasta caer

en la lona del mareo,

mierda!”,

mascullaba Gumaro.

En puntas de pie,

y driblando

la noche fueguina,

la debilidad

empotró

su cálida carpa

y el sueño

denso

se acostó

con él.

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