¿Qué podría salir mal si Diego Armando Maradona llegara a vivir a la tierra de El Chapo Guzmán? Exacto: todo. D10S es el gran futbolista vencedor de imperios con ardides y genialidades, el chico del barrio que —según la leyenda— retó a los poderes más oscuros de la FIFA tan sólo con un balón y un diez en la camiseta, el capitán que hacía que sus compañeros fueran una orquesta, armoniosa y mortal, en el campo de juego. Pero siguiendo la dualidad sagrada de las divinidades D10S es también el hombre que ocupó el baño papal en el Vaticano para meterse una línea de coca, el amigo famoso de dictadores latinoamericanos que además son comunistas (vade retro Satana), el farsante que luego de criticar al futbol mexicano no le importó llegar a suelo azteca para llevarse unos cuantos millones de dólares como entrenador de un combinado de segunda división.
Los medios nacionales e internacionales confirmaron la noticia a mediados del año pasado: Diego Armando Maradona sería el nuevo director técnico de Dorados de Culiacán para el Torneo Apertura 2018. Tierra bendita y fértil, que por décadas ha producido la amapola y la mariguana que tanto maman los gringos, Sinaloa lo esperaba en un momento convulso. Al mismo tiempo que “El Pelusa” preparaba su llegada, el juicio de El Chapo Guzmán, oriundo y capo de este mismo estado, estaba preparándose en los juzgados de Nueva York. Mientras tanto, los seguidores del famoso narcotraficante continuaban sus peregrinaciones a la capilla en Culiacán de Jesús Malverde, “el santo de los narcos”, para pedir por la libertad de Joaquín Loera.
El Diego arribaría al equipo de Jorge Hank Rhon, propietario también de los Xolos de Tijuana de primera división y magnate del Grupo Caliente que domina el mercado de los casinos en México. Entre muchas otras propiedades en el país, el emporio ostenta el complejo “Agua Caliente”, compuesto por más de 60 hectáreas que se reparten entre hipódromo, zoológico, criadero de animales, galgódromo, casas de apuestas, salas con máquinas tragamonedas y el estadio de la escuadra de Tijuana cuya mascota, según la mitología náhuatl, se trata del perro milenario de raza azteca que, al morir, acompañaba a las almas en su camino al Mictlán (inframundo). No pocos fueron los que apostaron que Maradona sólo saldría de Sinaloa escoltado por su propio xoloitzcuintle. Era imposible que no cayera, hasta desfallecer, en las tentaciones y excesos que le ofrecía la ciudad y sus nuevos jefes.
Su patrón tenía un largo historial de acusaciones judiciales. Se le había culpado de ser el asesino de Héctor “El Gato Félix” en 1988, periodista del semanario Zeta, quien llevaba a cabo una investigación de los negocios de la familia Hank. Otras de las imputaciones en su contra lo denunciaban por tráfico de pieles exóticas, posesión de armas de alto calibre y, como epílogo, de nexos con el narco. Todo lo había librado por la popularidad de la que gozaba al ayudar a las familias humildes y combatir a la delincuencia en Tijuana, pero sobre todo por ser parte de la élite del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó, saqueó y dinamitó la riqueza mexicana durante 70 años y seis más, de 2012 a 2018.
Para llegar a los Dorados Maradona pidió un pago de un millón 980 mil dólares (180 mil dólares mensuales) y una residencia que fuera tan cómoda como de la que gozaba en Dubái. Si el dinero no fue problema, la casa causó inconvenientes. La vivienda elegida estaba ubicada en el residencial La Primavera, un exclusivo fraccionamiento amurallado donde el precio de las mansiones oscila entre los 10 y 12 millones de dólares. Al enterarse del nuevo residente y según las normas de la zona, los vecinos impidieron la entrada de los camiones de mudanza de El Diego. Temían que su tranquilidad se viera afectada por los desmadres a los que era propenso el argentino.
El coctel molotov estaba más que puesto para explotar en Culiacán. Armas, droga, alcohol, lujos, mujeres y un individuo tan bueno para el futbol como para los desenfrenos. Sin embargo Maradona una vez más gambeteó a la desgracia. Tomó a los Dorados en los últimos lugares de la tabla de posiciones y los catapultó a la cima de la liga de ascenso. Con un juego dinámico y vistoso logró llegar a la final del torneo frente al Atlético San Luis, la cual perdió en dos dramáticos partidos. Las polémicas de El Pelusa no dejaron de estar presentes, pero sólo se centraron en el ámbito futbolero. No pasó de mentarle la madre a los periodistas que no creían en su trabajo, de aparecer bien pinche puesto en entrevistas por televisión o tratar de golpear a los aficionados que se burlaban de su derrota.
Al torneo siguiente Maradona volvió a rozar la gloria. Culiacán se convirtió en una escuadra festiva con estadios llenos, tanto cuando jugaba de local como de visitante. La prensa nacional, tan dada a menospreciar lo que sucede en segunda división, empezó a transmitir los partidos de Dorados y la playera con el número 10 fue la más adquirida por la afición. La final nuevamente contra San Luis donde también se repitió la derrota. Aun con el descalabro el argentino dejó al equipo con un halo de victoria. Ante el ambiente adverso y los malos augurios que se habían sembrado a su alrededor, El Diego expuso la valía de su trabajo, su conocimiento del negocio de la pelotita y nos demostró que los milagros suceden dentro y fuera de la cancha. Como en Nápoles, Barcelona o Buenos Aires, D10S también se volvió eterno en la tierra de El Chapo Guzmán.